/ sábado 27 de abril de 2024

Cantos del Poder / Miscelánea sabatina

En los años sesenta, el mundo sufrió la guerra de Vietnam del Sur contra Vietnam del Norte. Y en los Estados Unidos crecieron las protestas por dicha confrontación bélica que produjo la masacre de la Universidad de Kent, en 1970.

Vietnam del Sur era apoyado por el gobierno de Washington D.C., con dinero, pertrechos y armas. Y la guerra siguió por largo tiempo (hasta que dejó de aparecer en la tv, y fue como si nunca hubiera existido, como si nunca hubiese pasado. Se vivía el Verano del Amor (Summer of Love), que inicia en junio de mil novecientos sesenta y cinco y termina en el invierno de mil novecientos setenta y tres; lapso en el que se vivieron globalmente fenómenos como la revolución sexual, la cruzada feminista, el movimiento antiguerra, el apogeo de la contracultura, la guerra fría y el embargo petrolero.

No obstante, este periodo, comparado con el decenio actual y sus drogas fuertes, el VIH, la pandemia, la interrogante de la Inteligencia Artificial (IA), los selfies, los políticos que parecen conductores de programas de concurso, los drones artillados y los misiles hipersónicos, parece una gigantesca kermés con serpentinas y platos de colores.

En el “Verano del Amor” reinaban en México los Dugs Dugs, Javier Bátiz y Three Souls in my Mind, entre otros. El festival Rock y Ruedas de Avándaro –se calcula que tuvo una asistencia de doscientos cincuenta mil personas- escandalizó a sus antagonistas casi etimológicos, los cuales decretaron que la gente que asistió eran “peligrosos para México”. Y hubo censura al rock, género que desapareció de las radios y los conciertos durante una década o más. Se trató de neutralizar todo aquello que oliera a “cultura hippie”, sinónimo de transgresores y radicales. Las “tocadas” en espacios abiertos fueron prohibidas. Los Jimmy Hendrix, David Bowie, Deep Purple, Led Zeppelin, Pink Floyd, y The Rolling Stones de ningún modo hubieran sorteado el control fronterizo. De lograrlo, los aguardaba el artículo ”33”, seguramente. Pero circularon los casetes con las rolas “clandestinas” que pasaban de mano en mano, por debajo de la mesa, mientras crecía una suerte de vitalidad social que trató de ser acallada. Todo eso, dicen, quedó atrás en el tiempo. Pero hoy vemos a policías estadounidenses enfrentándose con estudiantes que se manifiestan en contra del cerco de la franja de Gaza, como en la Era de las marchas en contra de la guerra de Viet Nam. Mientras tanto, las protestas crecen y la guardia nacional estadounidense ronda la Universidad de Columbia. Eso es como poner más yesca en la hoguera.

Amable lector, en México hace años el Informe que los titulares del Ejecutivo rendían ante el Congreso de la Unión, el primero de septiembre, era conocido como el Día del Presidente. El habitante de Los Pinos recibía una cauda de elogios, panegíricos y la dócil respuesta que en nombre de todo el Congreso daba el legislador designado para tal efecto. Las voces discrepantes eran pocas. Y de esas pocas, muy tenues. Todo se ahogaba en un ruido de sordina o en una salva de aplausos. Hoy, estos Informes de gobierno ya dejaron de ser origen de bombos y platillos, fanfarrias y sonidos de trompetería. Su tono claramente festivo era para darnos la amarga medicina, creo.

Por conveniencia política o simplemente para evadir la presión social que engendra el señalar los fallos, los yerros, un día, el Primer Mandatario de la nación ya no tuvo que ir a la tribuna, sino que podía rendir su informe por escrito. Pocos lo objetaron formalmente, quizás porque en dicho ceremonial, propio de la liturgia política, se apreciaba cada vez menos una sesión parlamentaria para testimoniar la existencia de un régimen en verdad democrático.

El Informe era solo otra oportunidad de unos políticos –los reyes del cultivo— para significarse. Durante sexenios brilló por su ausencia una respuesta analítica para abrir las puertas a una posible discusión profunda entre los legisladores que legalmente nos representan. Por el contrario, se hizo gala de actitudes pasivas y sumisas ante el Jefe del Ejecutivo.

Así, un acto inherente a la rendición de cuentas y el desarrollo constitucional del país se desdibujó ante una realidad palmaria: el incumplimiento de lo que el pueblo quiere de sus gobernantes. ¿Y qué es lo que el pueblo exige de sus gobernantes? Saberlo en realidad es tarea sencilla. Demanda, en primer lugar, autenticidad. Y cuando se produce un vacío en la arena política, siempre hay alguien que lo llena, reza la frase.

