/ martes 7 de enero de 2020

Una pintura es un poema sin palabras

La finalidad del arte, es dar cuerpo a la esencia de las cosas, no el copiar su apariencia... Aristóteles

Encontrándome con mis nietos disfrutando de un programa de televisión, frente a mí estaba el gatito supuestamente dormido, cuando en la pantalla aparece de pronto una orquesta sinfónica tocando la Swit en sol mayor de Juan Sebastián Bach. El gato alzó su cabeza sin señal alguna de modorra, ¡No! El sueño desapareció, siendo sustituido por una expresión de sorpresa. Pero su mirada no iba hacia la televisión, sino que estaba fija en el vacío de aquella sala, yendo de un lado a otro pero sin fijarse en lo tangible, estableciéndose a dos metros, o uno o cuatro, buscando en el vacío la fuente de la que procedía aquel dulce sonido que lo tenía embelesado.

Un pequeño felino que está presente en la mayoría de las salas de un hogar, un felino que en su condición de mascota suele ser tan tierno como la melodía que en ese momento se escuchaba, pero que cuando de gatito pasa a ser león, imaginamos a la más feroz bestia del reino animal. Pero, he de decirles que he tenido la oportunidad de ver en un circo cómo el león adormilado reaccionó igual que el gatito de mis nietos cuando escuchó a la orquesta tocar una dulce melodía. Ahí estaba la horrible cara de aquella fiera, transformada su mirada infernal en la boba expresión que presenta la curiosidad... ¿Quién produce ese sonido tan agradable? Y es obvio que la bestia sabe que la fuente se encuentra suspendida ahí, en el vacío, una subjetividad tan poderosa como invisible que incluso domina a las fieras.

Un músico español (pianista y barítono operístico) llamado Ramón Gener, se ha convertido en un gran conferencista en arte, que como nadie que yo haya conocido, puede versar sobre tan difícil y extenso tema. El nos dice que la gente que no asiste a los museos o al teatro es por temor a que los demás se enteren de su ignorancia al respecto, asegurando que toda persona que sea capaz de sentir emoción, está capacitada para escuchar, leer, contemplar el arte, invitándonos a un viaje a través del arte y las emociones.

Beethoven es para él, el mejor ejemplo que tiene. Un músico que con solo cuatro notas nos impresiona con su quinta sinfonía, pero que con otras cuatro nos estremece con la séptima sinfonía, un hombre que desnuda su alma para que lo conozcamos y, que, con la tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima y novena, desnuda todas nuestras almas. Muy joven me aficioné a la música clásica y a mis veinte años ya poseía una buena colección de conciertos famosos, Bach, Tchaikovsky, Brahams, Debussy, Mahler, Mendelson, Berlioz, Chopin, Lizt, etc., ¿Que qué sabía yo de música? Nada, aquellos discos los compré porque las melodías que contenían me causaban emoción.

Beethoven era mi favorito, su concierto No. 1 para violín y orquesta es sin duda mi preferido, pero había algo en la séptima sinfonía, que al igual que a los gatos y los leones, me tenía intrigado, aquella melodía me ponía triste sin que yo supiera por qué y, sin embargo, algo me obligaba a escucharlo, hasta que por ahi de los 90's, escuché a Sarah Brightman cantar la letra que alguien puso a aquella melodía, con el nombre de Il figlio perduto... “El niño perdido”. Sí, la obra de arte hace que te emociones por algo que has vivido. Es algo parecido al Deja-vu que a todos nos ha tocado alguna vez, a mí me ocurrió recientemente, cuando escuchando cantar a dúo a Aída Garifullina con el desaparecido Dimitri Hvorostovski una hermosa canción llamada precisamente Deja-vu, que me dejó paralizado por un buen tiempo, hasta que reparé en la belleza de Garifullina y en el atuendo que portaba, que tanto se asemeja al que mi esposa Hortensia vistió el día que nos casamos, nuevamente la emoción apareciendo frente al arte.

Este pasado domingo se ofició una misa a la memoria de mi cuñado Jorge Yapur Sherife. En donde por enésima vez fui sorprendido por el arte de este iluminado. Si ustedes han estado en la Parroquia de Santo Ángel, habrán visto que al frente se encuentra una obra de arte, ante la cual se mueven nuestras emociones y, cada quien la interpretará según su sentir. Sin embargo, muy amablemente se nos instruyó por medio de un folleto que nos dice que la obra es producto de la imaginación fecunda de Jorge Yapur, tiempo y espacio parecen conjugarse para mostrarnos el origen del universo y su expansión... La técnica: Acrílico y óleo, pintado sobre tela acrílica adherida a madera de cedro. Dimensiones: 9.20m x 2.90m. Período de realización, del 10 de febrero al 10 de junio de 1999.

Con la seguridad de lo que he observado en las miradas del gatito viendo la televisión en el castillo de la Monteverde y, la de aquel león en el circo, llevados hasta las banquetas que rodean la Plaza de Armas, estarían igual que yo, buscando en el vacío la presencia de Jorge, que seguramente por ahí anda.

