/ domingo 9 de mayo de 2021

Liberándose del alcohol | Calla y escucha

Don Pedro es un jefe de familia de 42 años. Nació en la Ciudad de México, pero sus padres se lo trajeron a Tampico cuando apenas terminó la primaria. Su papá se vino a trabajar en una compañía de mantenimiento a la industria y se aclimató muy bien en Tampico por lo que decidió traerse a su pequeño núcleo familiar, su esposa y sus dos hijos: Pedro y Antonia.

Pedro fue inscrito de inmediato a la secundaria y reprobó el primer año, el segundo y el tercero los pasó normalmente, aunque con bajo promedio.

Con una historia de 17 años Pedro quiso trabajar. No escuchó ni a su madre ni a su padre de que continuara estudiando en un Cebtis. Desafortunadamente en las pocas oportunidades que hay, para trabajar a esa edad, no hubo una para Pedro. Se pasó un año sin trabajo, sin estudio, colaborando con su mamá y jugando el futbol. Al siguiente ciclo escolar inició en un Cebtis y terminó sus seis semestres con su certificado de técnico en electricidad.

Después de tocar varias puertas, se le abrió una en un taller y comenzó su trayectoria laboral. Paralelamente se inició en el consumo del alcohol. Como en la mayoría de las dependencias que adquiere el ser humano en su vida, empezó poco a poco. Primero por quedar bien con sus compañeros de trabajo. Para ser aceptado en el grupo. Después, aun sin los compañeros, sentía la necesidad de beber.

A los dos años de trabajar en el taller eléctrico, Pedro fue despedido por acumular cuatro faltas en una sola semana. Su alcoholismo lo había dominado. Pensó en casarse. Una mayor responsabilidad le obligaría dejar el alcohol. Su novia, hija del dueño del taller donde había laborado, aceptó casarse y formaron una nueva familia, sostenida inicialmente por la esposa, que era la secretaria del taller de su padre.

Como un nuevo miembro de la familia, del dueño del taller, Pedro regresó a trabajar y permaneció sobrio dos años. Pasados estos volvieron al consumo del alcohol, pero ahora con mayor intensidad. Se olvidó del trabajo y a su hogar lo convirtió en un campo de discusiones, de lágrimas y de frustraciones. El fantasma del divorcio empezó a rondar al matrimonio.

El suegro intervino comprensivamente. Tienes que buscar ayuda, le dijo. Tú estás enfermo y tienes que atenderte adecuadamente. Por ti, por mi hija y por mi nieto. Hoy te voy a llevar a una reunión de alcohólicos anónimos. Vas a asistir al grupo dos meses. Si después de esos dos meses decides retirarte lo haces y tú sabrás que haces con tu vida.

Pedro asistió. Le impactó ser recibido amablemente por hombres y mujeres que estaban trabajando arduamente por permanecer sobrios. Le dijeron que era totalmente libre de permanecer en la agrupación, y que esa primera reunión se la dedicaban a él y le obsequiaron un sonoro aplauso de bienvenida. “Aquí vas a aprender a vivir útil y felizmente, por supuesto a dejar de beber alcohol por el resto de tu vida. Siéntate, calla y escucha. No deseches lo que no conoces”

Pedro sigue en Alcohólicos Anónimos y en su mente vibra aún la frase que ha cambiado su vida. Calla y escucha. Entiende con absoluta claridad que el silencio es el requisito para saber escuchar. Que escuchar es el motor para la acción. Que la acción es la esencia de nuestra vida. Escuchar te permite entender y comprender al otro. Ese otro es tu esposa, tu hijo, tu suegro, tu compañero de trabajo etc. Al comprender al otro lo respetas, lo toleras tal como es y hasta lo amas.

Pedro ha cambiado positivamente su estilo de vida y sigue en la ruta de su desarrollo personal.

Si conoces a un alcohólico ayúdalo. Marca al (833) 212 56 34, (833) 216 60 58 y (833) 228 90 03; ahí te dirán cómo.

