/ miércoles 13 de octubre de 2021

El cumpleaños del perro | Disparen sobre el pianista

Si bien la Nueva Ola francesa tuvo en Jean-Luc Godard a su director más cerebral, con ínfulas de ruptura más evidente en el lenguaje cinematográfico, es en Francois Truffaut/ 1932- 1984 que este movimiento capital del séptimo arte encontró a un cineasta más puro en la acepción del quehacer fílmico por la (pre) ocupación de Truffaut por amalgamar los diversos géneros que le fueron tan caros del Hollywood digamos clásico de los años 30, 40 y 50 del siglo pasado.

Después de su incontestable pieza maestra “Los 400 golpes”/ 1959, Truffaut realiza en 1960 “Disparen sobre el pianista” un homenaje estilizado y desenfadado (pero efectivo) al cine noir y cine policial.

Basado en la novela homónima de David Goodis, y apenas cambiando algunos nombres y escenarios (de Filadelfia la acción se traslada a París), Truffaut concentra su vehemencia visual en un prurito de poesía y encuadres magistrales. Poseedor de la técnica y la inspiración fílmica, Truffaut nos entrega un repertorio del mejor cine negro pionero: Josef von Sternberg y Henry Hathaway, Orson Wells y John Huston a la vez, pero con un humor soterrado que sólo hasta el cine de Tarantino hemos vuelto a ver (en “Perros de reserva”/ 1991 y “Pulp Fiction”/ 1994).

El pianista Eduoard/ Charlie (Charles Aznavour), quien toca en un antro modesto y gris, de pronto recibe la visita de su hermano Chico/ Albert Rémy el cual es perseguido por dos hampones que lo quieren ejecutar. A partir de esta premisa de la novela, Truffaut se apropia de la historia con originalidad y solvencia narrativa para deshilar un guión aparentemente sencillo que, sin embargo, ejecuta en un atinado y largo flashback para contar la vida antaño exitosa de Edouard y el porqué se vino a menos, tanto en su carrera como músico y en su vida misma.

Truffaut escarba no en personajes esquematizados, nada más lejos de ello que Charlie y su rara familia de hermanos timadores también; escudriña en un antihéroe que no ofrece nada a sus amigas prostitutas, a la manera de Agustín Lara para “aguardar en blanco diván de tul” no el mentado abandono de mujer sino la acción moral y ética (de allí el destino que corre su esposa Teresa/ Nicole Berger.

“Disparen sobre el pianista” parecería un borrador sutil de “La piel dulce”/ 1964 en cuanto a ser una antipoética mirada sobre el amor. Un Charles Aznavour impasible y, curiosamente, sin cantar, logra que su personaje Charlie tenga una plausible articulación de galán, villano reprimido, marginado que encuentra no en el amor o en la familia (de hecho, enreda más el asunto de su hermano Chico) sino en su carga existencial una autoexclusión social, por lo que el final sea bastante alusivo e inmejorable…

Truffaut escarba no en personajes esquematizados, nada más lejos de ello que Charlie y su rara familia de hermanos timadores también; escudriña en un antihéroe que no ofrece nada a sus amigas prostitutas, a la manera de Agustín Lara.

Si bien la Nueva Ola francesa tuvo en Jean-Luc Godard a su director más cerebral, con ínfulas de ruptura más evidente en el lenguaje cinematográfico, es en Francois Truffaut/ 1932- 1984 que este movimiento capital del séptimo arte encontró a un cineasta más puro en la acepción del quehacer fílmico por la (pre) ocupación de Truffaut por amalgamar los diversos géneros que le fueron tan caros del Hollywood digamos clásico de los años 30, 40 y 50 del siglo pasado.

Después de su incontestable pieza maestra “Los 400 golpes”/ 1959, Truffaut realiza en 1960 “Disparen sobre el pianista” un homenaje estilizado y desenfadado (pero efectivo) al cine noir y cine policial.

Basado en la novela homónima de David Goodis, y apenas cambiando algunos nombres y escenarios (de Filadelfia la acción se traslada a París), Truffaut concentra su vehemencia visual en un prurito de poesía y encuadres magistrales. Poseedor de la técnica y la inspiración fílmica, Truffaut nos entrega un repertorio del mejor cine negro pionero: Josef von Sternberg y Henry Hathaway, Orson Wells y John Huston a la vez, pero con un humor soterrado que sólo hasta el cine de Tarantino hemos vuelto a ver (en “Perros de reserva”/ 1991 y “Pulp Fiction”/ 1994).

El pianista Eduoard/ Charlie (Charles Aznavour), quien toca en un antro modesto y gris, de pronto recibe la visita de su hermano Chico/ Albert Rémy el cual es perseguido por dos hampones que lo quieren ejecutar. A partir de esta premisa de la novela, Truffaut se apropia de la historia con originalidad y solvencia narrativa para deshilar un guión aparentemente sencillo que, sin embargo, ejecuta en un atinado y largo flashback para contar la vida antaño exitosa de Edouard y el porqué se vino a menos, tanto en su carrera como músico y en su vida misma.

Truffaut escarba no en personajes esquematizados, nada más lejos de ello que Charlie y su rara familia de hermanos timadores también; escudriña en un antihéroe que no ofrece nada a sus amigas prostitutas, a la manera de Agustín Lara para “aguardar en blanco diván de tul” no el mentado abandono de mujer sino la acción moral y ética (de allí el destino que corre su esposa Teresa/ Nicole Berger.

“Disparen sobre el pianista” parecería un borrador sutil de “La piel dulce”/ 1964 en cuanto a ser una antipoética mirada sobre el amor. Un Charles Aznavour impasible y, curiosamente, sin cantar, logra que su personaje Charlie tenga una plausible articulación de galán, villano reprimido, marginado que encuentra no en el amor o en la familia (de hecho, enreda más el asunto de su hermano Chico) sino en su carga existencial una autoexclusión social, por lo que el final sea bastante alusivo e inmejorable…

Truffaut escarba no en personajes esquematizados, nada más lejos de ello que Charlie y su rara familia de hermanos timadores también; escudriña en un antihéroe que no ofrece nada a sus amigas prostitutas, a la manera de Agustín Lara.