/ jueves 21 de noviembre de 2019

No aprendemos gracias a la escuela, sino gracias a la vida... Séneca

No, de ninguna manera pretendo hablarles de algo que para mí, es tan difícil como que, a quienes pretenden comprender a Nietzsche y a Heidegger se les recomiende dedicar diez o quince años leyendo a Aristóteles. Imaginen ustedes, como dijera don Porfirio Díaz... “Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”... Hasta este momento, por más que le he buscado no he encontrado forma de explicarme cómo es que Clar Kent ha logrado ocultar su doble identidad desde antes de que yo naciera. Y con esa lectura obligada, en la que hemos tenido que disputarnos el turno con nuestros padres, que por derecho de autoridad siempre son los primeros en leer los cómics.

Alberto Cortez en su sátira musical “El Americano”, nos dice que lo que saben nuestros vecinos no lo aprendieron leyendo, sino que lo vieron en un filme “Americano”, de ahí que aseguren que Napoleón era un señor italiano que inició su revuelta sin los “Americanos” y agrega que la batalla de Waterloo no se hubiera perdido con la ayuda de los “Americanos”... Se me hace muy difícil que alguien haya escapado a este inevitable instrumento didáctico que son los Cómics.

“El Ser”... Era un niño de diez años cuando mi padre, que no leía ni a la Pequeña Lulú, ni a Superman ni a Batman, pero que sí era adicto a las novelitas del western o policiacas: Mickey Spillane, Sherlock Holmes, Hércules Poirot, que no incluían figuritas con textos englobados, sino que había que leer y darle idea a la acción, que finalmente nos proporcionaba una emoción superior a la de ver a Superman volando, llevando consigo a una locomotora en su brazo derecho y a Luisa Lane en el izquierdo.

El caso es que aquella afición a leer las novelitas de mi papá me llevó a leer otras del mismo tema pero con textos más complicados, que empecé a diferenciarlos por el estilo de prosa de cada autor. Ahora para mí el escritor era más importante que el título y, aparecieron... Sir Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Bram Stoker, Edgar Allan Poe, Julio Verne, todos hablándome de aventuras emocionantísimas en las que no cabían las vulgaridades... Esa fue la educación literaria que, sin darse cuenta me heredó mi padre al dejar a mi alcance sus económicas novelitas.

Y ocurrió que de pronto me liberé de esa influencia paternal, ahora, ya con diez u once años de edad, las biografías de los grandes hombres superaban no solamente a Superman, sino que eran mucho más emocionantes y creíbles, ya que aquellos personajes no volaban y sus acciones bélicas tenían una razón, defendían una idea, una propuesta que sin importar mi edad, era muy discernible para mi aún pueril mentalidad, hasta que por fin apareció el autor que me ayudó a relacionar lo escrito con la realidad de la vida.

Una editorial que no recuerdo su nombre puso a la venta unos libros tan económicos que imagino que las pastas estaban formadas con cartoncillo de ese que en la escuela nos encargaban para realizar algunos trabajos, así, cuando iba a comprar “La Prensa” o el “Excélsior” para mi papá me gastaba el cambio comprando uno de aquellos baratísimos ejemplares y ahí fue donde se disparó mi afición por la lectura... “Apuntes de un lugareño”, “La vida inútil de Pito Pérez”, de Don Rubén Romero, fueron los primeros libros que no robé a mi padre, pues al primer faltante del cambio por la compra del periódico autorizó las siguientes compras, regalándome con ello un tiempo que creo firmemente, fue mucho más gozado que las horas de televisión “americana” que ahora “disfrutan” nuestros infantes.

El tiempo y el Ser... Acostumbrados a las proezas de Superman, no podemos aceptar que nuestros héroes creados con la idea “Americana” de “El triunfo no es lo más importante, es lo único”, como lo dice el comentarista “Americano” David Failtenson, ganar por 2-1 a un equipo de un país que no entiendo cómo no lo han anexado a sus estrellitas “Americanas”, aunque seguramente ni falta hace, al que debieron haber derrotado por no menos de ocho goles de diferencia. Qué bueno que no soy de las Bermudas y qué bueno que ese tipo no es mi papá, pues no entiende que a esos, futbolísticamente hablando “niños”, al mandarlos por el El Sol de Tampico se irán acostumbrando a leer a columnistas interesantes, hasta que su cultura se iguale con la de los niños mexicanos, quienes en este momento se “roban” el cambio cuando el "Tata" los manda por el periódico, gastándolo en libros europeos que enseñan a expresarse en el idioma de Rinus Michels, Stefan Kovács, Johan Cruyff, Franz Beckenbauer, Pep Guardiola, Carlo Ancelotti etc...

Para la gente que piensa igual al mencionado comentarista, le acomoda la propuesta de Nietzsche, que dice que los valores existenciales sólo sirven para debilitar al hombre fuerte, al que convierten en esclavo, en oveja. El hombre débil se debería morir y si no puede, ayudarle a que lo consiga.

