/ miércoles 5 de agosto de 2020

El Cumpleaños del Perro | El actor terrorista de Charles Dickens 

Caminar, simplemente caminar, significa establecer un diálogo con la ciudad. A como está la situación en el país, dice doña Brenda, la dueña de la tiendita a dos casas de la mía, “uno debería tener miedo hasta de salir ahí nomás a la acera de enfrente”. Tiempos de Covid- 19.

Revisando las noticias, hay una ensalada de otras más malas que buenas: secuestros, políticos que perfuman su ego sin importarle un comino la salud de la gente, las redes sociales (especie de modernos big brothers), wikileaks y su ametralladora de información clasificada como secreta.

Si establecemos que todo miedo es producto de un acto de terror, es claro que fue Charles Dickens uno de los primeros en fomentarlo con su estupendo cuento Canción de Navidad.

Vaya acto terrorista el de Dickens con el pobre señor Scrooge al someterlo, en un evidente “secuestro” literario, al infierno del pasado, al dilema del presente y, sobre todo, al desolador futuro. Así quién no cambia, de ipso facto, su vida.

Cuando nos sucede lo terrible, se zarandean nuestros esquemas de vida. Es probable que en esos momentos de miedo y de angustia recibamos, privadamente, la visita de un personaje casi olvidado: la fe.

Y es que, de qué otra manera entender el acto terrorista de Dickens con su personaje. Lo somete a la más brutal vejación sicológica: enfrentarlo ante el espectáculo de la muerte, pero una muerte que lo borraría por completo de este mundo (sin la panacea que es el recuerdo).

Ebenezer Scrooge se me parece a un personaje buñueliano. Por ejemplo, al de Francisco Galván, de Él/ México- 1952. Dickens y Buñuel acuden al diaforismo al entreverar a sus hombres a una relación ontológica como ser y ente.

Scrooge y Francisco, como entes, comparten una irresoluta ubicación existencial; como seres, ven sus almas cuestionadas por el bagaje de sus herencias culturales.

Puede decirse que ambos personajes son feos, es decir, a la manera contraria de los griegos (que daban la vida por la belleza); están muertos de antemano por sus enajenaciones mundanas: Scrooge por la ambición y avaricia; Francisco, por la ideología de su religión.

En una época donde hemos negado y, en muchas de las veces, desterrado a la belleza (como apunta Camus en su libro El verano) es oportuno leer a Dickens para asomarnos a los espantos que el hombre lleva dentro de sí. Mucha razón tiene Ernesto Sabato en estas líneas de su novela El túnel: “…el hombre tiene apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad”.

Toda literatura es un acto de fealdad para, desde ésta, encontrar belleza…

Caminar, simplemente caminar, significa establecer un diálogo con la ciudad. A como está la situación en el país, dice doña Brenda, la dueña de la tiendita a dos casas de la mía, “uno debería tener miedo hasta de salir ahí nomás a la acera de enfrente”. Tiempos de Covid- 19.

Revisando las noticias, hay una ensalada de otras más malas que buenas: secuestros, políticos que perfuman su ego sin importarle un comino la salud de la gente, las redes sociales (especie de modernos big brothers), wikileaks y su ametralladora de información clasificada como secreta.

Si establecemos que todo miedo es producto de un acto de terror, es claro que fue Charles Dickens uno de los primeros en fomentarlo con su estupendo cuento Canción de Navidad.

Vaya acto terrorista el de Dickens con el pobre señor Scrooge al someterlo, en un evidente “secuestro” literario, al infierno del pasado, al dilema del presente y, sobre todo, al desolador futuro. Así quién no cambia, de ipso facto, su vida.

Cuando nos sucede lo terrible, se zarandean nuestros esquemas de vida. Es probable que en esos momentos de miedo y de angustia recibamos, privadamente, la visita de un personaje casi olvidado: la fe.

Y es que, de qué otra manera entender el acto terrorista de Dickens con su personaje. Lo somete a la más brutal vejación sicológica: enfrentarlo ante el espectáculo de la muerte, pero una muerte que lo borraría por completo de este mundo (sin la panacea que es el recuerdo).

Ebenezer Scrooge se me parece a un personaje buñueliano. Por ejemplo, al de Francisco Galván, de Él/ México- 1952. Dickens y Buñuel acuden al diaforismo al entreverar a sus hombres a una relación ontológica como ser y ente.

Scrooge y Francisco, como entes, comparten una irresoluta ubicación existencial; como seres, ven sus almas cuestionadas por el bagaje de sus herencias culturales.

Puede decirse que ambos personajes son feos, es decir, a la manera contraria de los griegos (que daban la vida por la belleza); están muertos de antemano por sus enajenaciones mundanas: Scrooge por la ambición y avaricia; Francisco, por la ideología de su religión.

En una época donde hemos negado y, en muchas de las veces, desterrado a la belleza (como apunta Camus en su libro El verano) es oportuno leer a Dickens para asomarnos a los espantos que el hombre lleva dentro de sí. Mucha razón tiene Ernesto Sabato en estas líneas de su novela El túnel: “…el hombre tiene apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad”.

Toda literatura es un acto de fealdad para, desde ésta, encontrar belleza…