/ domingo 23 de julio de 2023

El universo de Maxwell | El adiós a mi padre

Era una tarde que parecía normal el jueves 13 de julio del presente año, veía una película por televisión cuando recibo la llamada que temía. Mi hermano mayor me avisa que mi padre había fallecido; después de unos momentos asimilo la noticia y me preparo para viajar a Tampico. En esta ocasión hablaré sobre la vida de mi padre y de la forma como influyó de manera tan positiva en mí y en mis hermanos.

Joaquín Rodolfo Echavarría Yáñez nació el 16 de agosto de 1936 en la colonia Americana de Tampico. Hijo de Juan Echavarría, trabajador de Pemex, y de Alelí Yáñez, una guapa jovencita ama de casa. Poco tiempo después llega a este mundo su hermana Laura. Sus padres se separan a los pocos años, por lo que quedan al cuidado de su abuela paterna, la señora Susana Castro. Los dos hermanitos crecen muy unidos y así permanecen toda la vida.

Sus primeros años transcurren en el popular barrio de La Unión en Tampico. Aunque sólo completa la escuela primaria, sus principales enseñanzas sobre la vida las adquiere de su papá, y de la colonia donde crece. Aprende a defenderse en la calle, y crece como los niños de esa época, a mediados del siglo pasado: jugando futbol y los juegos típicos. Al pasar de los años Rodolfo se convierte en un jovencito muy guapo: cabello rizado, ojos verdes, con una buena voz para cantar boleros, además de su principal característica que es su habilidad para bailar.

Destaca en los salones de baile y en las tertulias de la colonia, en los que gana varios concursos, además de la radio en donde obtiene premios en la hora del aficionado. Debido a su habilidad para bailar gana su principal apodo que lo acompañaría toda la vida: El Cha-Cha-Chá.

EL PADRE

Siendo muy joven se convierte en padre, pero desafortunadamente la mamá del bebé, Hermelinda Guerrero, fallece por complicaciones del parto. Entonces, mi abuela Alelí le ofrece hacerse cargo del bebé (aunque siempre estuvo cercano a nosotros), que llevaría su mismo nombre: Rodolfo. En ese tiempo había fallecido mi abuelo, así que mi papá comienza a trabajar en la Sección 21 de Pemex, en Árbol Grande. Posteriormente, es trasladado a la Sección 33 de Tampico, y en 1966 a la Sección Uno para trabajar en el Hospital Regional de Pemex de Ciudad Madero.

En uno de los bailes a los que acostumbraba asistir –y en los que generalmente era la estrella principal– conoce a mi madre, María del Carmen Solís Ortiz, y pronto decide que ella será la pareja con la que bailará la danza de la vida. Desde el inicio de su noviazgo le decía que sería su esposa y la madre de sus hijos. Contraen matrimonio y comienzan a llegar los bebés: Juan José, Joaquín, Rodolfo Arturo, Jorge Alberto y Luz Alelí; además de mi primo Alfredo, quien creció como otro hermano junto a nosotros.

A pesar de haber completado sólo la educación básica –o quizás precisamente por esa razón–, siempre nos inculcó que debíamos estudiar y que en la familia no había otro camino. Fue un padre amoroso y adelantado a su época, nunca nos puso una mano encima (aunque era lo normal en ese tiempo), y nos regaló una infancia muy bonita. Cada Navidad le escribíamos carta a Santa Claus y esperábamos con ansias ese día para abrir nuestros juguetes.

En cierta ocasión prefirió comprarnos una enciclopedia en lugar de una televisión a color (no había dinero para adquirir las dos). Esta acción marcó mi vida académica y es una de las causas de que yo haya obtenido un doctorado en ciencias y hoy me dedique a la investigación y a la divulgación científica. Al convertirnos en jóvenes y empezar a salir a fiestas nos dio libertad, pero dejando en claro que había que respetar ciertos límites. Nos dio carrera profesional a todos sus hijos y hoy somos personas de bien, que buscamos transmitir su legado a la siguiente generación.

