/ domingo 14 de febrero de 2021

El cumpleaños del perro | Don Quijote de la Mancha, la historia de un fracaso

En la película “Sideways”/ EUA-2004 (en español: “Entre Copas”), dirigida por Alexander Payne, el cuñado de Paul Giamatti dice a este en un diálogo algo así como: “Para qué leer una novela, una ficción si todo es inventado. Es una pérdida de tiempo”.

¿Qué designio persigue un libro de ficción? Estimular la imaginación, proponer, en términos estéticos, una realidad. O inventar esa realidad. (Recuerdo que el escritor Juan García Ponce planteó en un ensayo una pregunta inquietante: ¿Acaso será la ficción la única realidad posible?)

Al leer un libro, nos dice José Saramago (Nobel de Literatura 1998), leemos también al autor. Cierto si consideramos que escribir es un acto de perpetuación, de extensión y de sobrevivencia del hombre mismo. No hay autor que no ponga algo de sí en su escritura.

La literatura no es una casualidad ni esnobismo de escolimosos que escriben por status, por llenar la página. Para escribir hay que leer y leer mucho. Para escribir hay que hacerlo desde la herida, internado en la sombra. No hay literatura que haya sido escrita desde la felicidad.

Una obra se construye desde la más honda obsesión. Ernesto Sabato, en su famosa “Carta a un joven escritor”, aconseja escribir sobre lo que nos atrapa desde lo más remoto de nuestro ser, lo que nos obsesiona. La obra clásica que citemos, cualquiera, ha sido urdida desde la raíz del hombre. Escribir es bucear en el alma…

“Solo un invento hubo… el libro”, rezaba la frase publicitaria de una feria del libro en Xalapa hace algunos años. Y en cierta medida, el legado de Johannes Guttenberg bien puede ser considerado el aporte más importante, puesto que a través del libro el hombre prolonga su memoria y la replantea. Conocimiento y evocación.

A más de 4 siglos de la primera aparición del Quijote los lectores de todos los rincones del planeta aún se preguntan: ¿qué tiene la novela de Cervantes que sigue vigente? Tiene raíz, sombras que arrojan luces, perpetuación de la memoria del hombre.

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha es la historia de un desencanto, (según Vargas Llosa: de un fracaso), de una quimera: la de instaurar la realidad de un mundo en el mundo que carcome, que amenaza, que aja.

La locura de Alonso de Quijano es la cordura de la literatura en nuestro idioma. Flaco, más bien enjuto, el caballero errante no es otra cosa que la historia del hombre a través de los siglos: el Dador de bondad. Simbiosis de Netzahualcóyotl y Mesías atemporal, unión de la Buena Voluntad y el destierro de la Razón. El Quijote cabalga no para su autocomplacencia –sería el mayor lugar común que pudiera habernos heredado Cervantes- sino para los otros que somos nosotros mismos...

La paradoja del Quijote (la obra) es la de la novela como ente totalizador cuando su prurito central es la de un relato sin fin que cae espléndidamente en el verso de Pessoa, mediante su heterónimo Ricardo Reis: “Somos cuentos contando cuentos, nada”. Los cuentos del Quijote (sigo con la obra) son los cuentos que nos cuentan a nosotros mismos como hombres. Nunca seremos más que la memoria que somos, que tenemos. El Quijote (hablo del personaje) es un cuento que al contarse desencadena otros cuentos: los del hombre de todos los tiempos, de todos los siglos.

Alonso Quijano en su combate con los molinos de viento y al desenredar demás entuertos, le da significado a eso que Schopenhauer planteó como el mundo y la voluntad de representación. ¿Qué significa el Quijote? (hablo de la obra y el personaje) La representación del hombre en el escenario del mundo.

A través de la metáfora (¿la locura y la cordura de Quijano no serán lo mismo?) Cervantes suministró a la literatura un portento de realismo: la otredad es la cara del desengaño. No hay mayor metáfora que el inicio mismo: “En un lugar de la Mancha…” Espacio geográfico que lo es todo y significa nada. Para el empiezo del fin basta un paso.

