/ miércoles 27 de abril de 2022

El cumpleaños del perro | Cine chileno: Post mortem

Pablo Larraín/ Santiago- 1976 está empeñado en retratar en el cine el período de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile en una inconfesada trilogía (Tony Manero/ 2008, Post mortem/ 2010 y No/ 2012), cosa que le ha redituado buen crédito ante el foro mundial.

Hijo del derechista senador Hernán Larraín, Pablo ha hecho de tripas corazón y en su obra fílmica se advierte un camino contrario de férrea crítica al régimen pinochetista que gobernó a su país de 1973 a 1990.

Si en Tony Manero y No Larraín bucea por los entretelones de la sociedad chilena durante los tufos del gobierno de Pinochet (para ofertar una mirada caótica, desmesurada y deslavada), en Post mortem va al origen: el mismísimo 11 de septiembre del 73, el golpe militar contra Salvador Allende, a través de la gris historia del empleado público Mario/ Alfredo Castro, amanuense de autopsias en una morgue de la capital.

La vida rutinaria de Mario se ve de pronto puntualizada por la atracción que ejerce su vecina de enfrente Nancy/ Antonia Zegers (esposa, por cierto, de Pablo Larraín), una bailarina de poca monta en cuya casa se realizan reuniones clandestinas a favor de Allende.

Con esta línea argumental, Larraín estructura un filme minimalista con hálito de la tragedia griega donde algunos acontecimientos eran contados fuera de escena, mediante el manejo de planos muertos y diálogos que rayan en lo lacónico, apenas para sujetarse a la descripción necesaria de la acción.

Más que economía de recursos (escenografías, extras, efectos) Larraín acordona su relato en la contención (visible influencia a ratos de Pier Paolo Pasolini) y lo deja transitar por la subjetividad de Mario y Nancy sin caer en lirismos ramplones o seductores; por ello opta por lo hierático de Alfredo Castro para insuflar una caracterización receptora de lo turbio de la época narrada.

Vista también como una amarguísima anti comedia comedia romántica, Post mortem es la disyuntiva otoñal de un hombre por aspirar a una vida afectiva bien merecida, sólo que el contexto social erosiona tal empresa, dejando sus intenciones al vaivén de los hechos. La búsqueda de Mario (rasurada de la espectacularidad de Missing/ 1982, de Costa- Gavras) por su amada Nancy dimensionan el destino u horizonte claustrofóbico de ambos con el de su país, de allí que las secuencias más poderosas no sean las de la ocupación de la morgue por el ejército (y las ejecuciones en caliente de los sobrevivientes) sino la del escondite de Nancy, detrás de un armario, mientras Mario le suministra víveres.

Aunque Mario presencie (y anote) la autopsia de Allende, no es éste el dato revelador de la cinta: es el desamparo si se quiere ideológico en el que quedan al final los personajes, pero con una granada moral inamovible, la cancelación de las aspiraciones existenciales, personales.

Post mortem está disponible en la plataforma MUBI…

Pablo Larraín/ Santiago- 1976 está empeñado en retratar en el cine el período de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile en una inconfesada trilogía (Tony Manero/ 2008, Post mortem/ 2010 y No/ 2012), cosa que le ha redituado buen crédito ante el foro mundial.

Hijo del derechista senador Hernán Larraín, Pablo ha hecho de tripas corazón y en su obra fílmica se advierte un camino contrario de férrea crítica al régimen pinochetista que gobernó a su país de 1973 a 1990.

Si en Tony Manero y No Larraín bucea por los entretelones de la sociedad chilena durante los tufos del gobierno de Pinochet (para ofertar una mirada caótica, desmesurada y deslavada), en Post mortem va al origen: el mismísimo 11 de septiembre del 73, el golpe militar contra Salvador Allende, a través de la gris historia del empleado público Mario/ Alfredo Castro, amanuense de autopsias en una morgue de la capital.

La vida rutinaria de Mario se ve de pronto puntualizada por la atracción que ejerce su vecina de enfrente Nancy/ Antonia Zegers (esposa, por cierto, de Pablo Larraín), una bailarina de poca monta en cuya casa se realizan reuniones clandestinas a favor de Allende.

Con esta línea argumental, Larraín estructura un filme minimalista con hálito de la tragedia griega donde algunos acontecimientos eran contados fuera de escena, mediante el manejo de planos muertos y diálogos que rayan en lo lacónico, apenas para sujetarse a la descripción necesaria de la acción.

Más que economía de recursos (escenografías, extras, efectos) Larraín acordona su relato en la contención (visible influencia a ratos de Pier Paolo Pasolini) y lo deja transitar por la subjetividad de Mario y Nancy sin caer en lirismos ramplones o seductores; por ello opta por lo hierático de Alfredo Castro para insuflar una caracterización receptora de lo turbio de la época narrada.

Vista también como una amarguísima anti comedia comedia romántica, Post mortem es la disyuntiva otoñal de un hombre por aspirar a una vida afectiva bien merecida, sólo que el contexto social erosiona tal empresa, dejando sus intenciones al vaivén de los hechos. La búsqueda de Mario (rasurada de la espectacularidad de Missing/ 1982, de Costa- Gavras) por su amada Nancy dimensionan el destino u horizonte claustrofóbico de ambos con el de su país, de allí que las secuencias más poderosas no sean las de la ocupación de la morgue por el ejército (y las ejecuciones en caliente de los sobrevivientes) sino la del escondite de Nancy, detrás de un armario, mientras Mario le suministra víveres.

Aunque Mario presencie (y anote) la autopsia de Allende, no es éste el dato revelador de la cinta: es el desamparo si se quiere ideológico en el que quedan al final los personajes, pero con una granada moral inamovible, la cancelación de las aspiraciones existenciales, personales.

Post mortem está disponible en la plataforma MUBI…