/ viernes 6 de abril de 2018

A Tampico hay que sentirlo

A Tampico hay que sentirlo, caminarlo, sudarlo, llorarlo. Y si después de enojarte contra él sientes que aún lo amas, entonces Tampico es tuyo.

Te extraño, Tampico porque no te necesito para vivir. Pero estás tan dentro de mí que a veces me dan ganas de volver para besar tu suelo y respirar tu aire huasteco

Y es que Tampico es una mujer terca que te abraza, te cachetea y te habla al oído palabras de salitre, de voces domesticadas por el vaho del río Pánuco.

No hace falta que grite tu nombre o que diga que duermes entres bocanas. Basta recordar que en tus calles caminé y jugué los juegos mi infancia y esto es suficiente para no dejarte de lado

Aproximarse al abismo, urdir un plan último contra el miedo o la ruptura del lienzo no significa conclusión. Significa principio.

Lo mismo que las ciudades nunca seremos pobres si tenemos memoria. La metáfora es cobardía. Nombrar las cosas por su nombre es una forma de mentir. En la imaginación está inscrito el nombre de las cosas. ¿Dónde permanecer, en qué lado del tiempo quedarse? Lo temporal es piel, segundos sudando segundos. La hierba crece sin permiso alguno. ¿Qué hacer si hemos de morir? Todo es vano, círculo vicioso.

En la oscuridad hay otro idioma, otros números rigen la suma. La voz adquiere otro tono. A plena luz el corazón duerme en su metamorfosis de sombras. El aire delata la radiografía del adiós. Lo único cierto de Tampico es su memoria. Memoria paralela, espejo sin fragmentos que mira el bruto caer de pétalos rotos en las manos de los años.

Detrás de los espejos alguien nos mira. Ajenos, empeñado en la perfección del gesto, no advertimos el ojo que observa. El mundo consiste en mirar. La ceguera no conviene a nadie.

Alzo la vista y el cielo de Tampico me parece un manto gris que oculta mis lágrimas. Llorar, como el fuego, es un acto de purificación

El fuego es lengua de purificación, aleteo de eternidad en llamas. Abrazar el fuego es abrasar todos los instantes. Entrar al fuego es romper promesas de aire. El fuego se consume. Y nada dice. Bonzo orgánico. Cabellera férvida.

Neblinas en los campos. Sombras sobre la ciudad. La luz es líquida, mi voz es agua. La lluvia golpea mi rostro: gotas afiladas, abortadas por nubes huérfanas. Todo es frío. El aire, la noche. La soledad en la noche. Es Tampico, a la distancia…

A Tampico hay que sentirlo, caminarlo, sudarlo, llorarlo. Y si después de enojarte contra él sientes que aún lo amas, entonces Tampico es tuyo.

Te extraño, Tampico porque no te necesito para vivir. Pero estás tan dentro de mí que a veces me dan ganas de volver para besar tu suelo y respirar tu aire huasteco

Y es que Tampico es una mujer terca que te abraza, te cachetea y te habla al oído palabras de salitre, de voces domesticadas por el vaho del río Pánuco.

No hace falta que grite tu nombre o que diga que duermes entres bocanas. Basta recordar que en tus calles caminé y jugué los juegos mi infancia y esto es suficiente para no dejarte de lado

Aproximarse al abismo, urdir un plan último contra el miedo o la ruptura del lienzo no significa conclusión. Significa principio.

Lo mismo que las ciudades nunca seremos pobres si tenemos memoria. La metáfora es cobardía. Nombrar las cosas por su nombre es una forma de mentir. En la imaginación está inscrito el nombre de las cosas. ¿Dónde permanecer, en qué lado del tiempo quedarse? Lo temporal es piel, segundos sudando segundos. La hierba crece sin permiso alguno. ¿Qué hacer si hemos de morir? Todo es vano, círculo vicioso.

En la oscuridad hay otro idioma, otros números rigen la suma. La voz adquiere otro tono. A plena luz el corazón duerme en su metamorfosis de sombras. El aire delata la radiografía del adiós. Lo único cierto de Tampico es su memoria. Memoria paralela, espejo sin fragmentos que mira el bruto caer de pétalos rotos en las manos de los años.

Detrás de los espejos alguien nos mira. Ajenos, empeñado en la perfección del gesto, no advertimos el ojo que observa. El mundo consiste en mirar. La ceguera no conviene a nadie.

Alzo la vista y el cielo de Tampico me parece un manto gris que oculta mis lágrimas. Llorar, como el fuego, es un acto de purificación

El fuego es lengua de purificación, aleteo de eternidad en llamas. Abrazar el fuego es abrasar todos los instantes. Entrar al fuego es romper promesas de aire. El fuego se consume. Y nada dice. Bonzo orgánico. Cabellera férvida.

Neblinas en los campos. Sombras sobre la ciudad. La luz es líquida, mi voz es agua. La lluvia golpea mi rostro: gotas afiladas, abortadas por nubes huérfanas. Todo es frío. El aire, la noche. La soledad en la noche. Es Tampico, a la distancia…