/ lunes 18 de octubre de 2021

El cumpleaños del perro | Algunos apuntes sobre Felipe Cazals y "El apando"

Lo sigo sosteniendo: hay que darle el estatus a nuestro cine, de una vez por todas, de patrimonio cultural de México (como lo es en muchos países) porque el cine es testimonio, documento y mirada antropológica sobre la realidad de cada época de la historia nacional.

La partida de Felipe Cazals/ 1937- 2021, aunque suene a rutina decirlo, deja un hueco en el cine mexicano porque se va un creador artístico, un promotor y amante del cine mexicano, un impulsor de talentos jóvenes y un maestro, en el sentido de los antiguos griegos, de la "efebia": enseñanza del cine como acto de esfuerzo, de lucha, de oficio.

Alguna vez le pregunté a Felipe Cazals que por qué seguía haciendo cine. Su respuesta es plena de sensibilidad y atendible por las nuevas generaciones: “porque el cine es un acto de amor”.

Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro lo reconocieron siempre como su mentor. En youtube se puede ver una entrevista del director de “Gravity” y “Roma” a propósito de los cuarenta años de esa pieza maestra que es “Canoa” (https://www.youtube.com/watch?v=7_CDbkqdohk&t=3s&ab_channel=JacoboAsse).

Cada vez que vuelvo a ver “El apando”/ 1975, de Felipe Cazals, estrenada en 1976, basada en el libro homónimo de José Revueltas, me convenzo que es el mejor filme mexicano de los setenta.

Con un guion del mismo Revueltas y José Agustín, Felipe Cazals logra uno de los filmes más irritantes, molestos y amorales del cine mexicano. Amoral en el sentido de apertura total, de permitir que la cochambre humana se deje ver y oler –artísticamente- en la pantalla.

Para Tomás Pérez Turrent, crítico de cine y guionista de “Canoa”, el elenco más efectivo en película mexicana alguna era el que conjuntó Cazals en “El apando”. Y, efectivamente, las actuaciones de Salvador Sánchez, María Rojo, Manuel Ojeda, Ana Ofelia Murguía, Delia Casanova y, sobre todo, la de José Carlos Ruiz, son de antología.

La fotografía de Alex Phillips, Jr logró captar bien el infierno que Cazals quiso proyectar a través de los tres personajes principales: Albino/ Salvador Sánchez, Polonio/ Manuel Ojeda y El Carajo/ José Carlos Ruiz, drogadictos que purgan sus condenas en Lecumberri.

Mediante la contención melodramática y la cascada de palabrotas –contexto idóneo para contar la historia-, Cazals bucea por un mundo lleno de lodo moral, donde el erotismo es una isla codiciada para tres Robinsones que, sin embargo, encuentran en la droga su bálsamo espiritual.

“Se nombra lo que existe, aunque sea irreal”, apunta en alguna línea Víctor Hugo en Nuestra Señora de París. El hecho de que carezcan de nombres propios la mayoría de los personajes de “El apando” es turbador, parecería que estamos ante una improbabilidad de la ficción, sólo que esa es la pepita de oro del guion (y el libro) de Revueltas: desde lo no nombrado escudriñar una realidad existente, la de seres ásperos, burdos y, paradójicamente libres.

Sí, Albino, Polonio y El Carajo son personajes libres en tanto que carecen de moral. Cazals construye y reconstruye un filme impecable desde el punto de vista dramático.

Le da a su historia una continuidad y un sentido lógicos, verosímiles (de allí que el final, donde los guardias someten sanguinariamente a los presos, sea irrebatible).

A cuarenta y cinco años de su estreno, “El apando” sigue irritando porque persisten en el sistema carcelario los puntos que allí se denuncian y porque aún continúan habitando sus ergástulas los Albinos, los Apolonios y los Carajos, y es, sin duda, uno de los legados fílmicos más importantes de Felipe Cazals.

Lo sigo sosteniendo: hay que darle el estatus a nuestro cine, de una vez por todas, de patrimonio cultural de México (como lo es en muchos países) porque el cine es testimonio, documento y mirada antropológica sobre la realidad de cada época de la historia nacional.

La partida de Felipe Cazals/ 1937- 2021, aunque suene a rutina decirlo, deja un hueco en el cine mexicano porque se va un creador artístico, un promotor y amante del cine mexicano, un impulsor de talentos jóvenes y un maestro, en el sentido de los antiguos griegos, de la "efebia": enseñanza del cine como acto de esfuerzo, de lucha, de oficio.

Alguna vez le pregunté a Felipe Cazals que por qué seguía haciendo cine. Su respuesta es plena de sensibilidad y atendible por las nuevas generaciones: “porque el cine es un acto de amor”.

Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro lo reconocieron siempre como su mentor. En youtube se puede ver una entrevista del director de “Gravity” y “Roma” a propósito de los cuarenta años de esa pieza maestra que es “Canoa” (https://www.youtube.com/watch?v=7_CDbkqdohk&t=3s&ab_channel=JacoboAsse).

Cada vez que vuelvo a ver “El apando”/ 1975, de Felipe Cazals, estrenada en 1976, basada en el libro homónimo de José Revueltas, me convenzo que es el mejor filme mexicano de los setenta.

Con un guion del mismo Revueltas y José Agustín, Felipe Cazals logra uno de los filmes más irritantes, molestos y amorales del cine mexicano. Amoral en el sentido de apertura total, de permitir que la cochambre humana se deje ver y oler –artísticamente- en la pantalla.

Para Tomás Pérez Turrent, crítico de cine y guionista de “Canoa”, el elenco más efectivo en película mexicana alguna era el que conjuntó Cazals en “El apando”. Y, efectivamente, las actuaciones de Salvador Sánchez, María Rojo, Manuel Ojeda, Ana Ofelia Murguía, Delia Casanova y, sobre todo, la de José Carlos Ruiz, son de antología.

La fotografía de Alex Phillips, Jr logró captar bien el infierno que Cazals quiso proyectar a través de los tres personajes principales: Albino/ Salvador Sánchez, Polonio/ Manuel Ojeda y El Carajo/ José Carlos Ruiz, drogadictos que purgan sus condenas en Lecumberri.

Mediante la contención melodramática y la cascada de palabrotas –contexto idóneo para contar la historia-, Cazals bucea por un mundo lleno de lodo moral, donde el erotismo es una isla codiciada para tres Robinsones que, sin embargo, encuentran en la droga su bálsamo espiritual.

“Se nombra lo que existe, aunque sea irreal”, apunta en alguna línea Víctor Hugo en Nuestra Señora de París. El hecho de que carezcan de nombres propios la mayoría de los personajes de “El apando” es turbador, parecería que estamos ante una improbabilidad de la ficción, sólo que esa es la pepita de oro del guion (y el libro) de Revueltas: desde lo no nombrado escudriñar una realidad existente, la de seres ásperos, burdos y, paradójicamente libres.

Sí, Albino, Polonio y El Carajo son personajes libres en tanto que carecen de moral. Cazals construye y reconstruye un filme impecable desde el punto de vista dramático.

Le da a su historia una continuidad y un sentido lógicos, verosímiles (de allí que el final, donde los guardias someten sanguinariamente a los presos, sea irrebatible).

A cuarenta y cinco años de su estreno, “El apando” sigue irritando porque persisten en el sistema carcelario los puntos que allí se denuncian y porque aún continúan habitando sus ergástulas los Albinos, los Apolonios y los Carajos, y es, sin duda, uno de los legados fílmicos más importantes de Felipe Cazals.