/ lunes 5 de noviembre de 2018

70 de El túnel, de Ernesto Sabato

Hay escritores que nos marcaron y que nos descubrieron las posibilidades de la literatura como medio de expresión y de escudriñamiento moral del hombre.

Ernesto Sabato (24 de junio de 1911- 30 de abril de 2011), el inmenso escritor argentino que alguna vez dijo que “milagro es que los hombres no renuncien a sus valores cuando el sueldo no les alcanza para dar de comer a su familia”, fue una voz tal vez opacada por la luz rutilante de Borges y Cortázar pero, a mi parecer como lector, con más humanidad en sus textos literarios.

Al igual que los que vivimos en Tampico, Sabato nos dejó, en su libro La resistencia, el palpitar moral y psicológico de pertenecer a una ciudad: “Quiero hablarles de Buenos Aires. Aunque yo no vivo en ella y me resultaría insoportable, la reconozco como mi ciudad, por eso mismo es que la sufro. Ella representa, de alguna manera, lo que es la vida de estas urbes donde viven, o sobreviven, millones de habitantes. Pero antes le voy a repetir la situación del mundo, lo que todos sabemos, en la esperanza de que por la repetición, como la gota de agua, o el martillo contra la puerta cerrada, veamos un día que las cosas revirtieron. Acaso en verdad ya lo está haciendo: ya se filtra la luz entre las rendijas de la vieja civilización.”

En El túnel, una las tres novelas que escribió, Sabato desde la ficción plantea los escombros a/ morales del hombre contemporáneo que, si lo trasladamos a nuestra época (pensando que la novela fue publicada en 1948), recobra una actualidad admirable: “Mientras volvía a mi casa profundamente deprimido, trataba de pensar con claridad. Mi cerebro es un hervidero, pero cuando me pongo nervioso las ideas se me suceden como en un vertiginoso ballet; a pesar de lo cual, o quizás por eso mismo, he ido acostumbrándome a gobernarlas y ordenarlas rigurosamente; de otro modo creo que no tardaría en volverme loco”.

“Como dije, volví a casa en un estado de profunda depresión, pero no por eso dejé de ordenar y clasificar las ideas, pues sentí que era necesario pensar con claridad si no quería perder para siempre a la única persona que evidentemente había comprendido mi pintura”.

Ante la situación de miedo y escabroso panorama político y social que vivimos en México, es oportuno leer las siguientes líneas de Sabato, de su libro de ensayos La resistencia/ 2000- Seix Barral: “El sentimiento de orfandad tan presente en este tiempo se debe a la caída de los valores compartidos y sagrados. Si los valores son relativos, y uno adhiere a ellos como a las reglamentaciones de un club deportivo, ¿cómo podrán salvarnos ante la desgracia o el infortunio? Así es como resultan tantas personas desesperadas y al borde del suicidio. Por eso la soledad se vuelve tan terrible y agobiante. En ciudades monstruosas como Buenos Aires hay millones de seres angustiados. Las plazas están llenas de hombres solitarios y, lo que es más triste aún, de jóvenes abatidos que, a menudo, se juntan a tomar alcohol o drogarse, pensando que la vida carece de sentido, hasta que, finalmente, se dicen con horror que no hay absoluto…”


Hay escritores que nos marcaron y que nos descubrieron las posibilidades de la literatura como medio de expresión y de escudriñamiento moral del hombre.

Ernesto Sabato (24 de junio de 1911- 30 de abril de 2011), el inmenso escritor argentino que alguna vez dijo que “milagro es que los hombres no renuncien a sus valores cuando el sueldo no les alcanza para dar de comer a su familia”, fue una voz tal vez opacada por la luz rutilante de Borges y Cortázar pero, a mi parecer como lector, con más humanidad en sus textos literarios.

Al igual que los que vivimos en Tampico, Sabato nos dejó, en su libro La resistencia, el palpitar moral y psicológico de pertenecer a una ciudad: “Quiero hablarles de Buenos Aires. Aunque yo no vivo en ella y me resultaría insoportable, la reconozco como mi ciudad, por eso mismo es que la sufro. Ella representa, de alguna manera, lo que es la vida de estas urbes donde viven, o sobreviven, millones de habitantes. Pero antes le voy a repetir la situación del mundo, lo que todos sabemos, en la esperanza de que por la repetición, como la gota de agua, o el martillo contra la puerta cerrada, veamos un día que las cosas revirtieron. Acaso en verdad ya lo está haciendo: ya se filtra la luz entre las rendijas de la vieja civilización.”

En El túnel, una las tres novelas que escribió, Sabato desde la ficción plantea los escombros a/ morales del hombre contemporáneo que, si lo trasladamos a nuestra época (pensando que la novela fue publicada en 1948), recobra una actualidad admirable: “Mientras volvía a mi casa profundamente deprimido, trataba de pensar con claridad. Mi cerebro es un hervidero, pero cuando me pongo nervioso las ideas se me suceden como en un vertiginoso ballet; a pesar de lo cual, o quizás por eso mismo, he ido acostumbrándome a gobernarlas y ordenarlas rigurosamente; de otro modo creo que no tardaría en volverme loco”.

“Como dije, volví a casa en un estado de profunda depresión, pero no por eso dejé de ordenar y clasificar las ideas, pues sentí que era necesario pensar con claridad si no quería perder para siempre a la única persona que evidentemente había comprendido mi pintura”.

Ante la situación de miedo y escabroso panorama político y social que vivimos en México, es oportuno leer las siguientes líneas de Sabato, de su libro de ensayos La resistencia/ 2000- Seix Barral: “El sentimiento de orfandad tan presente en este tiempo se debe a la caída de los valores compartidos y sagrados. Si los valores son relativos, y uno adhiere a ellos como a las reglamentaciones de un club deportivo, ¿cómo podrán salvarnos ante la desgracia o el infortunio? Así es como resultan tantas personas desesperadas y al borde del suicidio. Por eso la soledad se vuelve tan terrible y agobiante. En ciudades monstruosas como Buenos Aires hay millones de seres angustiados. Las plazas están llenas de hombres solitarios y, lo que es más triste aún, de jóvenes abatidos que, a menudo, se juntan a tomar alcohol o drogarse, pensando que la vida carece de sentido, hasta que, finalmente, se dicen con horror que no hay absoluto…”