Hasta pronto amigo.

No, de ninguna manera pretendo hablarles de algo que para mí, es tan difícil como que, a quienes pretenden comprender a Nietzsche y a Heidegger se les recomiende dedicar diez o quince años leyendo a Aristóteles. Imaginen ustedes, como dijera don Porfirio Díaz... “Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”... Hasta este momento, por más que le he buscado no he encontrado forma de explicarme cómo es que Clar Kent ha logrado ocultar su doble identidad desde antes de que yo naciera. Y con esa lectura obligada, en la que hemos tenido que disputarnos el turno con nuestros padres, que por derecho de autoridad siempre son los primeros en leer los cómics.

Alberto Cortez en su sátira musical “El Americano”, nos dice que lo que saben nuestros vecinos no lo aprendieron leyendo, sino que lo vieron en un filme “Americano”, de ahí que aseguren que Napoleón era un señor italiano que inició su revuelta sin los “Americanos” y agrega que la batalla de Waterloo no se hubiera perdido con la ayuda de los “Americanos”... Se me hace muy difícil que alguien haya escapado a este inevitable instrumento didáctico que son los Cómics.

“El Ser”... Era un niño de diez años cuando mi padre, que no leía ni a la Pequeña Lulú, ni a Superman ni a Batman, pero que sí era adicto a las novelitas del western o policiacas: Mickey Spillane, Sherlock Holmes, Hércules Poirot, que no incluían figuritas con textos englobados, sino que había que leer y darle idea a la acción, que finalmente nos proporcionaba una emoción superior a la de ver a Superman volando, llevando consigo a una locomotora en su brazo derecho y a Luisa Lane en el izquierdo.

El caso es que aquella afición a leer las novelitas de mi papá me llevó a leer otras del mismo tema pero con textos más complicados, que empecé a diferenciarlos por el estilo de prosa de cada autor. Ahora para mí el escritor era más importante que el título y, aparecieron... Sir Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Bram Stoker, Edgar Allan Poe, Julio Verne, todos hablándome de aventuras emocionantísimas en las que no cabían las vulgaridades... Esa fue la educación literaria que, sin darse cuenta me heredó mi padre al dejar a mi alcance sus económicas novelitas.

Y ocurrió que de pronto me liberé de esa influencia paternal, ahora, ya con diez u once años de edad, las biografías de los grandes hombres superaban no solamente a Superman, sino que eran mucho más emocionantes y creíbles, ya que aquellos personajes no volaban y sus acciones bélicas tenían una razón, defendían una idea, una propuesta que sin importar mi edad, era muy discernible para mi aún pueril mentalidad, hasta que por fin apareció el autor que me ayudó a relacionar lo escrito con la realidad de la vida.

Una editorial que no recuerdo su nombre puso a la venta unos libros tan económicos que imagino que las pastas estaban formadas con cartoncillo de ese que en la escuela nos encargaban para realizar algunos trabajos, así, cuando iba a comprar “La Prensa” o el “Excélsior” para mi papá me gastaba el cambio comprando uno de aquellos baratísimos ejemplares y ahí fue donde se disparó mi afición por la lectura... “Apuntes de un lugareño”, “La vida inútil de Pito Pérez”, de Don Rubén Romero, fueron los primeros libros que no robé a mi padre, pues al primer faltante del cambio por la compra del periódico autorizó las siguientes compras, regalándome con ello un tiempo que creo firmemente, fue mucho más gozado que las horas de televisión “americana” que ahora “disfrutan” nuestros infantes.

El tiempo y el Ser... Acostumbrados a las proezas de Superman, no podemos aceptar que nuestros héroes creados con la idea “Americana” de “El triunfo no es lo más importante, es lo único”, como lo dice el comentarista “Americano” David Failtenson, ganar por 2-1 a un equipo de un país que no entiendo cómo no lo han anexado a sus estrellitas “Americanas”, aunque seguramente ni falta hace, al que debieron haber derrotado por no menos de ocho goles de diferencia. Qué bueno que no soy de las Bermudas y qué bueno que ese tipo no es mi papá, pues no entiende que a esos, futbolísticamente hablando “niños”, al mandarlos por el El Sol de Tampico se irán acostumbrando a leer a columnistas interesantes, hasta que su cultura se iguale con la de los niños mexicanos, quienes en este momento se “roban” el cambio cuando el "Tata" los manda por el periódico, gastándolo en libros europeos que enseñan a expresarse en el idioma de Rinus Michels, Stefan Kovács, Johan Cruyff, Franz Beckenbauer, Pep Guardiola, Carlo Ancelotti etc...

Para la gente que piensa igual al mencionado comentarista, le acomoda la propuesta de Nietzsche, que dice que los valores existenciales sólo sirven para debilitar al hombre fuerte, al que convierten en esclavo, en oveja. El hombre débil se debería morir y si no puede, ayudarle a que lo consiga.

Hasta pronto amigo.