LA VIDA

Mi papá fue un hombre muy resiliente: su padre murió muy joven, su hijo mayor fue asesinado en la Ciudad de México (un golpe del que estoy seguro nunca se recuperó), su mamá falleció en un accidente en carretera, además de que su hermana murió de cáncer. A pesar de todo, siempre mantuvo una buena actitud ante la vida, y siempre siguió adelante, ya que sabía que varias personas dependíamos por completo de él.

Fue un hombre muy activo, arreglaba todo en la casa y con sus carros (un Chevrolet 52 que tuvo por muchos años, y posteriormente un Ford LTD 82, conocido como “El Aguimóvil”); a sus ochenta años todavía trepaba árboles y bardas, disfrutaba del futbol, el cine, las fiestas, la cerveza, el canto y el baile. Le gustaba pasar tardes en los bares de Tampico y Ciudad Madero, y su escala preferida antes de llegar a la casa era el Restaurante-Bar “Catalino's”, el cual visitó por más de treinta años.

Se jubiló en 1990 y adquirió unas placas para cubrir la ruta Tampico-Playa con su Aguimóvil. Fue otra época muy bonita de su vida, en la que llegarían sus nietos: Susana del Carmen, Juan Alberto, Samara, Melissa, Rodolfo, José Luis, Gabriel Arturo, María Celeste, Mariana, José Alejandro y Karol Alelí. En ese tiempo ya habían nacido años antes Alelí Guadalupe y Mariana, hijas de mi hermano Rodolfo.

DESPEDIDAS

Invité a mi madre y a mis hermanos a que dejaran un mensaje de despedida. Se los muestro a continuación:

“El único y gran amor de mi vida, te llevaré en mi corazón siempre”.

María del Carmen, esposa.

“¡Papá! Escucho tu música y me imagino que estás bailando con mi abuelita, con mi tía Laura, que mi abuelo te está viendo sonriendo y que tienes todo el cielo de pista para bailar. Papá, me dejaste físicamente, pero sé que todos los días estarás conmigo hasta que nos volvamos a ver. Mi héroe de mil batallas, aún siento tu aroma y presencia a mi lado”.

Juan José (Ingeniero en Sistemas Computacionales)

“Papá, tu vida fue una gran aventura y me hace recordar que sólo se vive una vez. Hasta siempre, Cha-Cha-Chá. Con cariño”.

Joaquín (Ingeniero Industrial Administrador)

“Para mi superhéroe Favorito, gracias por ser un excelente padre y mi ejemplo a seguir. Te amaré por siempre... Ebribari Job”.

Jorge Alberto (Ingeniero Químico)

“¡Lilita, aquí está tu papá! Esta frase siempre la llevo tatuada en mi mente, desde ese día que gritaste en mi primaria en las butacas y yo vestida de reina, pasando a tu lado. Cuando sienta que se me derrumba el camino, cerraré los ojos y escucharé tu voz diciéndome así, y ya con eso seguiré avanzando”.

Luz Alelí (Licenciada en Administración de Empresas y Licenciada en Ciencias Sociales)

LEGADO

Mi padre soportó muchos golpes en la vida, tanto físicos como morales, pero siempre se sobrepuso. Al final lo venció el tiempo, como a todos. Aunque su partida me duele y lo extraño, le agradezco a Dios que nos lo haya dejado por tantos años. Lo que me tiene tranquilo es que no había nada pendiente por hablar al momento de su partida; fue un excelente padre y creo que fuimos buenos hijos. Se fue en paz mientras dormía en casa.

En estos días hemos recibido cientos de muestras de cariño de muchísimas personas, y quiero agradecerles públicamente a todos. Se llevó consigo el cariño de todos los que lo queremos: esposa, hijos, yerno, nueras, nietos, sobrinos, primos, familiares y muchos amigos. Podría escribir todo un libro sobre él, pero por el momento sólo puedo dedicarle unos párrafos. En lugar de hablar sobre su muerte he querido recordar su vida en este artículo.