En los años sesenta, el mundo sufrió la guerra de Vietnam del Sur contra Vietnam del Norte. Y en los Estados Unidos crecieron las protestas por dicha confrontación bélica que produjo la masacre de la Universidad de Kent, en 1970.

Vietnam del Sur era apoyado por el gobierno de Washington D.C., con dinero, pertrechos y armas. Y la guerra siguió por largo tiempo (hasta que dejó de aparecer en la tv, y fue como si nunca hubiera existido, como si nunca hubiese pasado. Se vivía el Verano del Amor (Summer of Love), que inicia en junio de mil novecientos sesenta y cinco y termina en el invierno de mil novecientos setenta y tres; lapso en el que se vivieron globalmente fenómenos como la revolución sexual, la cruzada feminista, el movimiento antiguerra, el apogeo de la contracultura, la guerra fría y el embargo petrolero.

No obstante, este periodo, comparado con el decenio actual y sus drogas fuertes, el VIH, la pandemia, la interrogante de la Inteligencia Artificial (IA), los selfies, los políticos que parecen conductores de programas de concurso, los drones artillados y los misiles hipersónicos, parece una gigantesca kermés con serpentinas y platos de colores.

En el “Verano del Amor” reinaban en México los Dugs Dugs, Javier Bátiz y Three Souls in my Mind, entre otros. El festival Rock y Ruedas de Avándaro –se calcula que tuvo una asistencia de doscientos cincuenta mil personas- escandalizó a sus antagonistas casi etimológicos, los cuales decretaron que la gente que asistió eran “peligrosos para México”. Y hubo censura al rock, género que desapareció de las radios y los conciertos durante una década o más. Se trató de neutralizar todo aquello que oliera a “cultura hippie”, sinónimo de transgresores y radicales. Las “tocadas” en espacios abiertos fueron prohibidas. Los Jimmy Hendrix, David Bowie, Deep Purple, Led Zeppelin, Pink Floyd, y The Rolling Stones de ningún modo hubieran sorteado el control fronterizo. De lograrlo, los aguardaba el artículo ”33”, seguramente. Pero circularon los casetes con las rolas “clandestinas” que pasaban de mano en mano, por debajo de la mesa, mientras crecía una suerte de vitalidad social que trató de ser acallada. Todo eso, dicen, quedó atrás en el tiempo. Pero hoy vemos a policías estadounidenses enfrentándose con estudiantes que se manifiestan en contra del cerco de la franja de Gaza, como en la Era de las marchas en contra de la guerra de Viet Nam. Mientras tanto, las protestas crecen y la guardia nacional estadounidense ronda la Universidad de Columbia. Eso es como poner más yesca en la hoguera.

Amable lector, en México hace años el Informe que los titulares del Ejecutivo rendían ante el Congreso de la Unión, el primero de septiembre, era conocido como el Día del Presidente. El habitante de Los Pinos recibía una cauda de elogios, panegíricos y la dócil respuesta que en nombre de todo el Congreso daba el legislador designado para tal efecto. Las voces discrepantes eran pocas. Y de esas pocas, muy tenues. Todo se ahogaba en un ruido de sordina o en una salva de aplausos. Hoy, estos Informes de gobierno ya dejaron de ser origen de bombos y platillos, fanfarrias y sonidos de trompetería. Su tono claramente festivo era para darnos la amarga medicina, creo.

Por conveniencia política o simplemente para evadir la presión social que engendra el señalar los fallos, los yerros, un día, el Primer Mandatario de la nación ya no tuvo que ir a la tribuna, sino que podía rendir su informe por escrito. Pocos lo objetaron formalmente, quizás porque en dicho ceremonial, propio de la liturgia política, se apreciaba cada vez menos una sesión parlamentaria para testimoniar la existencia de un régimen en verdad democrático.

El Informe era solo otra oportunidad de unos políticos –los reyes del cultivo— para significarse. Durante sexenios brilló por su ausencia una respuesta analítica para abrir las puertas a una posible discusión profunda entre los legisladores que legalmente nos representan. Por el contrario, se hizo gala de actitudes pasivas y sumisas ante el Jefe del Ejecutivo.

Así, un acto inherente a la rendición de cuentas y el desarrollo constitucional del país se desdibujó ante una realidad palmaria: el incumplimiento de lo que el pueblo quiere de sus gobernantes. ¿Y qué es lo que el pueblo exige de sus gobernantes? Saberlo en realidad es tarea sencilla. Demanda, en primer lugar, autenticidad. Y cuando se produce un vacío en la arena política, siempre hay alguien que lo llena, reza la frase.