“…De cuyo nombre no quiero acordarme…” La aliteración de la desmemoria en plenitud. Olvido que es conformación de continuidad. ¿Continuar qué? El sustento del Quijote: el cuento de un hombre que, a la manera de Borges siglos después, es el de todos los hombres.

No es osado lanzar esta tesis: El Quijote es la primera manifestación del surrealismo en la literatura, siglos antes que lo planteado por Breton. Pensando en la médula del surrealismo: el desdoblamiento del Yo, se puede apuntar que Miguel de Cervantes se desdobló en el personaje de Don Quijote de su realidad adversa, severamente golpeada por las vicisitudes económicas.

Sabemos, es opus establecido por la academia, que la vida y la obra van indisolubles. No hay pieza literaria que no aporte o suministre dato alguno sobre la vida de su autor. Cervantes, se deduce, tuvo en su Quijote el vuelo de Peter Pan para extrapolarse de sus circunstancias -social y económica- paupérrimas.

¿Cómo ver la novela del Quijote con ojos actuales? Previo a un juicio, primeramente hay que leerla, ese sería el mayor homenaje que podríamos rendirle al famoso Manco de Lepanto. Por rayano que parezca, el Quijote es una de las obras más conocidas, pero menos leídas en el mundo (amén del dato estadístico por antonomasia: después de la Biblia es el libro más editado). La frase de Jung: “el inconsciente colectivo” se aplica a Cervantes. Y es que al Quijote le pasó la maldición de que su fama portentosa, popular (cobijada en estribillos, frases, sentencias) sepultó la obligación de leer la novela. Es decir: se sabe más del Quijote por lo que dice el jungiano inconsciente colectivo de él que lo conocido a través de su lectura.

El Quijote es quizá la obra no poética (acepción adjudicada a los textos sagrados) que más ha influido en la vida de un pueblo, de una cultura. Las andanzas del alucinado y su rollizo escudero nos incumben, o debería de ser así, porque no han terminado. Una obra literaria del nivel del Quijote no concluye nunca porque habla del hombre. Al leerla siempre está empezando…

En la película “Sideways”/ EUA-2004 (en español: “Entre Copas”), dirigida por Alexander Payne, el cuñado de Paul Giamatti dice a este en un diálogo algo así como: “Para qué leer una novela, una ficción si todo es inventado. Es una pérdida de tiempo”.

¿Qué designio persigue un libro de ficción? Estimular la imaginación, proponer, en términos estéticos, una realidad. O inventar esa realidad. (Recuerdo que el escritor Juan García Ponce planteó en un ensayo una pregunta inquietante: ¿Acaso será la ficción la única realidad posible?)

Al leer un libro, nos dice José Saramago (Nobel de Literatura 1998), leemos también al autor. Cierto si consideramos que escribir es un acto de perpetuación, de extensión y de sobrevivencia del hombre mismo. No hay autor que no ponga algo de sí en su escritura.

La literatura no es una casualidad ni esnobismo de escolimosos que escriben por status, por llenar la página. Para escribir hay que leer y leer mucho. Para escribir hay que hacerlo desde la herida, internado en la sombra. No hay literatura que haya sido escrita desde la felicidad.

Una obra se construye desde la más honda obsesión. Ernesto Sabato, en su famosa “Carta a un joven escritor”, aconseja escribir sobre lo que nos atrapa desde lo más remoto de nuestro ser, lo que nos obsesiona. La obra clásica que citemos, cualquiera, ha sido urdida desde la raíz del hombre. Escribir es bucear en el alma…

“Solo un invento hubo… el libro”, rezaba la frase publicitaria de una feria del libro en Xalapa hace algunos años. Y en cierta medida, el legado de Johannes Guttenberg bien puede ser considerado el aporte más importante, puesto que a través del libro el hombre prolonga su memoria y la replantea. Conocimiento y evocación.

A más de 4 siglos de la primera aparición del Quijote los lectores de todos los rincones del planeta aún se preguntan: ¿qué tiene la novela de Cervantes que sigue vigente? Tiene raíz, sombras que arrojan luces, perpetuación de la memoria del hombre.

