/ domingo 4 de abril de 2021

El cumpleaños del perro | Demoradamente Pessoa

Fernando Antonio Nogueira Pessoa nació el 13 de junio de 1888 en Lisboa, Portugal. 1888 es un año especial para la literatura ya que nacieron T.S. Eliot, Ramón Gómez de la Serna , Ramón López Velarde y Eugene O'Neill; Rubén Darío publica su libro fundamental Azul y Henry James da a conocer su célebre novela Los papeles de Aspen.

Considerado “poeta para poetas” (por la veneración que le han rendido vates de todas las lenguas que han accedido a sus versos), Pessoa dejó amplia obra tanto en portugués e inglés, idiomas en los que escribió.

Fernando Pessoa fue, a la vez, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Coelho Pacheco, Bernardo Soares; es decir, utilizó e inauguró el concepto de heterónimo y, al firmar con su propio nombre los poemas, el de ortónimo. Los heterónimos de Pessoa tienen biografía y bibliografía, son el absurdo de que el autor no es dueño del texto. Se sabe, por sus muchos escritos sueltos, que Pessoa no sólo es distinto a Caeiro, De Campos, Reis, sino que se opone a ellos, polemiza, los contradice y acepta a Álvaro Caeiro como a su maestro.

Para Pessoa el nacimiento es relativo, aleatorio, múltiple; lo dijo él mismo: “Si, después de morir, quisieran escribir mi biografía,/ no hay nada más sencillo: sólo tiene dos fechas:/ la de mi nacimiento y la de mi muerte,/ entre una y otra todos los días son míos”.

En un estudio dedicado a Pessoa Lyela Perone Moisés, de Brasil, sostiene que “Pessoa habló por diferentes voces poéticas no porque haya tenido muchas voces sino porque no tuvo ninguna”. Pessoa es un vacío que intentó llenarse.

Desde su nombre Pessoa -persona en latín para denominar máscara- cubrió su verdadera identidad para negar quizá al genuino Pessoa, el que quería aprehender el mundo en sus manos y que al final, como a todos nosotros, se le escapó de las mismas: “Hay tanta cosa que sin existir/ existe, existe demoradamente/ y demoradamente es nuestra y es nosotros”.

Jorge Luis Borges, en la Escritura del Dios, dice que "un hombre se confunde, gradualmente, con la forma de su destino". Por igual, puede decirse que un poeta como Pessoa, a través de sus heterónimos, se confunde con su ortónimo. Pessoa es uno y todos. Todos que es una voz: la palabra que nombra, que habla por la universalidad de nosotros: “Hagamos de nosotros mismos el retiro/ donde escondernos, tímidos ante el insulto/ del tumulto del mundo”.

Nombrar, siempre nombrar es la misión del poeta porque al hacerlo se nombra a la realidad “para revelar los significados, el sentido oculto de las cosas”. Porque el hecho de nombrar es un acto de liberación desde la oscuridad y los laberintos interiores del hombre, para extrapolar su soledad y establecer un puente de amor, aunque seamos extranjeros de lo nombrado: “Lidia, ignoramos. Somos extranjeros/ donde quiera que estemos./ Lidia, ignoramos. Somos extranjeros/ donde quiera que vivamos”.

Somos de alguna manera todos los hombres, pero algo nos impide la multiplicidad: los actos únicos, irrepetibles que, paradójicamente, son los mismos desde hace siglos. Para qué querer ser los otros sí con nosotros tendríamos suficiente. Quizá por una necesidad de explorar, de mirar con otros ojos. O, utilizando las palabras del propio Pessoa, para “la despersonalización dramática”. Representarse en el escenario del mundo, en esa zona de la realidad que Schopenhauer planteó. Es decir, ser otros y seguir siendo los mismos.

Llevar los nombres de Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis con el rostro de Pessoa, es llevar el rostro de nosotros porque somos los mismos mediante la palabra, el verbo, el tiempo y la ciudad que habitamos y a la que siempre volvemos: “Otra vez vuelvo a verte –Lisboa y Tajo y todo-/ transeúnte inútil de ti y de mí,/ extranjero aquí como todas partes,/ tan casual en la vida como en el alma,/ fantasma errante por salones de recuerdos”.

Recordar a un poeta inmenso como Pessoa (en esta época cuando la poesía es vista como una rareza y es menos leída, pero es palabra perpetua) nos sirve, quizá, para tener presente que la poesía es el lenguaje en el que se ha escrito la trascendencia del hombre. Si revisamos los libros sagrados, las épicas, los cantos, las leyendas fundadoras de civilizaciones, advertiremos que la poesía es la palabra. En el principio era el Verbo, dice la Biblia.

Poetas como Fernando Pessoa nos descubren lo esencial, lo doloroso, lo transitorio: nosotros mismos, memoria y muerte: “Todo cuanto cesa es muerte, y la muerte es nuestra/ si para nosotros cesa./ Aquel arbusto fenece, y va con él parte de mi vida./ En todo cuanto miré me quedé en parte”.

Muerto en 1935, a los 47 años de edad, Pessoa dejó muchos poemas y escritos donde la desgarradora visión de su vida tuvo muchos ángulos; y todos formaron el espacio de sus días, acaso, en verdad, sus únicas propiedades...

