/ lunes 13 de junio de 2022

El cumpleaños del perro | 120 latidos por minuto/ el sida como guerrilla

El director Robin Campillo utiliza dos tonos en apariencia incompatibles para narrar “120 latidos por minuto”/ Francia- 2017: la batahola, el esputo social hacia inercias soterradas desde los organismos oficiales y el intimismo al límite del lirismo vía historia de amor irredento terminal.

El grupo Act up en el París de los 90, cuyo frontispicio argumental es la aceleración de las investigación sobre los tratamientos de pacientes del sida, irrumpe con claras tácticas de guerrilla urbana en colegios, iglesias y centros médicos para inculcar la información de la peste que está aniquilando a portadores del VIH, asunto diametralmente opuesto a la planteado anteriormente por Robin Campillo en su alegoría “La resurrección de los muertos”/ 2014 donde los resucitados, sin mayor confrontación, volverán a adquirir sus antiguos derechos de vivos.

Campillo si bien utiliza el esquema del impacto mediático de los integrantes del Act up, es en la radicalización del protagónico interpretado por el joven argentino Nahuel Pérez el que abandera la línea visual y temática del filme: la toma de conciencia con el arrebato – libertina, pensante, politizada, visceral – de las calles no para regodearse en el tufo de la minoría gay o de consumidor de drogas, sino en la necesidad de mirar al ser humano que padece una enfermedad que lleva a la muerte ante la incompletitud de acción del gobierno de Miterrand.

La vehemencia de Sean/ Pérez y Nathan/ Arnaud Valois no es la conducida por la cámara de Jeanne Lapoirie en los bloqueos o las extenuantes asambleas a ratos empalagosas de retahílas humanísticas y de derechos, es la que se ocupa la segunda parte del filme: la historia de amor poderosa, entrañable, trágica de estos dos jóvenes.

Si en “Pride”/ 2015, de Matthew Warchus, la solidaridad gay era hacia un microcosmos (un pueblo de Gales) para aprisionar los idearios de cooperación desde lo telúrico de la comprensión, en el filme de Campillo es lo contrario: la extrapolación macro, social desde la urbe no para la solidaridad estéril, más bien para aumentar la presión de acciones de laboratorios, del gobierno y del público apático no solamente a una enfermedad pavorosa, sino al inverosímil desconocimiento de los pacientes de la misma que tienen que portar pancartas, bailar, gritar, entrar a aulas para decirnos que sus vidas penden de un hilo y que la única y triste esperanza es un puñado de ceniza en sus rostros decrépitos.

“120 latidos por minuto” está disponible en la plataforma MUBI...

Si en “Pride”/ 2015, de Matthew Warchus, la solidaridad gay era hacia un microcosmos (un pueblo de Gales) para aprisionar los idearios de cooperación desde lo telúrico de la comprensión, en el filme de Campillo es lo contrario.

El director Robin Campillo utiliza dos tonos en apariencia incompatibles para narrar “120 latidos por minuto”/ Francia- 2017: la batahola, el esputo social hacia inercias soterradas desde los organismos oficiales y el intimismo al límite del lirismo vía historia de amor irredento terminal.

El grupo Act up en el París de los 90, cuyo frontispicio argumental es la aceleración de las investigación sobre los tratamientos de pacientes del sida, irrumpe con claras tácticas de guerrilla urbana en colegios, iglesias y centros médicos para inculcar la información de la peste que está aniquilando a portadores del VIH, asunto diametralmente opuesto a la planteado anteriormente por Robin Campillo en su alegoría “La resurrección de los muertos”/ 2014 donde los resucitados, sin mayor confrontación, volverán a adquirir sus antiguos derechos de vivos.

Campillo si bien utiliza el esquema del impacto mediático de los integrantes del Act up, es en la radicalización del protagónico interpretado por el joven argentino Nahuel Pérez el que abandera la línea visual y temática del filme: la toma de conciencia con el arrebato – libertina, pensante, politizada, visceral – de las calles no para regodearse en el tufo de la minoría gay o de consumidor de drogas, sino en la necesidad de mirar al ser humano que padece una enfermedad que lleva a la muerte ante la incompletitud de acción del gobierno de Miterrand.

La vehemencia de Sean/ Pérez y Nathan/ Arnaud Valois no es la conducida por la cámara de Jeanne Lapoirie en los bloqueos o las extenuantes asambleas a ratos empalagosas de retahílas humanísticas y de derechos, es la que se ocupa la segunda parte del filme: la historia de amor poderosa, entrañable, trágica de estos dos jóvenes.

Si en “Pride”/ 2015, de Matthew Warchus, la solidaridad gay era hacia un microcosmos (un pueblo de Gales) para aprisionar los idearios de cooperación desde lo telúrico de la comprensión, en el filme de Campillo es lo contrario: la extrapolación macro, social desde la urbe no para la solidaridad estéril, más bien para aumentar la presión de acciones de laboratorios, del gobierno y del público apático no solamente a una enfermedad pavorosa, sino al inverosímil desconocimiento de los pacientes de la misma que tienen que portar pancartas, bailar, gritar, entrar a aulas para decirnos que sus vidas penden de un hilo y que la única y triste esperanza es un puñado de ceniza en sus rostros decrépitos.

“120 latidos por minuto” está disponible en la plataforma MUBI...

Si en “Pride”/ 2015, de Matthew Warchus, la solidaridad gay era hacia un microcosmos (un pueblo de Gales) para aprisionar los idearios de cooperación desde lo telúrico de la comprensión, en el filme de Campillo es lo contrario.