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha es la historia de un desencanto, (según Vargas Llosa: de un fracaso), de una quimera: la de instaurar la realidad de un mundo en el mundo que carcome, que amenaza, que aja.

La locura de Alonso de Quijano es la cordura de la literatura en nuestro idioma. Flaco, más bien enjuto, el caballero errante no es otra cosa que la historia del hombre a través de los siglos: el Dador de bondad. Simbiosis de Netzahualcóyotl y Mesías atemporal, unión de la Buena Voluntad y el destierro de la Razón. El Quijote cabalga no para su autocomplacencia –sería el mayor lugar común que pudiera habernos heredado Cervantes- sino para los otros que somos nosotros mismos...

La paradoja del Quijote (la obra) es la de la novela como ente totalizador cuando su prurito central es la de un relato sin fin que cae espléndidamente en el verso de Pessoa, mediante su heterónimo Ricardo Reis: “Somos cuentos contando cuentos, nada”. Los cuentos del Quijote (sigo con la obra) son los cuentos que nos cuentan a nosotros mismos como hombres. Nunca seremos más que la memoria que somos, que tenemos. El Quijote (hablo del personaje) es un cuento que al contarse desencadena otros cuentos: los del hombre de todos los tiempos, de todos los siglos.

Alonso Quijano en su combate con los molinos de viento y al desenredar demás entuertos, le da significado a eso que Schopenhauer planteó como el mundo y la voluntad de representación. ¿Qué significa el Quijote? (hablo de la obra y el personaje) La representación del hombre en el escenario del mundo.

A través de la metáfora (¿la locura y la cordura de Quijano no serán lo mismo?) Cervantes suministró a la literatura un portento de realismo: la otredad es la cara del desengaño. No hay mayor metáfora que el inicio mismo: “En un lugar de la Mancha…” Espacio geográfico que lo es todo y significa nada. Para el empiezo del fin basta un paso.

“…De cuyo nombre no quiero acordarme…” La aliteración de la desmemoria en plenitud. Olvido que es conformación de continuidad. ¿Continuar qué? El sustento del Quijote: el cuento de un hombre que, a la manera de Borges siglos después, es el de todos los hombres.

No es osado lanzar esta tesis: El Quijote es la primera manifestación del surrealismo en la literatura, siglos antes que lo planteado por Breton. Pensando en la médula del surrealismo: el desdoblamiento del Yo, se puede apuntar que Miguel de Cervantes se desdobló en el personaje de Don Quijote de su realidad adversa, severamente golpeada por las vicisitudes económicas.

Sabemos, es opus establecido por la academia, que la vida y la obra van indisolubles. No hay pieza literaria que no aporte o suministre dato alguno sobre la vida de su autor. Cervantes, se deduce, tuvo en su Quijote el vuelo de Peter Pan para extrapolarse de sus circunstancias -social y económica- paupérrimas.

¿Cómo ver la novela del Quijote con ojos actuales? Previo a un juicio, primeramente hay que leerla, ese sería el mayor homenaje que podríamos rendirle al famoso Manco de Lepanto. Por rayano que parezca, el Quijote es una de las obras más conocidas, pero menos leídas en el mundo (amén del dato estadístico por antonomasia: después de la Biblia es el libro más editado). La frase de Jung: “el inconsciente colectivo” se aplica a Cervantes. Y es que al Quijote le pasó la maldición de que su fama portentosa, popular (cobijada en estribillos, frases, sentencias) sepultó la obligación de leer la novela. Es decir: se sabe más del Quijote por lo que dice el jungiano inconsciente colectivo de él que lo conocido a través de su lectura.

El Quijote es quizá la obra no poética (acepción adjudicada a los textos sagrados) que más ha influido en la vida de un pueblo, de una cultura. Las andanzas del alucinado y su rollizo escudero nos incumben, o debería de ser así, porque no han terminado. Una obra literaria del nivel del Quijote no concluye nunca porque habla del hombre. Al leerla siempre está empezando…