/ miércoles 6 de marzo de 2024

El cumpleaños del perro / El prólogo como antesala del conocimiento

El libro ha sido el cordón umbilical entre el conocimiento y la transmisión del mismo hacia el hombre de cualquier época. Amén de la obra en sí, publicada, impresa, corpórea, cuyo destino final es la lectura y nada más, queda empero la contundencia paralela (y agregaría: sustancial) de lo leído. Así, por ejemplo, de las historias adjudicadas a “Las mil y una noches” o de los cuentos de Rulfo o las novelas de Saul Bellow, la extrapolación intelectual y de vida que nos dejan como lector dichos textos es, de veras, fundacional subjetivamente hablando.

Sólo que en cada libro (no sé si sea ya costumbre empolvada o infrecuente) nos enfrentábamos a un auténtico plus editorial: el prólogo que, en sí mismo, era muchas de las veces (según el autor del mismo) una atracción equiparable al escritor leído. Pero, qué decir cuando quien prologa se llama Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes, T.S. Eliot, Sergio Pitol, Menéndez Pelayo (y los memorables de Porrúa en la colección “Sepan cuántos”). Estamos, sin duda, a las puertas del éxtasis literario.

Uno de los prólogos que más me han aleccionado es el que hizo Alfonso Reyes en 1919 a la novela de G.K. Chesterton, que también tradujo, “El hombre que fue jueves”. A continuación unos extractos: “Para ser un escritor popular hay que conformarse con los ideales de la época. Pero —advierte sutilmente Sheila Kaye-Smith— hay dos maneras de conformarse con ellos: una consiste en defenderlos; otra, la mejor, en atacarlos, siempre que sea con los argumentos convencionales de la época. Así lo hace Chesterton. Se vuelve contra las teorías "heréticas" (como él dice) en nombre de las conveniencias y el respeto a lo establecido; sí, pero con ímpetu de aventura, poética y no prosaicamente. Ataca las herejías, sí, pero en nombre de la revolución. De aquí su éxito. Su procedimiento habitual, su mecánica de las ideas, está en procurar siempre un contraste: si hay que defender la seguridad pública, no lo hace poniéndose al lado de la policía, sino, en cierto modo, al lado del motín.

“En El hombre que fue jueves encontramos, como en síntesis, todas las características de Chesterton: la facilidad periodística para trasladar a la calle una discusión de filosofía; la preocupación de la idea católica, simbolizada en una lámpara eclesiástica que el 'Dr. Renard' descolgara de su puerta para ofrecerla a los fugitivos; el procedimiento de sorpresa y contraste empleado con regularidad y monotonía en todos los momentos críticos de la novela; como que la novela puede reducirse a siete contrastes sucesivos, a siete sorpresas que nos dan los siete personajes de primer plano. También encontramos aquí al crítico de arte o, por lo menos, al hombre para quien los colores de la tierra (sobre todo los que tienden al rojo) realmente existen: la novela, como en una alucinación o verdadera pesadilla, se desarrolla sobre un fondo de crepúsculos encendidos, en un ambiente de matices y tonos que parecen engendrados por los cabellos radiantes de 'Rosamunda', bajo aquel cielo de azafrán, en el barrio de las casas rojas, en el jardín iluminado por farolitos de colores.

“El hombre que fue jueves es una novela policiaca, pero una novela policiaco-metafísica -verdadera sublimación del género. Otro tanto pudiera decirse de todas las novelas de Chesterton, con excepción del pequeño ciclo del 'Padre Brown'. El perseguidor y el perseguido cobran una significación inesperada, hasta convertirse en principios eternos del universo. Pero, por fortuna, nunca se pierde, por entre el laberinto de episodios más o menos simbólicos —simbólicos siempre— este sentimiento humorístico que legitima la introducción de elementos inverosímiles en el relato…”.

El libro ha sido el cordón umbilical entre el conocimiento y la transmisión del mismo hacia el hombre de cualquier época. Amén de la obra en sí, publicada, impresa, corpórea, cuyo destino final es la lectura y nada más, queda empero la contundencia paralela (y agregaría: sustancial) de lo leído. Así, por ejemplo, de las historias adjudicadas a “Las mil y una noches” o de los cuentos de Rulfo o las novelas de Saul Bellow, la extrapolación intelectual y de vida que nos dejan como lector dichos textos es, de veras, fundacional subjetivamente hablando.

Sólo que en cada libro (no sé si sea ya costumbre empolvada o infrecuente) nos enfrentábamos a un auténtico plus editorial: el prólogo que, en sí mismo, era muchas de las veces (según el autor del mismo) una atracción equiparable al escritor leído. Pero, qué decir cuando quien prologa se llama Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes, T.S. Eliot, Sergio Pitol, Menéndez Pelayo (y los memorables de Porrúa en la colección “Sepan cuántos”). Estamos, sin duda, a las puertas del éxtasis literario.

Uno de los prólogos que más me han aleccionado es el que hizo Alfonso Reyes en 1919 a la novela de G.K. Chesterton, que también tradujo, “El hombre que fue jueves”. A continuación unos extractos: “Para ser un escritor popular hay que conformarse con los ideales de la época. Pero —advierte sutilmente Sheila Kaye-Smith— hay dos maneras de conformarse con ellos: una consiste en defenderlos; otra, la mejor, en atacarlos, siempre que sea con los argumentos convencionales de la época. Así lo hace Chesterton. Se vuelve contra las teorías "heréticas" (como él dice) en nombre de las conveniencias y el respeto a lo establecido; sí, pero con ímpetu de aventura, poética y no prosaicamente. Ataca las herejías, sí, pero en nombre de la revolución. De aquí su éxito. Su procedimiento habitual, su mecánica de las ideas, está en procurar siempre un contraste: si hay que defender la seguridad pública, no lo hace poniéndose al lado de la policía, sino, en cierto modo, al lado del motín.

“En El hombre que fue jueves encontramos, como en síntesis, todas las características de Chesterton: la facilidad periodística para trasladar a la calle una discusión de filosofía; la preocupación de la idea católica, simbolizada en una lámpara eclesiástica que el 'Dr. Renard' descolgara de su puerta para ofrecerla a los fugitivos; el procedimiento de sorpresa y contraste empleado con regularidad y monotonía en todos los momentos críticos de la novela; como que la novela puede reducirse a siete contrastes sucesivos, a siete sorpresas que nos dan los siete personajes de primer plano. También encontramos aquí al crítico de arte o, por lo menos, al hombre para quien los colores de la tierra (sobre todo los que tienden al rojo) realmente existen: la novela, como en una alucinación o verdadera pesadilla, se desarrolla sobre un fondo de crepúsculos encendidos, en un ambiente de matices y tonos que parecen engendrados por los cabellos radiantes de 'Rosamunda', bajo aquel cielo de azafrán, en el barrio de las casas rojas, en el jardín iluminado por farolitos de colores.

“El hombre que fue jueves es una novela policiaca, pero una novela policiaco-metafísica -verdadera sublimación del género. Otro tanto pudiera decirse de todas las novelas de Chesterton, con excepción del pequeño ciclo del 'Padre Brown'. El perseguidor y el perseguido cobran una significación inesperada, hasta convertirse en principios eternos del universo. Pero, por fortuna, nunca se pierde, por entre el laberinto de episodios más o menos simbólicos —simbólicos siempre— este sentimiento humorístico que legitima la introducción de elementos inverosímiles en el relato…”.