/ domingo 5 de septiembre de 2021

Ocurrencias del futbol | Cuanto más grandes seamos en humildad, más cerca estaremos de la grandeza

¡Ah! Eran mis primeros años en el futbol, y México y Costa Rica ya se encontraban involucrados en una enemistad deportiva que animaba a la afición.

Aquel enfrentamiento era un clásico semejante al Guadalajara-América. Nunca como entonces nuestros dos pueblos se vieron involucrados en una fraternal enemistad. Muchos jugadores ticos de gran calidad llegaron a nuestro país para reforzar varios equipos nuestros. Como acostumbro hacerlo, les nombraré solo a los que vi jugar, hablo de los años 50: Edwin Cubero, campeón en 1950 con el Atlas que fuera mi equipo cuando niño; Leonel Boza, extraordinario extremo izquierdo del León; Hernán Cabalceta con aquel poderoso Marte de Camacho, Romo, Candia etc.; Evaristo Murillo, el inolvidable "Mulo", del Zacatepec de Panchito Hernández, Antonio Roca, Bigotón Vela, Raúl Cardenas, Héctor Ortiz, el Coruco Díaz, Ernesto Candia etc. Eso por nombrar solo a los de los años 50, pero después han continuado llegando para dejar huella, como Joel Campbell en la actualidad.

Tiempo después, en los 60, sólida aún aquella fraternal enemistad deportiva, con el Chiverío en su mejor momento, Héctor Hernández se había convertido en el verdugo de los ticos y, tanto en México como en Costa Rica, el ruido en las tribunas semejaba a una verdadera guerra. Era la clásica pelea entre hermanos, que nunca pasó de eso, al grado de que la prematura partida de nuestro querido "Chale" Héctor Hernández, fue tan sentida por nuestros hermanos ticos como por nosotros.

Fue en aquel tiempo cuando el León, con la llegada de Antonio Carbajal y Sergio Bravo, reforzó la ya de por sí poderosa alineación leonesa en donde lucía Leonel Boza. Obviamente, como suele suceder con los niños, las preferencias a la hora de elegir al héroe se tienden hacia el portero, el único de los once al que le es permitido hacer uso de sus manos para controlar el balón, condicionado claro al espacio compuesto por el área de meta. Quién iba a imaginar que el niño que yo era, con el tiempo iniciara una buena amistad con aquel enorme portero.

Justo cuando yo cumplía 10 años, Carbajal cubría la portería nacional y en 1966 estaba por cumplir su Quinta Copa Mundial. Cuatro años más tarde relataría esto. ¡Que encontradas emociones se apretujaban en mi corazón al inaugurarse el Campeonato Mundial de 1970! Ante el grandioso y multicolor espectáculo del estadio Azteca, sentía que mi pecho estallaba de orgullo al comprobar la gran capacidad organizativa de los dirigentes de mi país y porque México tenía el honor de recibir a las mejores selecciones del mundo.

Por otro lado, me invadía una rara e indefinible angustia, que se acentuaba a medida que pasaban los minutos y se hacía inminente el comienzo del Mundial con el choque México vs. URSS: por primera vez en veinte años no era actor sino espectador, mantenía el imbatido récord de haber participado en cinco Copas del Mundo defendiendo la portería mexicana, pero lamentaba no estar entre los tres palos cuando el máximo evento futbolístico se jugaba en mi país. ¡Los años no pasan en vano! y yo estaba a punto de cumplir 41! El tiempo me obligó a dejar paso a los más jóvenes. Y aunque esto es justo y lógico, hubiera querido estar sobre el pasto del Azteca.

El bullicio de nuestros compatriotas alentando a nuestro equipo y el mismo interés con que yo presenciaba el partido entre México y la URSS no impidieron que realizase un involuntario viaje hacia el pasado. Hacia aquel Mundial de Suiza, en el que Brasil volvió a golearnos y en el que el árbitro español, señor Asensi, nos impidió obtener nuestro primer punto en una Copa Jules Rimet al sancionar un inexistente penalti a favor de Francia. Ese primer punto para México recién lo conseguimos en mi tercer Mundial, el de Suecia en 1958, al empatar con Gales. ¡Vaya hazaña!, pensará irónicamente el lector. Ya sé que un punto es poca cosa, pero fue importante para nosotros los jugadores mexicanos, representantes de un futbol que, desde muchos años atras, hacía denodados esfuerzos por superarse.

Puede no gustarme el futbol actual, pero me gusta el futbol. Y sigo en la brecha. Orgulloso de mi récord, claro, aunque siempre mirando hacia adelante y pensando en la superación del balompié mexicano. Soñando en que podamos tener un equipo como ese brasileño que, magistralmente dirigido por Pelé, ganó el Mundial organizado por mi país. Y para ello es que debemos trabajar.

Fue para mí toda una experiencia el haber compartido muy gratos momentos con Toño, a quien tuve como maestro en Monterrey. Siendo yo, con mucho, el de mayor edad entre mis compañeros, era el único que podía hablar con él del pasado, así un día me dijo: Raúl, yo no conozco bien Monterrey, ¿me harías el favor de enseñármelo?... Y ahí vamos. ¡Qué barbaridad! No podíamos dar un paso sin que la gente se arremolinara a nuestro lado. Y él, paciente se detenía para atenderlos y sin escatimar autógrafos y fotografías. Así, llegamos hasta el estadio Universitario, en donde se encontraba entrenando Tigres. La televisión y la prensa que en ese momento entrevistaban a Vucetich y a los jugadores, abandonaron todo y fueron de prisa para abordar a Toño... ¡Qué personaje! Y qué suerte la mía el encontrarme entre su círculo de amistades.

