/ domingo 23 de octubre de 2022

El cumpleaños del perro | El cine globalizado

Lo global es harto politizado. Y es algo tan simple como para referirse a lo que tiene carácter de mundial. ¿Qué hubiera sido si en 1965 Luis Buñuel hubiese filmado Simón del desierto en latín? Tal vez los escándalos de Mel Gibson cuando hizo La Pasión de Cristo en arameo en antiguo, y Apocalypto en maya fueran meras anécdotas.

Aunque el cine nació en Francia, es en los Estados Unidos donde alcanzó notoriedad como producto comercial o de índole cultural. Hasta que Hollywood puso su interés en el cine, éste logró su status de ente cultural y, por lo mismo, de entretenimiento digno de ser explotado.

¿Qué indicadores integran la globalización en el cine? Uno de ellos es la distribución. Por ejemplo, en años recientes el cine mexicano ha tenido una producción estable, sin embargo su “talón de Aquiles” ha sido la distribución no tanto en el extranjero sino dentro de su propio país. Las cadenas de cine siguen poniéndole reparos a las cintas nacionales que buscan ser exhibidas en sus pantallas.

Pongámoslo con todas sus letras: el cine americano es toda una poderosa industria y, según siempre se ha sabido, ocupa un lugar preponderante dentro de la captación de divisas para nuestro vecino del norte, por lo que su presencia es -por decir lo menos- avasallante.

En los países europeos existen leyes que sí protegen a sus cinematografías del monopolio hollywoodense. Por dos razones: tienen una suficiente producción fílmica como para abastecer su mercado nacional y, por la marcada y distanciada idiosincrasia, como en Rusia o los países escandinavos.

El mercado asiático merece especial atención. China es todo un caso. El número de estrenos americanos en las pantallas de sus cines está tipificado y no se ha modificado en los últimos cuarenta años a razón de 20 por año. No es casual que con mayor frecuencia películas de Holly-wood (Misión imposible, Batman, Transformers, etc.) tengan como telón de fondo escenarios chinos o hagan referencia a China como una potencia con el fin de que esas cintas se exhiban en pantallas del gigante de Asia.

Octavio Paz decía en su libro El arco y la lira que “la poesía es conocimiento”. En símil trazo puede decirse que el cine también es conocimiento. Millones de gentes tuvieron que ver La lista de Schindler, de Steven Spielberg, para saber del empresario alemán Oscar Schindler quien salvara a miles de judíos de ser asesinados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial en los campos de concentración de Auschwitz.

El cine, en este sentido, como ente de aspersiones culturales es capaz de irradiar conocimiento. El modo de ser, de hablar y de mostrar los lugares en donde viven los personajes conforma un todo antropológico que permite dilucidar un entorno humano y social, aunado a la magia misma que contiene y que es el cine. De este modo, no es arriesgado anotar que la globalización empieza desde el esbozo minimalista o local de las historias contadas en la pantalla grande.

El conservadurismo del mundo árabe o la apertura de Europa del norte, por ejemplo, se plasman de manera contundente en las películas que nos llegan de esas regiones del mundo.

Y nuestro cine mexicano se encuadra dentro de la misma ruta. Los filmes del celebrado director Arturo Ripstein son bastante apreciados en muchos países por su marcado tono “mexicano”, donde un costumbrismo sórdido y asfixiante se amalgama a una universalidad inherente e inaplazable…

Es en los filmes digamos locales o con hálitos costumbristas (así sean los neoyorkinos de Woody Allen o finlandeses de Aki Kaurismaki) que pueden rastrearse elementos de la globalización, como acota Yúdice (2002), “desde un punto de vista cultural que ha pluralizado los contactos entre pueblos diversos”.

