/ domingo 3 de noviembre de 2019

En mi corazón


Ayer, una vez más, se festejó en nuestro país el Día consagrado a los Santos Difuntos...

Costumbre que emana de la herencia cultural de nuestros ancestros los indios fundadores de esta hermosa Patria nuestra y en la inmensa mayoría de los hogares mexicanos se instalaron los altares en honor de los seres queridos de cada quien, que ya entregaron tributo a la madre tierra.

Es una buena costumbre recordar a nuestros muertos, por supuesto, para que su figura no muera en nuestro pensamiento y perdure mientras sigamos en este mundo, pero creo que es más importante demostrarles en vida todo el amor que les profesamos.

Aquí cabe consignar aquel bello pensamiento de la recordada poetisa tampiqueña Ana María Rabatté y Cervi:

Nunca visites panteones,

ni llenes tumbas de flores,

llena de amor corazones

en vida, hermano, en vida.

Nada más acertado que las palabras de Ana María Rabatté, porque en realidad, quizá porque tenemos la dicha y la suerte de disfrutar de la compañía de nuestros seres queridos, a veces olvidamos que el amor se demuestra con actos de bondad, con pequeños detalles de gente educada y con palabras que le hagan sentir que son importantes en nuestra existencia.

Hoy los tenemos, mañana no, luego entonces es hoy, en vida, cuando hay que llenar de amor esos corazones que laten tan cerca de nosotros para que, si parten ellos primero al Reino Eterno, su espíritu vaya al encuentro de Dios lleno de cosas bellas, que su equipaje final esté repleto de amor y no de rencor.

Está bien que recordemos a los que ya se fueron, pero está mejor que a los que aún tenemos con vida les digamos cuánto los amamos y nunca nos quedemos con ningún sentimiento de culpa que ya no podemos borrar.

Un ramo de flores, una invitación a cenar, un regalo de cumpleaños o, simplemente, unas palabras de aliento a la gente que está cerca de nosotros, nos quitará esa miseria moral que nos impide demostrar los buenos sentimientos.

Saber perdonar y no guardar rencores por alguna discusión pasada puede aligerar la carga negativa que también nosotros podríamos llevar a nuestra propia tumba.

Las flores en el panteón a los tres días estarán marchitas y el amor que los difuntos se llevaron a su vida espiritual será para la eternidad que disfrutarán junto al Creador de la Vida.

Por lo tanto, como dice la poetisa:

Si deseas dar una flor,

no esperes a que se muera,

mándala hoy con amor.

Yo no fui al panteón, mis muertos son muchos, mejor elevé mis plegarias por el eterno descanso de sus almas y porque Dios les conceda la paz espiritual que les haya faltado en vida.

Y en silencio dejé escapar mi arrepentimiento por alguna omisión de amor que haya tenido hacia mis seres queridos que ya fallecieron, porque aun si lo manifestara a todo pulmón o lo hiciera viral en las redes sociales, ya no tendría ningún valor, ya ellos no me podrán escuchar.

Además, yo no creo que estén en ningún cementerio, de lo que sí estoy seguro, es de que los llevo siempre en mi corazón.


Ayer, una vez más, se festejó en nuestro país el Día consagrado a los Santos Difuntos...

Costumbre que emana de la herencia cultural de nuestros ancestros los indios fundadores de esta hermosa Patria nuestra y en la inmensa mayoría de los hogares mexicanos se instalaron los altares en honor de los seres queridos de cada quien, que ya entregaron tributo a la madre tierra.

Es una buena costumbre recordar a nuestros muertos, por supuesto, para que su figura no muera en nuestro pensamiento y perdure mientras sigamos en este mundo, pero creo que es más importante demostrarles en vida todo el amor que les profesamos.

Aquí cabe consignar aquel bello pensamiento de la recordada poetisa tampiqueña Ana María Rabatté y Cervi:

Nunca visites panteones,

ni llenes tumbas de flores,

llena de amor corazones

en vida, hermano, en vida.

Nada más acertado que las palabras de Ana María Rabatté, porque en realidad, quizá porque tenemos la dicha y la suerte de disfrutar de la compañía de nuestros seres queridos, a veces olvidamos que el amor se demuestra con actos de bondad, con pequeños detalles de gente educada y con palabras que le hagan sentir que son importantes en nuestra existencia.

Hoy los tenemos, mañana no, luego entonces es hoy, en vida, cuando hay que llenar de amor esos corazones que laten tan cerca de nosotros para que, si parten ellos primero al Reino Eterno, su espíritu vaya al encuentro de Dios lleno de cosas bellas, que su equipaje final esté repleto de amor y no de rencor.

Está bien que recordemos a los que ya se fueron, pero está mejor que a los que aún tenemos con vida les digamos cuánto los amamos y nunca nos quedemos con ningún sentimiento de culpa que ya no podemos borrar.

Un ramo de flores, una invitación a cenar, un regalo de cumpleaños o, simplemente, unas palabras de aliento a la gente que está cerca de nosotros, nos quitará esa miseria moral que nos impide demostrar los buenos sentimientos.

Saber perdonar y no guardar rencores por alguna discusión pasada puede aligerar la carga negativa que también nosotros podríamos llevar a nuestra propia tumba.

Las flores en el panteón a los tres días estarán marchitas y el amor que los difuntos se llevaron a su vida espiritual será para la eternidad que disfrutarán junto al Creador de la Vida.

Por lo tanto, como dice la poetisa:

Si deseas dar una flor,

no esperes a que se muera,

mándala hoy con amor.

Yo no fui al panteón, mis muertos son muchos, mejor elevé mis plegarias por el eterno descanso de sus almas y porque Dios les conceda la paz espiritual que les haya faltado en vida.

Y en silencio dejé escapar mi arrepentimiento por alguna omisión de amor que haya tenido hacia mis seres queridos que ya fallecieron, porque aun si lo manifestara a todo pulmón o lo hiciera viral en las redes sociales, ya no tendría ningún valor, ya ellos no me podrán escuchar.

Además, yo no creo que estén en ningún cementerio, de lo que sí estoy seguro, es de que los llevo siempre en mi corazón.