/ domingo 17 de enero de 2021

El cumpleaños del perro | 35 años sin Juan Rulfo

Considerada la mejor novela de la literatura mexicana, Pedro Páramo cumple este año 66 de haber sido publicada.

Y el cine mexicano, hay que decirlo con todas sus letras: NO HA PODIDO con la famosa novela de Juan Rulfo. No ha logrado capturar ni la atmósfera ni el fluir narrativo visual en las dos versiones realizadas: Pedro Páramo/ 1964, dirigida por Carlos Velo (adaptada por Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez) y “El Hombre de la Media Luna”/ 1976, una versión de José Bolaños –con el apoyo del propio Juan Rulfo en el guión- bastante superior a la anterior. En la primera cinta, el estadounidense John Gavin interpretó al cacique Pedro Páramo; en la segunda, Manuel Ojeda. Además, el filme de José Bolaños contó con la música del célebre Ennio Morricone.

“Vine a Comala” -dice Juan Preciado- “porque me dijeron que acá vivía mi padre”, y al igual que en el poema del florentino Dante Alighieri, Preciado descenderá al submundo que -según los preceptos teológicos- antecede al Paraíso- y buscará a Pedro Páramo, como Telémaco a Ulises.

A lo largo de la novela sabemos que ningún paraíso aguarda. El infierno son los otros, apuntó Sartre. Para Rulfo el infierno está aquí, en este mundo porque no conocemos otro (Leibniz revisitado: “vivimos en el mejor de los mundos posibles”).

Rulfo no predica, no reclama, no juzga (no es labor de la literatura), simplemente deja que sus personajes hablen, mientras él –narrador omnipresente- cumple el anhelo de Borges y Pessoa: desaparecer como autor; es decir; calla, se retira para que los murmullos de los fantasmas de Comala cuenten sus historias. En las antiguas mitologías escandinavas los fantasmas no eran dioses ni héroes. Eran proyecciones, sombras del hombre. Comala es refugio de sombras, mejor dicho: es el purgatorio literario donde la historia, la antropología, la religión, la injusticia social y, sobre todo, el amor celebran un festín. El de las fuertes cosas del espíritu.

Juan Rulfo dijo en alguna entrevista: “Nací en un pueblito muy poco conocido, Apulco, en Jalisco, el 16 de mayo de 1918, pero después nos fuimos a San Gabriel. Apulco era un pueblo aislado y por eso lo saquearon y quemaron varias veces las bandas alzadas. Era peligroso vivir allí y fue por eso que mis padres decidieron ir a San Gabriel. San Gabriel, donde pasé toda mi infancia, era un pueblo grande –de unos siete mil habitantes- y allí estaba la escolta militar”.

La vida de Rulfo de alguna manera está reflejada en Pedro Páramo. En un trabajo fílmico de treinta y cinco minutos, “El abuelo Cheno y otras historias”, realizado en 1995 por su hijo Juan Carlos Rulfo, queda claro que la muerte de don Juan Nepomuceno, padre de Juan Rulfo, fue un duro golpe para el autor de “Pedro Páramo”. Quizás por ello el mutismo y la ambigüedad del escritor fueron sus evasivas cada vez que le preguntaban sobre su padre. Que lo mataron unos peones, que lo acribillaron por la espalda cuando huía. Lo cierto es que en varios de sus cuentos de “El llano en llamas” la figura paterna está presente (la “línea paterna”, afirmaría el cineasta José Buil en el emotivo documental que registra los pasos de su padre español por Papantla, Veracruz).

Existe una sorprendente semejanza entre la novela “Pedro Páramo” y “Los olvidados”, el célebre film de Luis Buñuel. En ambos la ausencia del padre es presencia viva, rencor insustituible.

Pablo Neruda apuntaba que lo que nos salvará de lo insoportable de vivir es el amor. “Pedro Páramo” es, también, una historia de amor: el que siente Pedro por Susana San Juan o el de ésta por su marido Florencio. Pedro, el cacique, el rencor vivo, el riega-hijos, el súcubo de la revolución, es prisionero de un amor no correspondido: "Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que pudiera conseguir de modo que no quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti".