Lo mismo que vemos agobia en un profesor de arte en El sacrificio, de Andrei Tarkovsky, por el declive moral de la humanidad o lo que le angustia a la telegrafista que baila en Danzón, de María Novaro, al no encontrar a su pareja de pista, proyectan las miradas ontológicas de las sociedades donde subyacen semejantes ahogos existenciales. Es decir, el cine contiene y explaya una globalidad no solamente desde la extensión y reducción del espacio geográfico desde donde sucede, sino aún más evidente: desde la globalización de las emociones, los miedos y pasiones humanas. El mundo está contenido en una nuez, como bien acotaba Shakespeare. Y esa nuez es, sin duda, la aldea global a la que aludía McLuhan.

Desde la cartelera misma, la cual está dominada por el cine americano y sus secuaces los géneros cinematográficos más demandados: comedia, acción, ciencia ficción, etc., el público se encuentra prácticamente secuestrado. Y si quiere degustar de un cine de mayor exigencia estética tendrá que buscarlo en circuitos alternativos o tiendas que distribuyan dicho cine.

Como conclusiones se puede decir que uno de los partícipes más importante en la globalización es el cine. Su poder de penetración y de influencia en las masas es inobjetable y palpable. El núcleo de población más remoto o marginado en el planeta cuenta con un cine o un monitor de TV donde se proyecte una película. Y esto es nada menos ni nada más que el mundo global.

No solo encender el aparato de tv o abrir la laptop para leer qué pasa en otras partes del mundo es un acto global, que de tan común ya no sorprende. Es en el cómo percibimos ese mundo (ser es ser percibido, escribió el filósofo y obispo irlandés George Berkeley) a través de un arte como el cine, que podemos empezar a entender las costumbres de otras sociedades.

Cada vez nos encaminamos a ser un mundo, más que global, visual. Pareciera que la frase, aquella de que "una imagen dice más que mil palabras" está más vigente que nunca. Solo que el cine aglutina más que imágenes: recrea mundos, ambientes, situaciones que lo mismo es común para un habitante de Burkina Fasso, Argentina, Irak o Reino Unido. Es decir, el cine sintoniza los sentimientos y las pasiones humanas. Y eso, a todas luces, es globalización…

Lo global es harto politizado. Y es algo tan simple como para referirse a lo que tiene carácter de mundial. ¿Qué hubiera sido si en 1965 Luis Buñuel hubiese filmado Simón del desierto en latín? Tal vez los escándalos de Mel Gibson cuando hizo La Pasión de Cristo en arameo en antiguo, y Apocalypto en maya fueran meras anécdotas.

Aunque el cine nació en Francia, es en los Estados Unidos donde alcanzó notoriedad como producto comercial o de índole cultural. Hasta que Hollywood puso su interés en el cine, éste logró su status de ente cultural y, por lo mismo, de entretenimiento digno de ser explotado.

¿Qué indicadores integran la globalización en el cine? Uno de ellos es la distribución. Por ejemplo, en años recientes el cine mexicano ha tenido una producción estable, sin embargo su “talón de Aquiles” ha sido la distribución no tanto en el extranjero sino dentro de su propio país. Las cadenas de cine siguen poniéndole reparos a las cintas nacionales que buscan ser exhibidas en sus pantallas.

Pongámoslo con todas sus letras: el cine americano es toda una poderosa industria y, según siempre se ha sabido, ocupa un lugar preponderante dentro de la captación de divisas para nuestro vecino del norte, por lo que su presencia es -por decir lo menos- avasallante.

En los países europeos existen leyes que sí protegen a sus cinematografías del monopolio hollywoodense. Por dos razones: tienen una suficiente producción fílmica como para abastecer su mercado nacional y, por la marcada y distanciada idiosincrasia, como en Rusia o los países escandinavos.

El mercado asiático merece especial atención. China es todo un caso. El número de estrenos americanos en las pantallas de sus cines está tipificado y no se ha modificado en los últimos cuarenta años a razón de 20 por año. No es casual que con mayor frecuencia películas de Holly-wood (Misión imposible, Batman, Transformers, etc.) tengan como telón de fondo escenarios chinos o hagan referencia a China como una potencia con el fin de que esas cintas se exhiban en pantallas del gigante de Asia.