Descanse en paz mi padre, Joaquín Rodolfo Echavarría Yáñez.

correo electrónico: rechavarrias@upv.edu.mx

Era una tarde que parecía normal el jueves 13 de julio del presente año, veía una película por televisión cuando recibo la llamada que temía. Mi hermano mayor me avisa que mi padre había fallecido; después de unos momentos asimilo la noticia y me preparo para viajar a Tampico. En esta ocasión hablaré sobre la vida de mi padre y de la forma como influyó de manera tan positiva en mí y en mis hermanos.

Joaquín Rodolfo Echavarría Yáñez nació el 16 de agosto de 1936 en la colonia Americana de Tampico. Hijo de Juan Echavarría, trabajador de Pemex, y de Alelí Yáñez, una guapa jovencita ama de casa. Poco tiempo después llega a este mundo su hermana Laura. Sus padres se separan a los pocos años, por lo que quedan al cuidado de su abuela paterna, la señora Susana Castro. Los dos hermanitos crecen muy unidos y así permanecen toda la vida.

Sus primeros años transcurren en el popular barrio de La Unión en Tampico. Aunque sólo completa la escuela primaria, sus principales enseñanzas sobre la vida las adquiere de su papá, y de la colonia donde crece. Aprende a defenderse en la calle, y crece como los niños de esa época, a mediados del siglo pasado: jugando futbol y los juegos típicos. Al pasar de los años Rodolfo se convierte en un jovencito muy guapo: cabello rizado, ojos verdes, con una buena voz para cantar boleros, además de su principal característica que es su habilidad para bailar.

Destaca en los salones de baile y en las tertulias de la colonia, en los que gana varios concursos, además de la radio en donde obtiene premios en la hora del aficionado. Debido a su habilidad para bailar gana su principal apodo que lo acompañaría toda la vida: El Cha-Cha-Chá.

EL PADRE

Siendo muy joven se convierte en padre, pero desafortunadamente la mamá del bebé, Hermelinda Guerrero, fallece por complicaciones del parto. Entonces, mi abuela Alelí le ofrece hacerse cargo del bebé (aunque siempre estuvo cercano a nosotros), que llevaría su mismo nombre: Rodolfo. En ese tiempo había fallecido mi abuelo, así que mi papá comienza a trabajar en la Sección 21 de Pemex, en Árbol Grande. Posteriormente, es trasladado a la Sección 33 de Tampico, y en 1966 a la Sección Uno para trabajar en el Hospital Regional de Pemex de Ciudad Madero.

En uno de los bailes a los que acostumbraba asistir –y en los que generalmente era la estrella principal– conoce a mi madre, María del Carmen Solís Ortiz, y pronto decide que ella será la pareja con la que bailará la danza de la vida. Desde el inicio de su noviazgo le decía que sería su esposa y la madre de sus hijos. Contraen matrimonio y comienzan a llegar los bebés: Juan José, Joaquín, Rodolfo Arturo, Jorge Alberto y Luz Alelí; además de mi primo Alfredo, quien creció como otro hermano junto a nosotros.

A pesar de haber completado sólo la educación básica –o quizás precisamente por esa razón–, siempre nos inculcó que debíamos estudiar y que en la familia no había otro camino. Fue un padre amoroso y adelantado a su época, nunca nos puso una mano encima (aunque era lo normal en ese tiempo), y nos regaló una infancia muy bonita. Cada Navidad le escribíamos carta a Santa Claus y esperábamos con ansias ese día para abrir nuestros juguetes.

En cierta ocasión prefirió comprarnos una enciclopedia en lugar de una televisión a color (no había dinero para adquirir las dos). Esta acción marcó mi vida académica y es una de las causas de que yo haya obtenido un doctorado en ciencias y hoy me dedique a la investigación y a la divulgación científica. Al convertirnos en jóvenes y empezar a salir a fiestas nos dio libertad, pero dejando en claro que había que respetar ciertos límites. Nos dio carrera profesional a todos sus hijos y hoy somos personas de bien, que buscamos transmitir su legado a la siguiente generación.

