/ domingo 23 de enero de 2022

El cumpleaños del perro | El zombie como motivo político

Durante muchos años, por no decir casi siempre, la Academia que otorga los premios Oscar estuvo renuente a considerar los filmes de género (“Psicosis”/ 1960, “2001, odisea del espacio”/ 1968, “El exorcista”/ 1973, “Encuentros cercanos del tercer tipo”/ 1977) como importantes o dignas de ser ensalzadas con la estatuilla dorada de marras.

Y así hasta que “La forma del agua”/ 2017, de Guillermo del Toro, fue reconocida por mejor película, rompiendo de este modo la prolongada indiferencia de la Academia hollywoodense por historias donde la fantasía, la ciencia ficción o los personajes monstruosos fueran los protagonistas.

El propio Del Toro ha manifestado que este tipo de cine debe ser visto como importante porque aporta algo curioso y bienvenido: la revisión crítica mediante la alegoría política, entendida como la manera de establecer vínculos de comparación y de relaciones con la sociedad no sólo actual sino de cualquier época a través de la lectura o hermenéutica.

Es probable que el cine de género tenga un séquito de seguidores porque es un territorio donde las pasiones, los deseos y las rabias más recónditas pueden deambular sin delito alguno por la guardiana que se lo permite: la imaginación. Por ello, son factibles distopías infaustas pero anheladas por muchos como “La purga”/ 2013 (y sus cuatro secuelas), “La Langosta”/ 2015, “La llegada”/ 2016, “El hoyo”/ 2019 y “No miren arriba” /2021, las cuales plantean a las improbabilidades (al menos en el corto tiempo) como un referente de posibilidad y concreción.

Sin embargo, el cine de zombies (o zombis) es uno de los más atractivos por los públicos de todo el orbe. ¿La razón? Es un misterio, quizás en ello radica que es materia de estudio y análisis, incluso hay un libro, “Filosofía zombi” (Jorge Fernández Gonzalo, 2011, Editorial Anagrama) que en sus líneas introductorias apunta al respecto: “Las producciones sobre zombis se han ofrecido a menudo como barómetro de ciertas inquietudes sociales. Películas, series televisivas, videojuegos, cómics y hasta pasacalles o zombie walks animan el circo mediático y las prácticas de lo transcultural, punk o antisistema desde una perspectiva lúdica al mismo tiempo que turbadora y como metáfora desde donde entender el entorno mediatizado que nos rodea: desequilibrios financieros, pasiones reducidas al pastiche de su expresión hiperreal, modelos de pensamiento afianzados por el poder y consolidados en la puesta en práctica de la maquinaria capitalista”.

Vaya que más que un subgénero, el cine de zombies ha pasado a ser una especie de renovada visita generacional fílmica. Para muestra una botón: la exitosa serie The walking dead, y los numerosos festivales, entre ellos el más prestigioso: Zinema Zombie Fest.

Pero hay que irnos más atrás, a su tata cinematográfico: George A. Romero, quien es uno de los cineastas underground que más fans tiene en el orbe. Padre, ni más ni menos, de un subgénero venerado por millones: el cine de zombies.

En alguna entrevista, Romero dijo que él fue un niño ofendido por los chicos neoyorkinos de su edad debido a su origen puertorriqueño. De allí, quizá, que dicho temor haya sido extrapolado en forma artística con los años mediante los zombies. Es decir: el zombie visto como el extraño que altera un orden.

La irrupción de George A. Romero en la escena mundial del cine se dio en 1968 con su ya clásica La noche de los muertos vivientes, donde sacaba a la luz a personajes muertos, deformes que requerían para “vivir” comer carne humana.

(Aunque en aras de la precisión y de la justicia cinéfila, hay que anotar y acotar que fue el director Ed Wood el primero en proponer al zombie como personaje en su filme de culto “Plan nueve del espacio exterior”/ 1959: incluso, llegó más lejos que el propio George A. Romero: explicar el por qué del zombie. Según se aduce en “Plan nueve del espacio Exterior”, una nave alienígena lanzó rayos catódicos a un cementerio y dieron en las glándulas pituitarias de los cadáveres ¡resucitándolos!)

En “La tierra de los muertos”, Romero perfecciona su estilo y lo lleva a niveles de metáfora irrefutable: los zombies bien pudieran ser los indocumentados mexicanos (o latinos) que cruzan hacia los Estados Unidos en busca de oportunidades de vida.