Octavio Paz decía en su libro El arco y la lira que “la poesía es conocimiento”. En símil trazo puede decirse que el cine también es conocimiento. Millones de gentes tuvieron que ver La lista de Schindler, de Steven Spielberg, para saber del empresario alemán Oscar Schindler quien salvara a miles de judíos de ser asesinados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial en los campos de concentración de Auschwitz.

El cine, en este sentido, como ente de aspersiones culturales es capaz de irradiar conocimiento. El modo de ser, de hablar y de mostrar los lugares en donde viven los personajes conforma un todo antropológico que permite dilucidar un entorno humano y social, aunado a la magia misma que contiene y que es el cine. De este modo, no es arriesgado anotar que la globalización empieza desde el esbozo minimalista o local de las historias contadas en la pantalla grande.

El conservadurismo del mundo árabe o la apertura de Europa del norte, por ejemplo, se plasman de manera contundente en las películas que nos llegan de esas regiones del mundo.

Y nuestro cine mexicano se encuadra dentro de la misma ruta. Los filmes del celebrado director Arturo Ripstein son bastante apreciados en muchos países por su marcado tono “mexicano”, donde un costumbrismo sórdido y asfixiante se amalgama a una universalidad inherente e inaplazable…

Es en los filmes digamos locales o con hálitos costumbristas (así sean los neoyorkinos de Woody Allen o finlandeses de Aki Kaurismaki) que pueden rastrearse elementos de la globalización, como acota Yúdice (2002), “desde un punto de vista cultural que ha pluralizado los contactos entre pueblos diversos”.

Lo mismo que vemos agobia en un profesor de arte en El sacrificio, de Andrei Tarkovsky, por el declive moral de la humanidad o lo que le angustia a la telegrafista que baila en Danzón, de María Novaro, al no encontrar a su pareja de pista, proyectan las miradas ontológicas de las sociedades donde subyacen semejantes ahogos existenciales. Es decir, el cine contiene y explaya una globalidad no solamente desde la extensión y reducción del espacio geográfico desde donde sucede, sino aún más evidente: desde la globalización de las emociones, los miedos y pasiones humanas. El mundo está contenido en una nuez, como bien acotaba Shakespeare. Y esa nuez es, sin duda, la aldea global a la que aludía McLuhan.

Desde la cartelera misma, la cual está dominada por el cine americano y sus secuaces los géneros cinematográficos más demandados: comedia, acción, ciencia ficción, etc., el público se encuentra prácticamente secuestrado. Y si quiere degustar de un cine de mayor exigencia estética tendrá que buscarlo en circuitos alternativos o tiendas que distribuyan dicho cine.

Como conclusiones se puede decir que uno de los partícipes más importante en la globalización es el cine. Su poder de penetración y de influencia en las masas es inobjetable y palpable. El núcleo de población más remoto o marginado en el planeta cuenta con un cine o un monitor de TV donde se proyecte una película. Y esto es nada menos ni nada más que el mundo global.

No solo encender el aparato de tv o abrir la laptop para leer qué pasa en otras partes del mundo es un acto global, que de tan común ya no sorprende. Es en el cómo percibimos ese mundo (ser es ser percibido, escribió el filósofo y obispo irlandés George Berkeley) a través de un arte como el cine, que podemos empezar a entender las costumbres de otras sociedades.

Cada vez nos encaminamos a ser un mundo, más que global, visual. Pareciera que la frase, aquella de que "una imagen dice más que mil palabras" está más vigente que nunca. Solo que el cine aglutina más que imágenes: recrea mundos, ambientes, situaciones que lo mismo es común para un habitante de Burkina Fasso, Argentina, Irak o Reino Unido. Es decir, el cine sintoniza los sentimientos y las pasiones humanas. Y eso, a todas luces, es globalización…