/ domingo 19 de noviembre de 2017

El acto de escribir

El acto de escribir es un placer inmediato y solitario que acerca más a la lectura. Con la escritura se establece un vínculo extraño y cautivador salpicado de invenciones, verdades, secretos, sueños. Es descubrir que por más maltrato que demos a las palabras, éstas no pierden nunca su significado, su paciencia extrema.

La escritura juega mucho con lo intuitivo, con la errancia de lo impalpable, va de la mano de las emociones. Quizá por ello se diga que la palabra escrita es hija del silencio, de la fantasía, de los sueños. Y se diga por ello que el oído es el órgano de la escritura, porque al escribir escuchamos nuestra propia voz. Y también la vista, porque a través las palabras aprendemos a mirar.

Antológicamente, el acto de escribir se da mejor en el silencio, a la hora de semi-sueño. O esto creo yo. A medianoche, sólo se oye afuera el viento y el grave canto de las ranas. “Canta la rana/ y baila el sapo,/ y toca la guitarra/ el lagarto”. Esta fiesta de los anfibios --o mejor de la rana, el sapo y el lagarto, parece haberla escrito Lope de Vega mirando nuestras lagunas. Gran gozo habría sentido en aquel tiempo de aguas limpias. Miro la noche por la ventana... Dicen que a la hora del semi-sueño surgen las cosas que guarda uno dentro. Y que a veces se siente un latir en el cuello o algo queriendo salir por las yemas de los dedos. Es entonces cuando viene el desliz de la pluma sobre el papel…

VELADURAS

Estoy en Zacatecas, en el café Acrópolis, en una mesa junto a la ventana. Afuera la gente va y viene apresurada como si quisiera vaciar las tiendas. Saco de mi bolsa el teléfono, busco tu número… y lo marco. Oigo el timbre, después oigo tu voz en el buzón… –Estoy en Zacatecas tomando un café aquí, a un costado de la Catedral, ¿dónde estás tú, en la Roma? Pego la frente a la ventana y me quedo un rato así, sin sentir los minutos… El camarero llena por segunda vez y luego por tercera vez mi taza de café. Pido la cuenta, guardo el teléfono en la bolsa, me pongo el abrigo sin ninguna prisa, y me encamino a la salida. Ya en la banqueta, el viento se cuela entre mis piernas y juguetea con mi falda. Me abotono el abrigo y enredo a mi escote una bufanda tibia. ¡Cuánto frío! Una vez me dijiste que cala hasta los huesos y qué es limpio el infinito y es verdad, no lo he olvidado. No… ¿Cómo olvidar este cielo azulísimo? Los aparadores de las tiendas lucen sus tentaciones a los caminantes: un exquisito collar de ámbar atrae mi atención, ¿vendrá de Chiapas, de allá de San Cristóbal? Es tan lindo e ingenuo… Sigo caminando por la banqueta húmeda mientras se oculta el sol. No he visto una ciudad que me emocione más que ésta, que me alegre y me entristezca más que esta con sus farolas de luz amarillenta… ¡Buenas noches! Volteo, estás junto a mí… y algo se me atraviesa en la garganta cuando te miro…

mag_berumen@cafecostenito.com.mx

El acto de escribir es un placer inmediato y solitario que acerca más a la lectura. Con la escritura se establece un vínculo extraño y cautivador salpicado de invenciones, verdades, secretos, sueños. Es descubrir que por más maltrato que demos a las palabras, éstas no pierden nunca su significado, su paciencia extrema.

La escritura juega mucho con lo intuitivo, con la errancia de lo impalpable, va de la mano de las emociones. Quizá por ello se diga que la palabra escrita es hija del silencio, de la fantasía, de los sueños. Y se diga por ello que el oído es el órgano de la escritura, porque al escribir escuchamos nuestra propia voz. Y también la vista, porque a través las palabras aprendemos a mirar.

Antológicamente, el acto de escribir se da mejor en el silencio, a la hora de semi-sueño. O esto creo yo. A medianoche, sólo se oye afuera el viento y el grave canto de las ranas. “Canta la rana/ y baila el sapo,/ y toca la guitarra/ el lagarto”. Esta fiesta de los anfibios --o mejor de la rana, el sapo y el lagarto, parece haberla escrito Lope de Vega mirando nuestras lagunas. Gran gozo habría sentido en aquel tiempo de aguas limpias. Miro la noche por la ventana... Dicen que a la hora del semi-sueño surgen las cosas que guarda uno dentro. Y que a veces se siente un latir en el cuello o algo queriendo salir por las yemas de los dedos. Es entonces cuando viene el desliz de la pluma sobre el papel…

VELADURAS

Estoy en Zacatecas, en el café Acrópolis, en una mesa junto a la ventana. Afuera la gente va y viene apresurada como si quisiera vaciar las tiendas. Saco de mi bolsa el teléfono, busco tu número… y lo marco. Oigo el timbre, después oigo tu voz en el buzón… –Estoy en Zacatecas tomando un café aquí, a un costado de la Catedral, ¿dónde estás tú, en la Roma? Pego la frente a la ventana y me quedo un rato así, sin sentir los minutos… El camarero llena por segunda vez y luego por tercera vez mi taza de café. Pido la cuenta, guardo el teléfono en la bolsa, me pongo el abrigo sin ninguna prisa, y me encamino a la salida. Ya en la banqueta, el viento se cuela entre mis piernas y juguetea con mi falda. Me abotono el abrigo y enredo a mi escote una bufanda tibia. ¡Cuánto frío! Una vez me dijiste que cala hasta los huesos y qué es limpio el infinito y es verdad, no lo he olvidado. No… ¿Cómo olvidar este cielo azulísimo? Los aparadores de las tiendas lucen sus tentaciones a los caminantes: un exquisito collar de ámbar atrae mi atención, ¿vendrá de Chiapas, de allá de San Cristóbal? Es tan lindo e ingenuo… Sigo caminando por la banqueta húmeda mientras se oculta el sol. No he visto una ciudad que me emocione más que ésta, que me alegre y me entristezca más que esta con sus farolas de luz amarillenta… ¡Buenas noches! Volteo, estás junto a mí… y algo se me atraviesa en la garganta cuando te miro…

mag_berumen@cafecostenito.com.mx