“Pedro Páramo” también es poesía: "Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío"… “No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo".

No es para desechar el saludo que hacía Borges de Rulfo como un poeta, y señalaba, además, el autor del “Aleph” a los novelistas como a los verdaderos poetas. Afirmación refutable del viejo Borges porque, ¿acaso no son poetas Shakespeare con sus obras teatrales, o Fellini y Tarkovsky con sus películas? Hay en “Pedro Páramo” tanta poesía como Rulfo la sintió, la dosificó.

Se le ha querido encontrar influencia a la prosa de Rulfo con los grandes escritores como Faulkner, Prost, Joyce o Kafka; sin embargo, el apego a las supersticiones, a los mitos de aparecidos, a los veneros populares y a las descripciones marcadamente locales de paisajes fantasmales, hacen que la literatura rulfiana se acerque más a los autores nórdicos como Lagerlöff, Ramuz, Bjornson, Hamsun e, inclusive, con la Emily Brönte de “Cumbres Borrascosas”, en el tratamiento del amor fou –tan atrayente para los surrealistas franceses-.

La influencia de la literatura nórdica y escandinava en Rulfo se explica desde su infancia. Al morir sus padres, cuando él tenía seis años, pasa a la tutela de unos tíos quienes lo ponen en contacto con los autores antes referidos, debido a que los parientes del pequeño Juan poseían una envidiable biblioteca. Es increíble que allá en el provincial Jalisco, Juan Rulfo haya tenido acceso desde temprana edad a autores exóticos.

También “Pedro Páramo” ha sido encasillada como novela de la Revolución, colocada al lado de textos como “Los de abajo”, de Mariano Azuela. Aunque premonitoriamente, “Pedro Páramo” puede ser vista como una de las fundadoras del llamado Realismo Mágico que enarbolarían García Márquez (quien ha reconocido la influencia de Rulfo en su obra), Juan Carlos Onetti y Jorge Amado. Más áun: por sus apuestas y experimentaciones formales, no es arriesgado decir que “Pedro

Considerada la mejor novela de la literatura mexicana, Pedro Páramo cumple este año 66 de haber sido publicada.

Y el cine mexicano, hay que decirlo con todas sus letras: NO HA PODIDO con la famosa novela de Juan Rulfo. No ha logrado capturar ni la atmósfera ni el fluir narrativo visual en las dos versiones realizadas: Pedro Páramo/ 1964, dirigida por Carlos Velo (adaptada por Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez) y “El Hombre de la Media Luna”/ 1976, una versión de José Bolaños –con el apoyo del propio Juan Rulfo en el guión- bastante superior a la anterior. En la primera cinta, el estadounidense John Gavin interpretó al cacique Pedro Páramo; en la segunda, Manuel Ojeda. Además, el filme de José Bolaños contó con la música del célebre Ennio Morricone.

“Vine a Comala” -dice Juan Preciado- “porque me dijeron que acá vivía mi padre”, y al igual que en el poema del florentino Dante Alighieri, Preciado descenderá al submundo que -según los preceptos teológicos- antecede al Paraíso- y buscará a Pedro Páramo, como Telémaco a Ulises.

A lo largo de la novela sabemos que ningún paraíso aguarda. El infierno son los otros, apuntó Sartre. Para Rulfo el infierno está aquí, en este mundo porque no conocemos otro (Leibniz revisitado: “vivimos en el mejor de los mundos posibles”).

Rulfo no predica, no reclama, no juzga (no es labor de la literatura), simplemente deja que sus personajes hablen, mientras él –narrador omnipresente- cumple el anhelo de Borges y Pessoa: desaparecer como autor; es decir; calla, se retira para que los murmullos de los fantasmas de Comala cuenten sus historias. En las antiguas mitologías escandinavas los fantasmas no eran dioses ni héroes. Eran proyecciones, sombras del hombre. Comala es refugio de sombras, mejor dicho: es el purgatorio literario donde la historia, la antropología, la religión, la injusticia social y, sobre todo, el amor celebran un festín. El de las fuertes cosas del espíritu.