Don Pedro es un jefe de familia de 42 años. Nació en la Ciudad de México, pero sus padres se lo trajeron a Tampico cuando apenas terminó la primaria. Su papá se vino a trabajar en una compañía de mantenimiento a la industria y se aclimató muy bien en Tampico por lo que decidió traerse a su pequeño núcleo familiar, su esposa y sus dos hijos: Pedro y Antonia.

Pedro fue inscrito de inmediato a la secundaria y reprobó el primer año, el segundo y el tercero los pasó normalmente, aunque con bajo promedio.

Con una historia de 17 años Pedro quiso trabajar. No escuchó ni a su madre ni a su padre de que continuara estudiando en un Cebtis. Desafortunadamente en las pocas oportunidades que hay, para trabajar a esa edad, no hubo una para Pedro. Se pasó un año sin trabajo, sin estudio, colaborando con su mamá y jugando el futbol. Al siguiente ciclo escolar inició en un Cebtis y terminó sus seis semestres con su certificado de técnico en electricidad.

Después de tocar varias puertas, se le abrió una en un taller y comenzó su trayectoria laboral. Paralelamente se inició en el consumo del alcohol. Como en la mayoría de las dependencias que adquiere el ser humano en su vida, empezó poco a poco. Primero por quedar bien con sus compañeros de trabajo. Para ser aceptado en el grupo. Después, aun sin los compañeros, sentía la necesidad de beber.

A los dos años de trabajar en el taller eléctrico, Pedro fue despedido por acumular cuatro faltas en una sola semana. Su alcoholismo lo había dominado. Pensó en casarse. Una mayor responsabilidad le obligaría dejar el alcohol. Su novia, hija del dueño del taller donde había laborado, aceptó casarse y formaron una nueva familia, sostenida inicialmente por la esposa, que era la secretaria del taller de su padre.

Como un nuevo miembro de la familia, del dueño del taller, Pedro regresó a trabajar y permaneció sobrio dos años. Pasados estos volvieron al consumo del alcohol, pero ahora con mayor intensidad. Se olvidó del trabajo y a su hogar lo convirtió en un campo de discusiones, de lágrimas y de frustraciones. El fantasma del divorcio empezó a rondar al matrimonio.

El suegro intervino comprensivamente. Tienes que buscar ayuda, le dijo. Tú estás enfermo y tienes que atenderte adecuadamente. Por ti, por mi hija y por mi nieto. Hoy te voy a llevar a una reunión de alcohólicos anónimos. Vas a asistir al grupo dos meses. Si después de esos dos meses decides retirarte lo haces y tú sabrás que haces con tu vida.

Pedro asistió. Le impactó ser recibido amablemente por hombres y mujeres que estaban trabajando arduamente por permanecer sobrios. Le dijeron que era totalmente libre de permanecer en la agrupación, y que esa primera reunión se la dedicaban a él y le obsequiaron un sonoro aplauso de bienvenida. “Aquí vas a aprender a vivir útil y felizmente, por supuesto a dejar de beber alcohol por el resto de tu vida. Siéntate, calla y escucha. No deseches lo que no conoces”

Pedro sigue en Alcohólicos Anónimos y en su mente vibra aún la frase que ha cambiado su vida. Calla y escucha. Entiende con absoluta claridad que el silencio es el requisito para saber escuchar. Que escuchar es el motor para la acción. Que la acción es la esencia de nuestra vida. Escuchar te permite entender y comprender al otro. Ese otro es tu esposa, tu hijo, tu suegro, tu compañero de trabajo etc. Al comprender al otro lo respetas, lo toleras tal como es y hasta lo amas.

Pedro ha cambiado positivamente su estilo de vida y sigue en la ruta de su desarrollo personal.

Si conoces a un alcohólico ayúdalo. Marca al (833) 212 56 34, (833) 216 60 58 y (833) 228 90 03; ahí te dirán cómo.