/ sábado 20 de abril de 2024

Cantos del Poder / Miscelánea sabatina

Corre el año de 2050. La inteligencia artificial (IA) domina al mundo. Las máquinas nos educan, nos curan, nos distraen. Ocupan cada rincón de nuestras vidas. Y, si bien nos va, llegaron para quedarse.

La IA nos advierte sobre cómo realizar dictámenes médicos y jurídicos, nos ayuda a desempeñar tareas de sicoterapia, a componer bella música y poesía, y envía instrucciones transcontinentales a brazos mecánicos para efectuar una operación de transplante de hígado o riñón, entre otras “pequeñeces”. Los robots desempeñan los trabajos que antes hacían los humanos, y su frialdad paradójicamente los pone del lado de aquel que al permanecer más frío mejor sabe simular la pasión, la dulzura del amor y hasta el temor a lo desconocido.

Una maravilla es el desarrollo de clones digitales que permiten preservar el carácter, la esencia de una persona, cuando llega el tiempo de cruzar el exit. ¿Qué habrían escrito el genio de Stevenson, el gran Dafoe, el mismo Borges, acerca de esta manera de ser inmortal, ambición que por cierto a pocos atenaza hoy en día? ¿Qué nos deparan las nuevas técnicas?

A mitad del siglo XXI, el 70 por ciento de la población del mundo vive apretujado en las ciudades, y una vía de conocimiento, pero también de escape del tedio cotidiano es el turismo, como nunca antes. Los nuevos métodos de transporte como el hyperloop o los viajes al espacio trajo el desarrollo de la primera cadena sostenible de hoteles en la Luna, y surgieron miles de líneas aéreas de bajo presupuesto para orbitar nuestro planeta.

Se estima que de trescientos cincuenta millones de habitantes que tiene México, aproximadamente el veinte por ciento planea viajar a la Luna. Con un diez por ciento le sigue Marte, denominado “planeta Musk”, por los nativos de ciudades híper conectadas.

La Luna de miel en la Luna es un servicio del hostal “Supremo inn”, erigido en honor a la fecha de repoblación de nuestro satélite natural. La tarifa máxima es de cinco nano-coin (moneda principal en curso tras de la guerra del dólar estadounidense).

Las hosterías en territorio selenita evocan los hoteles Six, afamados en ciudades del sur de Texas, porque desde su inauguración el cobro era de seis dólares por día (El acelerado crecimiento de ese hotel modificó el paisaje en el Estado de la estrella solitaria, mucho antes de que se independizara de la Unión Americana).

Los paquetes de tiempo compartido en la Luna tienen restricciones. Pero se permiten las visitas guiadas al Mar de la Tranquilidad, rumbo al monumento erigido en honor al primer Alunizaje de una nave tripulada, sitio donde el comandante del Apolo XI, Neil Armstrong dio un pequeño paso y dijo: este es un salto gigantesco para la humanidad. El turismo cósmico no deja de tener inconvenientes. Al ser la fuerza de gravedad en nuestro satélite natural seis veces menor que en la Tierra, el simple acto de caminar es un reto. Pero es posible darse una ducha de arena centrifugada; visitar el museo Ronaldo y probar el platillo típico de la región: los emparedados de roast beef y las verduras cultivadas en el lado obscuro de la Luna, altas en proteínas.

De lo que nadie se salva es del reconversor de iones para la descontaminación bacteriológica y química, indispensable para el registro de entrada a terrenos selenitas, y que destila un tufillo que perdura días enteros. El ambiente ingrávido en la Luna provoca no solo incomodidad, sino también un alto grado de adicción. Pero no es nada que no arregle una sesión en la cámara neural-bárica para serenar a los viajeros. Solo que…

Corre el año de 2050. La inteligencia artificial (IA) domina al mundo. Las máquinas nos educan, nos curan, nos distraen. Ocupan cada rincón de nuestras vidas. Y, si bien nos va, llegaron para quedarse.

La IA nos advierte sobre cómo realizar dictámenes médicos y jurídicos, nos ayuda a desempeñar tareas de sicoterapia, a componer bella música y poesía, y envía instrucciones transcontinentales a brazos mecánicos para efectuar una operación de transplante de hígado o riñón, entre otras “pequeñeces”. Los robots desempeñan los trabajos que antes hacían los humanos, y su frialdad paradójicamente los pone del lado de aquel que al permanecer más frío mejor sabe simular la pasión, la dulzura del amor y hasta el temor a lo desconocido.

Una maravilla es el desarrollo de clones digitales que permiten preservar el carácter, la esencia de una persona, cuando llega el tiempo de cruzar el exit. ¿Qué habrían escrito el genio de Stevenson, el gran Dafoe, el mismo Borges, acerca de esta manera de ser inmortal, ambición que por cierto a pocos atenaza hoy en día? ¿Qué nos deparan las nuevas técnicas?

A mitad del siglo XXI, el 70 por ciento de la población del mundo vive apretujado en las ciudades, y una vía de conocimiento, pero también de escape del tedio cotidiano es el turismo, como nunca antes. Los nuevos métodos de transporte como el hyperloop o los viajes al espacio trajo el desarrollo de la primera cadena sostenible de hoteles en la Luna, y surgieron miles de líneas aéreas de bajo presupuesto para orbitar nuestro planeta.

Se estima que de trescientos cincuenta millones de habitantes que tiene México, aproximadamente el veinte por ciento planea viajar a la Luna. Con un diez por ciento le sigue Marte, denominado “planeta Musk”, por los nativos de ciudades híper conectadas.

La Luna de miel en la Luna es un servicio del hostal “Supremo inn”, erigido en honor a la fecha de repoblación de nuestro satélite natural. La tarifa máxima es de cinco nano-coin (moneda principal en curso tras de la guerra del dólar estadounidense).

Las hosterías en territorio selenita evocan los hoteles Six, afamados en ciudades del sur de Texas, porque desde su inauguración el cobro era de seis dólares por día (El acelerado crecimiento de ese hotel modificó el paisaje en el Estado de la estrella solitaria, mucho antes de que se independizara de la Unión Americana).

Los paquetes de tiempo compartido en la Luna tienen restricciones. Pero se permiten las visitas guiadas al Mar de la Tranquilidad, rumbo al monumento erigido en honor al primer Alunizaje de una nave tripulada, sitio donde el comandante del Apolo XI, Neil Armstrong dio un pequeño paso y dijo: este es un salto gigantesco para la humanidad. El turismo cósmico no deja de tener inconvenientes. Al ser la fuerza de gravedad en nuestro satélite natural seis veces menor que en la Tierra, el simple acto de caminar es un reto. Pero es posible darse una ducha de arena centrifugada; visitar el museo Ronaldo y probar el platillo típico de la región: los emparedados de roast beef y las verduras cultivadas en el lado obscuro de la Luna, altas en proteínas.

De lo que nadie se salva es del reconversor de iones para la descontaminación bacteriológica y química, indispensable para el registro de entrada a terrenos selenitas, y que destila un tufillo que perdura días enteros. El ambiente ingrávido en la Luna provoca no solo incomodidad, sino también un alto grado de adicción. Pero no es nada que no arregle una sesión en la cámara neural-bárica para serenar a los viajeros. Solo que…