Hasta pronto amigo.

La finalidad del arte, es dar cuerpo a la esencia de las cosas, no el copiar su apariencia... Aristóteles

Encontrándome con mis nietos disfrutando de un programa de televisión, frente a mí estaba el gatito supuestamente dormido, cuando en la pantalla aparece de pronto una orquesta sinfónica tocando la Swit en sol mayor de Juan Sebastián Bach. El gato alzó su cabeza sin señal alguna de modorra, ¡No! El sueño desapareció, siendo sustituido por una expresión de sorpresa. Pero su mirada no iba hacia la televisión, sino que estaba fija en el vacío de aquella sala, yendo de un lado a otro pero sin fijarse en lo tangible, estableciéndose a dos metros, o uno o cuatro, buscando en el vacío la fuente de la que procedía aquel dulce sonido que lo tenía embelesado.

Un pequeño felino que está presente en la mayoría de las salas de un hogar, un felino que en su condición de mascota suele ser tan tierno como la melodía que en ese momento se escuchaba, pero que cuando de gatito pasa a ser león, imaginamos a la más feroz bestia del reino animal. Pero, he de decirles que he tenido la oportunidad de ver en un circo cómo el león adormilado reaccionó igual que el gatito de mis nietos cuando escuchó a la orquesta tocar una dulce melodía. Ahí estaba la horrible cara de aquella fiera, transformada su mirada infernal en la boba expresión que presenta la curiosidad... ¿Quién produce ese sonido tan agradable? Y es obvio que la bestia sabe que la fuente se encuentra suspendida ahí, en el vacío, una subjetividad tan poderosa como invisible que incluso domina a las fieras.

Un músico español (pianista y barítono operístico) llamado Ramón Gener, se ha convertido en un gran conferencista en arte, que como nadie que yo haya conocido, puede versar sobre tan difícil y extenso tema. El nos dice que la gente que no asiste a los museos o al teatro es por temor a que los demás se enteren de su ignorancia al respecto, asegurando que toda persona que sea capaz de sentir emoción, está capacitada para escuchar, leer, contemplar el arte, invitándonos a un viaje a través del arte y las emociones.

Beethoven es para él, el mejor ejemplo que tiene. Un músico que con solo cuatro notas nos impresiona con su quinta sinfonía, pero que con otras cuatro nos estremece con la séptima sinfonía, un hombre que desnuda su alma para que lo conozcamos y, que, con la tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima y novena, desnuda todas nuestras almas. Muy joven me aficioné a la música clásica y a mis veinte años ya poseía una buena colección de conciertos famosos, Bach, Tchaikovsky, Brahams, Debussy, Mahler, Mendelson, Berlioz, Chopin, Lizt, etc., ¿Que qué sabía yo de música? Nada, aquellos discos los compré porque las melodías que contenían me causaban emoción.

Beethoven era mi favorito, su concierto No. 1 para violín y orquesta es sin duda mi preferido, pero había algo en la séptima sinfonía, que al igual que a los gatos y los leones, me tenía intrigado, aquella melodía me ponía triste sin que yo supiera por qué y, sin embargo, algo me obligaba a escucharlo, hasta que por ahi de los 90's, escuché a Sarah Brightman cantar la letra que alguien puso a aquella melodía, con el nombre de Il figlio perduto... “El niño perdido”. Sí, la obra de arte hace que te emociones por algo que has vivido. Es algo parecido al Deja-vu que a todos nos ha tocado alguna vez, a mí me ocurrió recientemente, cuando escuchando cantar a dúo a Aída Garifullina con el desaparecido Dimitri Hvorostovski una hermosa canción llamada precisamente Deja-vu, que me dejó paralizado por un buen tiempo, hasta que reparé en la belleza de Garifullina y en el atuendo que portaba, que tanto se asemeja al que mi esposa Hortensia vistió el día que nos casamos, nuevamente la emoción apareciendo frente al arte.

Este pasado domingo se ofició una misa a la memoria de mi cuñado Jorge Yapur Sherife. En donde por enésima vez fui sorprendido por el arte de este iluminado. Si ustedes han estado en la Parroquia de Santo Ángel, habrán visto que al frente se encuentra una obra de arte, ante la cual se mueven nuestras emociones y, cada quien la interpretará según su sentir. Sin embargo, muy amablemente se nos instruyó por medio de un folleto que nos dice que la obra es producto de la imaginación fecunda de Jorge Yapur, tiempo y espacio parecen conjugarse para mostrarnos el origen del universo y su expansión... La técnica: Acrílico y óleo, pintado sobre tela acrílica adherida a madera de cedro. Dimensiones: 9.20m x 2.90m. Período de realización, del 10 de febrero al 10 de junio de 1999.

Con la seguridad de lo que he observado en las miradas del gatito viendo la televisión en el castillo de la Monteverde y, la de aquel león en el circo, llevados hasta las banquetas que rodean la Plaza de Armas, estarían igual que yo, buscando en el vacío la presencia de Jorge, que seguramente por ahí anda.

Hasta pronto amigo.