Hasta pronto amigo.



¡Ah! Eran mis primeros años en el futbol, y México y Costa Rica ya se encontraban involucrados en una enemistad deportiva que animaba a la afición.

Aquel enfrentamiento era un clásico semejante al Guadalajara-América. Nunca como entonces nuestros dos pueblos se vieron involucrados en una fraternal enemistad. Muchos jugadores ticos de gran calidad llegaron a nuestro país para reforzar varios equipos nuestros. Como acostumbro hacerlo, les nombraré solo a los que vi jugar, hablo de los años 50: Edwin Cubero, campeón en 1950 con el Atlas que fuera mi equipo cuando niño; Leonel Boza, extraordinario extremo izquierdo del León; Hernán Cabalceta con aquel poderoso Marte de Camacho, Romo, Candia etc.; Evaristo Murillo, el inolvidable "Mulo", del Zacatepec de Panchito Hernández, Antonio Roca, Bigotón Vela, Raúl Cardenas, Héctor Ortiz, el Coruco Díaz, Ernesto Candia etc. Eso por nombrar solo a los de los años 50, pero después han continuado llegando para dejar huella, como Joel Campbell en la actualidad.

Tiempo después, en los 60, sólida aún aquella fraternal enemistad deportiva, con el Chiverío en su mejor momento, Héctor Hernández se había convertido en el verdugo de los ticos y, tanto en México como en Costa Rica, el ruido en las tribunas semejaba a una verdadera guerra. Era la clásica pelea entre hermanos, que nunca pasó de eso, al grado de que la prematura partida de nuestro querido "Chale" Héctor Hernández, fue tan sentida por nuestros hermanos ticos como por nosotros.

Fue en aquel tiempo cuando el León, con la llegada de Antonio Carbajal y Sergio Bravo, reforzó la ya de por sí poderosa alineación leonesa en donde lucía Leonel Boza. Obviamente, como suele suceder con los niños, las preferencias a la hora de elegir al héroe se tienden hacia el portero, el único de los once al que le es permitido hacer uso de sus manos para controlar el balón, condicionado claro al espacio compuesto por el área de meta. Quién iba a imaginar que el niño que yo era, con el tiempo iniciara una buena amistad con aquel enorme portero.

Justo cuando yo cumplía 10 años, Carbajal cubría la portería nacional y en 1966 estaba por cumplir su Quinta Copa Mundial. Cuatro años más tarde relataría esto. ¡Que encontradas emociones se apretujaban en mi corazón al inaugurarse el Campeonato Mundial de 1970! Ante el grandioso y multicolor espectáculo del estadio Azteca, sentía que mi pecho estallaba de orgullo al comprobar la gran capacidad organizativa de los dirigentes de mi país y porque México tenía el honor de recibir a las mejores selecciones del mundo.

Por otro lado, me invadía una rara e indefinible angustia, que se acentuaba a medida que pasaban los minutos y se hacía inminente el comienzo del Mundial con el choque México vs. URSS: por primera vez en veinte años no era actor sino espectador, mantenía el imbatido récord de haber participado en cinco Copas del Mundo defendiendo la portería mexicana, pero lamentaba no estar entre los tres palos cuando el máximo evento futbolístico se jugaba en mi país. ¡Los años no pasan en vano! y yo estaba a punto de cumplir 41! El tiempo me obligó a dejar paso a los más jóvenes. Y aunque esto es justo y lógico, hubiera querido estar sobre el pasto del Azteca.

El bullicio de nuestros compatriotas alentando a nuestro equipo y el mismo interés con que yo presenciaba el partido entre México y la URSS no impidieron que realizase un involuntario viaje hacia el pasado. Hacia aquel Mundial de Suiza, en el que Brasil volvió a golearnos y en el que el árbitro español, señor Asensi, nos impidió obtener nuestro primer punto en una Copa Jules Rimet al sancionar un inexistente penalti a favor de Francia. Ese primer punto para México recién lo conseguimos en mi tercer Mundial, el de Suecia en 1958, al empatar con Gales. ¡Vaya hazaña!, pensará irónicamente el lector. Ya sé que un punto es poca cosa, pero fue importante para nosotros los jugadores mexicanos, representantes de un futbol que, desde muchos años atras, hacía denodados esfuerzos por superarse.

Puede no gustarme el futbol actual, pero me gusta el futbol. Y sigo en la brecha. Orgulloso de mi récord, claro, aunque siempre mirando hacia adelante y pensando en la superación del balompié mexicano. Soñando en que podamos tener un equipo como ese brasileño que, magistralmente dirigido por Pelé, ganó el Mundial organizado por mi país. Y para ello es que debemos trabajar.

Fue para mí toda una experiencia el haber compartido muy gratos momentos con Toño, a quien tuve como maestro en Monterrey. Siendo yo, con mucho, el de mayor edad entre mis compañeros, era el único que podía hablar con él del pasado, así un día me dijo: Raúl, yo no conozco bien Monterrey, ¿me harías el favor de enseñármelo?... Y ahí vamos. ¡Qué barbaridad! No podíamos dar un paso sin que la gente se arremolinara a nuestro lado. Y él, paciente se detenía para atenderlos y sin escatimar autógrafos y fotografías. Así, llegamos hasta el estadio Universitario, en donde se encontraba entrenando Tigres. La televisión y la prensa que en ese momento entrevistaban a Vucetich y a los jugadores, abandonaron todo y fueron de prisa para abordar a Toño... ¡Qué personaje! Y qué suerte la mía el encontrarme entre su círculo de amistades.

Hasta pronto amigo.