LA VIDA

Mi papá fue un hombre muy resiliente: su padre murió muy joven, su hijo mayor fue asesinado en la Ciudad de México (un golpe del que estoy seguro nunca se recuperó), su mamá falleció en un accidente en carretera, además de que su hermana murió de cáncer. A pesar de todo, siempre mantuvo una buena actitud ante la vida, y siempre siguió adelante, ya que sabía que varias personas dependíamos por completo de él.

Fue un hombre muy activo, arreglaba todo en la casa y con sus carros (un Chevrolet 52 que tuvo por muchos años, y posteriormente un Ford LTD 82, conocido como “El Aguimóvil”); a sus ochenta años todavía trepaba árboles y bardas, disfrutaba del futbol, el cine, las fiestas, la cerveza, el canto y el baile. Le gustaba pasar tardes en los bares de Tampico y Ciudad Madero, y su escala preferida antes de llegar a la casa era el Restaurante-Bar “Catalino's”, el cual visitó por más de treinta años.

Se jubiló en 1990 y adquirió unas placas para cubrir la ruta Tampico-Playa con su Aguimóvil. Fue otra época muy bonita de su vida, en la que llegarían sus nietos: Susana del Carmen, Juan Alberto, Samara, Melissa, Rodolfo, José Luis, Gabriel Arturo, María Celeste, Mariana, José Alejandro y Karol Alelí. En ese tiempo ya habían nacido años antes Alelí Guadalupe y Mariana, hijas de mi hermano Rodolfo.

DESPEDIDAS

Invité a mi madre y a mis hermanos a que dejaran un mensaje de despedida. Se los muestro a continuación:

“El único y gran amor de mi vida, te llevaré en mi corazón siempre”.

María del Carmen, esposa.

“¡Papá! Escucho tu música y me imagino que estás bailando con mi abuelita, con mi tía Laura, que mi abuelo te está viendo sonriendo y que tienes todo el cielo de pista para bailar. Papá, me dejaste físicamente, pero sé que todos los días estarás conmigo hasta que nos volvamos a ver. Mi héroe de mil batallas, aún siento tu aroma y presencia a mi lado”.

Juan José (Ingeniero en Sistemas Computacionales)

“Papá, tu vida fue una gran aventura y me hace recordar que sólo se vive una vez. Hasta siempre, Cha-Cha-Chá. Con cariño”.

Joaquín (Ingeniero Industrial Administrador)

“Para mi superhéroe Favorito, gracias por ser un excelente padre y mi ejemplo a seguir. Te amaré por siempre... Ebribari Job”.

Jorge Alberto (Ingeniero Químico)

“¡Lilita, aquí está tu papá! Esta frase siempre la llevo tatuada en mi mente, desde ese día que gritaste en mi primaria en las butacas y yo vestida de reina, pasando a tu lado. Cuando sienta que se me derrumba el camino, cerraré los ojos y escucharé tu voz diciéndome así, y ya con eso seguiré avanzando”.

Luz Alelí (Licenciada en Administración de Empresas y Licenciada en Ciencias Sociales)

LEGADO

Mi padre soportó muchos golpes en la vida, tanto físicos como morales, pero siempre se sobrepuso. Al final lo venció el tiempo, como a todos. Aunque su partida me duele y lo extraño, le agradezco a Dios que nos lo haya dejado por tantos años. Lo que me tiene tranquilo es que no había nada pendiente por hablar al momento de su partida; fue un excelente padre y creo que fuimos buenos hijos. Se fue en paz mientras dormía en casa.

En estos días hemos recibido cientos de muestras de cariño de muchísimas personas, y quiero agradecerles públicamente a todos. Se llevó consigo el cariño de todos los que lo queremos: esposa, hijos, yerno, nueras, nietos, sobrinos, primos, familiares y muchos amigos. Podría escribir todo un libro sobre él, pero por el momento sólo puedo dedicarle unos párrafos. En lugar de hablar sobre su muerte he querido recordar su vida en este artículo.

Descanse en paz mi padre, Joaquín Rodolfo Echavarría Yáñez.

correo electrónico: rechavarrias@upv.edu.mx