Fernando Antonio Nogueira Pessoa nació el 13 de junio de 1888 en Lisboa, Portugal. 1888 es un año especial para la literatura ya que nacieron T.S. Eliot, Ramón Gómez de la Serna , Ramón López Velarde y Eugene O'Neill; Rubén Darío publica su libro fundamental Azul y Henry James da a conocer su célebre novela Los papeles de Aspen.

Considerado “poeta para poetas” (por la veneración que le han rendido vates de todas las lenguas que han accedido a sus versos), Pessoa dejó amplia obra tanto en portugués e inglés, idiomas en los que escribió.

Fernando Pessoa fue, a la vez, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Coelho Pacheco, Bernardo Soares; es decir, utilizó e inauguró el concepto de heterónimo y, al firmar con su propio nombre los poemas, el de ortónimo. Los heterónimos de Pessoa tienen biografía y bibliografía, son el absurdo de que el autor no es dueño del texto. Se sabe, por sus muchos escritos sueltos, que Pessoa no sólo es distinto a Caeiro, De Campos, Reis, sino que se opone a ellos, polemiza, los contradice y acepta a Álvaro Caeiro como a su maestro.

Para Pessoa el nacimiento es relativo, aleatorio, múltiple; lo dijo él mismo: “Si, después de morir, quisieran escribir mi biografía,/ no hay nada más sencillo: sólo tiene dos fechas:/ la de mi nacimiento y la de mi muerte,/ entre una y otra todos los días son míos”.

En un estudio dedicado a Pessoa Lyela Perone Moisés, de Brasil, sostiene que “Pessoa habló por diferentes voces poéticas no porque haya tenido muchas voces sino porque no tuvo ninguna”. Pessoa es un vacío que intentó llenarse.

Desde su nombre Pessoa -persona en latín para denominar máscara- cubrió su verdadera identidad para negar quizá al genuino Pessoa, el que quería aprehender el mundo en sus manos y que al final, como a todos nosotros, se le escapó de las mismas: “Hay tanta cosa que sin existir/ existe, existe demoradamente/ y demoradamente es nuestra y es nosotros”.

Jorge Luis Borges, en la Escritura del Dios, dice que "un hombre se confunde, gradualmente, con la forma de su destino". Por igual, puede decirse que un poeta como Pessoa, a través de sus heterónimos, se confunde con su ortónimo. Pessoa es uno y todos. Todos que es una voz: la palabra que nombra, que habla por la universalidad de nosotros: “Hagamos de nosotros mismos el retiro/ donde escondernos, tímidos ante el insulto/ del tumulto del mundo”.

Nombrar, siempre nombrar es la misión del poeta porque al hacerlo se nombra a la realidad “para revelar los significados, el sentido oculto de las cosas”. Porque el hecho de nombrar es un acto de liberación desde la oscuridad y los laberintos interiores del hombre, para extrapolar su soledad y establecer un puente de amor, aunque seamos extranjeros de lo nombrado: “Lidia, ignoramos. Somos extranjeros/ donde quiera que estemos./ Lidia, ignoramos. Somos extranjeros/ donde quiera que vivamos”.

Somos de alguna manera todos los hombres, pero algo nos impide la multiplicidad: los actos únicos, irrepetibles que, paradójicamente, son los mismos desde hace siglos. Para qué querer ser los otros sí con nosotros tendríamos suficiente. Quizá por una necesidad de explorar, de mirar con otros ojos. O, utilizando las palabras del propio Pessoa, para “la despersonalización dramática”. Representarse en el escenario del mundo, en esa zona de la realidad que Schopenhauer planteó. Es decir, ser otros y seguir siendo los mismos.

Llevar los nombres de Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis con el rostro de Pessoa, es llevar el rostro de nosotros porque somos los mismos mediante la palabra, el verbo, el tiempo y la ciudad que habitamos y a la que siempre volvemos: “Otra vez vuelvo a verte –Lisboa y Tajo y todo-/ transeúnte inútil de ti y de mí,/ extranjero aquí como todas partes,/ tan casual en la vida como en el alma,/ fantasma errante por salones de recuerdos”.

Recordar a un poeta inmenso como Pessoa (en esta época cuando la poesía es vista como una rareza y es menos leída, pero es palabra perpetua) nos sirve, quizá, para tener presente que la poesía es el lenguaje en el que se ha escrito la trascendencia del hombre. Si revisamos los libros sagrados, las épicas, los cantos, las leyendas fundadoras de civilizaciones, advertiremos que la poesía es la palabra. En el principio era el Verbo, dice la Biblia.

Poetas como Fernando Pessoa nos descubren lo esencial, lo doloroso, lo transitorio: nosotros mismos, memoria y muerte: “Todo cuanto cesa es muerte, y la muerte es nuestra/ si para nosotros cesa./ Aquel arbusto fenece, y va con él parte de mi vida./ En todo cuanto miré me quedé en parte”.

Muerto en 1935, a los 47 años de edad, Pessoa dejó muchos poemas y escritos donde la desgarradora visión de su vida tuvo muchos ángulos; y todos formaron el espacio de sus días, acaso, en verdad, sus únicas propiedades...