/ miércoles 26 de septiembre de 2018

El cuarto desnudo

Cuando al final del documental vemos a la adolescente llevada en silla de ruedas y ésta, curiosa y nerviosa, ve para todos lados excepto a la cámara, advertimos que con Nuria Ibáñez estábamos ante una verdadera cineasta.

Y eso es lo que es Nuria Ibáñez / Madrid- España- 1974 en su segundo trabajo en documental “El cuarto desnudo”/ México- 2013 al concatenar la mirada (literalmente) en un espacio reducido, asfixiante, cuasi carcelario, un cuarto de consultorio, para plantear interrogantes gélidas sobre la condición de la salud mental de un puñado de niños y jóvenes (de los 8 a los 17 años) en el Hospital Psiquiátrico Infantil Juan N. Navarro.

Si bien los casos clínicos, en el cine, dan para material que oscilan desde el panfleto médico hasta la exacerbación de la más burilada ficción, lo cierto es que en el trabajo de Nuria Ibáñez se percibe una justeza en el tratamiento por lo que es, precisamente, su quilate visual: el esmero estético.

La fotografía de Ernesto Pardo es falsamente estática, aparentemente como testigo mudo, empero sus “subrayados” ontológicos (mediante económicos y sobrios desplazamientos de cámara) permiten el buceo clínico, humano y social de los casos expuestos en la modalidad de consulta-entrevista por parte de sicólogos y siquiatras a los pequeños pacientes.

No hay restriegues morales, ni pruritos de denuncias maniqueas; “El cuarto desnudo” posee tal honestidad visual que pareciera, a ratos, que el tremendismo exudado por los testimonios de los jóvenes pacientes tuvieran un libreto dirigido a provocar conmiseración fácil y gratuita.

El enfocarse directamente en los rostros y gestos de los jóvenes, dejando casi en off los testimonios de los padres de aquéllos, le otorgan al filme una verosimilitud que sólo el hálito del documental permite. ¿Qué hubiese sido de la crudeza de La vendedora de rosas/ Colombia- 1997, de Víctor Gaviria, si en vez de ficción hubiera sido un documental? ¿Qué le habría salido a la española Ibáñez si “El cuarto desnudo” fuera una película en melodrama?

Alejada años luz de barrabasadas como Ten tiny love stories/ 2001, de Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez (donde diez mujeres hablan y dirimen ante una cámara fija sus broncas emocionales), “El cuarto desnudo” puede ser visto como un apéndice del filme de Buñuel Los olvidados/ 1950 para intentar entender el porqué de los esquemas de conducta y posibles detonantes sociales de un sector sensible de la población de este país.

Si bien no es un ensayo médico, el texto fílmico de Nuria Ibáñez arroja luces sobre algunas personas que integran el segmento mayoritario de México: los jóvenes…


Cuando al final del documental vemos a la adolescente llevada en silla de ruedas y ésta, curiosa y nerviosa, ve para todos lados excepto a la cámara, advertimos que con Nuria Ibáñez estábamos ante una verdadera cineasta.

Y eso es lo que es Nuria Ibáñez / Madrid- España- 1974 en su segundo trabajo en documental “El cuarto desnudo”/ México- 2013 al concatenar la mirada (literalmente) en un espacio reducido, asfixiante, cuasi carcelario, un cuarto de consultorio, para plantear interrogantes gélidas sobre la condición de la salud mental de un puñado de niños y jóvenes (de los 8 a los 17 años) en el Hospital Psiquiátrico Infantil Juan N. Navarro.

Si bien los casos clínicos, en el cine, dan para material que oscilan desde el panfleto médico hasta la exacerbación de la más burilada ficción, lo cierto es que en el trabajo de Nuria Ibáñez se percibe una justeza en el tratamiento por lo que es, precisamente, su quilate visual: el esmero estético.

La fotografía de Ernesto Pardo es falsamente estática, aparentemente como testigo mudo, empero sus “subrayados” ontológicos (mediante económicos y sobrios desplazamientos de cámara) permiten el buceo clínico, humano y social de los casos expuestos en la modalidad de consulta-entrevista por parte de sicólogos y siquiatras a los pequeños pacientes.

No hay restriegues morales, ni pruritos de denuncias maniqueas; “El cuarto desnudo” posee tal honestidad visual que pareciera, a ratos, que el tremendismo exudado por los testimonios de los jóvenes pacientes tuvieran un libreto dirigido a provocar conmiseración fácil y gratuita.

El enfocarse directamente en los rostros y gestos de los jóvenes, dejando casi en off los testimonios de los padres de aquéllos, le otorgan al filme una verosimilitud que sólo el hálito del documental permite. ¿Qué hubiese sido de la crudeza de La vendedora de rosas/ Colombia- 1997, de Víctor Gaviria, si en vez de ficción hubiera sido un documental? ¿Qué le habría salido a la española Ibáñez si “El cuarto desnudo” fuera una película en melodrama?

Alejada años luz de barrabasadas como Ten tiny love stories/ 2001, de Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez (donde diez mujeres hablan y dirimen ante una cámara fija sus broncas emocionales), “El cuarto desnudo” puede ser visto como un apéndice del filme de Buñuel Los olvidados/ 1950 para intentar entender el porqué de los esquemas de conducta y posibles detonantes sociales de un sector sensible de la población de este país.

Si bien no es un ensayo médico, el texto fílmico de Nuria Ibáñez arroja luces sobre algunas personas que integran el segmento mayoritario de México: los jóvenes…