Juan Rulfo dijo en alguna entrevista: “Nací en un pueblito muy poco conocido, Apulco, en Jalisco, el 16 de mayo de 1918, pero después nos fuimos a San Gabriel. Apulco era un pueblo aislado y por eso lo saquearon y quemaron varias veces las bandas alzadas. Era peligroso vivir allí y fue por eso que mis padres decidieron ir a San Gabriel. San Gabriel, donde pasé toda mi infancia, era un pueblo grande –de unos siete mil habitantes- y allí estaba la escolta militar”.

La vida de Rulfo de alguna manera está reflejada en Pedro Páramo. En un trabajo fílmico de treinta y cinco minutos, “El abuelo Cheno y otras historias”, realizado en 1995 por su hijo Juan Carlos Rulfo, queda claro que la muerte de don Juan Nepomuceno, padre de Juan Rulfo, fue un duro golpe para el autor de “Pedro Páramo”. Quizás por ello el mutismo y la ambigüedad del escritor fueron sus evasivas cada vez que le preguntaban sobre su padre. Que lo mataron unos peones, que lo acribillaron por la espalda cuando huía. Lo cierto es que en varios de sus cuentos de “El llano en llamas” la figura paterna está presente (la “línea paterna”, afirmaría el cineasta José Buil en el emotivo documental que registra los pasos de su padre español por Papantla, Veracruz).

Existe una sorprendente semejanza entre la novela “Pedro Páramo” y “Los olvidados”, el célebre film de Luis Buñuel. En ambos la ausencia del padre es presencia viva, rencor insustituible.

Pablo Neruda apuntaba que lo que nos salvará de lo insoportable de vivir es el amor. “Pedro Páramo” es, también, una historia de amor: el que siente Pedro por Susana San Juan o el de ésta por su marido Florencio. Pedro, el cacique, el rencor vivo, el riega-hijos, el súcubo de la revolución, es prisionero de un amor no correspondido: "Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que pudiera conseguir de modo que no quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti".

“Pedro Páramo” también es poesía: "Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío"… “No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo".

No es para desechar el saludo que hacía Borges de Rulfo como un poeta, y señalaba, además, el autor del “Aleph” a los novelistas como a los verdaderos poetas. Afirmación refutable del viejo Borges porque, ¿acaso no son poetas Shakespeare con sus obras teatrales, o Fellini y Tarkovsky con sus películas? Hay en “Pedro Páramo” tanta poesía como Rulfo la sintió, la dosificó.

Se le ha querido encontrar influencia a la prosa de Rulfo con los grandes escritores como Faulkner, Prost, Joyce o Kafka; sin embargo, el apego a las supersticiones, a los mitos de aparecidos, a los veneros populares y a las descripciones marcadamente locales de paisajes fantasmales, hacen que la literatura rulfiana se acerque más a los autores nórdicos como Lagerlöff, Ramuz, Bjornson, Hamsun e, inclusive, con la Emily Brönte de “Cumbres Borrascosas”, en el tratamiento del amor fou –tan atrayente para los surrealistas franceses-.

La influencia de la literatura nórdica y escandinava en Rulfo se explica desde su infancia. Al morir sus padres, cuando él tenía seis años, pasa a la tutela de unos tíos quienes lo ponen en contacto con los autores antes referidos, debido a que los parientes del pequeño Juan poseían una envidiable biblioteca. Es increíble que allá en el provincial Jalisco, Juan Rulfo haya tenido acceso desde temprana edad a autores exóticos.

También “Pedro Páramo” ha sido encasillada como novela de la Revolución, colocada al lado de textos como “Los de abajo”, de Mariano Azuela. Aunque premonitoriamente, “Pedro Páramo” puede ser vista como una de las fundadoras del llamado Realismo Mágico que enarbolarían García Márquez (quien ha reconocido la influencia de Rulfo en su obra), Juan Carlos Onetti y Jorge Amado. Más áun: por sus apuestas y experimentaciones formales, no es arriesgado decir que “Pedro