La ciudad (o el mundo) no se especifica bien, está lidereada por el corrupto Kaufman (Dennis Hooper) quien cobra alto por salvaguardar a los ricos de los zombies, quienes habitan la parte pobre de la ciudad (separadamente por un río -¿el Bravo?-).

Cholo/ John Leguizamo, el latino mercenario de Kaufman tiene contacto con Riley/ Simon Baker, quien es otro mercenario que surte de comida y combustible a los ricos sorteando el ghetto de los zombies.

Pronto, los zombies, comandados por un afroamericano (Eugene Clark) rompen en cerco y cruzan el río hasta llegar al centro comercial de lujo que sirve de reducto de los ricos. Riley y Cholo lo combatan sin éxito.

Para Kaufman los zombies son terroristas y “con ellos no se negocia”. Cholo, el ambicioso mano derecha de Kaufman apunta: “no quiero ser como ese pobre zombie mexicano”. Sin duda, Geroge A. Romero ha planteado una alegoría sobre el sistema político y económico de su país, Estados Unidos.

Los zombies son los minoritarios, los latinos, los negros, los pobres, lo que no merecen seguir viviendo y hay que asesinarlos. Cholo es el latino que quiere agradar pero nunca encajará en un país que lo tildará de ciudadanos de segunda (de allí que al final Cholo se convierta en zombie también).

“La tierra de los muertos” es un filme inteligente de un maestro, Romero, que ha llevado su obsesión a niveles de barroquismo para alargarnos algunas preguntas: ¿puede desde el cine lanzarse crítica social y política? ¿Es el cine de género menos interesante como el de autor o el de arte?...

Durante muchos años, por no decir casi siempre, la Academia que otorga los premios Oscar estuvo renuente a considerar los filmes de género (“Psicosis”/ 1960, “2001, odisea del espacio”/ 1968, “El exorcista”/ 1973, “Encuentros cercanos del tercer tipo”/ 1977) como importantes o dignas de ser ensalzadas con la estatuilla dorada de marras.

Y así hasta que “La forma del agua”/ 2017, de Guillermo del Toro, fue reconocida por mejor película, rompiendo de este modo la prolongada indiferencia de la Academia hollywoodense por historias donde la fantasía, la ciencia ficción o los personajes monstruosos fueran los protagonistas.

El propio Del Toro ha manifestado que este tipo de cine debe ser visto como importante porque aporta algo curioso y bienvenido: la revisión crítica mediante la alegoría política, entendida como la manera de establecer vínculos de comparación y de relaciones con la sociedad no sólo actual sino de cualquier época a través de la lectura o hermenéutica.

Es probable que el cine de género tenga un séquito de seguidores porque es un territorio donde las pasiones, los deseos y las rabias más recónditas pueden deambular sin delito alguno por la guardiana que se lo permite: la imaginación. Por ello, son factibles distopías infaustas pero anheladas por muchos como “La purga”/ 2013 (y sus cuatro secuelas), “La Langosta”/ 2015, “La llegada”/ 2016, “El hoyo”/ 2019 y “No miren arriba” /2021, las cuales plantean a las improbabilidades (al menos en el corto tiempo) como un referente de posibilidad y concreción.

Sin embargo, el cine de zombies (o zombis) es uno de los más atractivos por los públicos de todo el orbe. ¿La razón? Es un misterio, quizás en ello radica que es materia de estudio y análisis, incluso hay un libro, “Filosofía zombi” (Jorge Fernández Gonzalo, 2011, Editorial Anagrama) que en sus líneas introductorias apunta al respecto: “Las producciones sobre zombis se han ofrecido a menudo como barómetro de ciertas inquietudes sociales. Películas, series televisivas, videojuegos, cómics y hasta pasacalles o zombie walks animan el circo mediático y las prácticas de lo transcultural, punk o antisistema desde una perspectiva lúdica al mismo tiempo que turbadora y como metáfora desde donde entender el entorno mediatizado que nos rodea: desequilibrios financieros, pasiones reducidas al pastiche de su expresión hiperreal, modelos de pensamiento afianzados por el poder y consolidados en la puesta en práctica de la maquinaria capitalista”.

Vaya que más que un subgénero, el cine de zombies ha pasado a ser una especie de renovada visita generacional fílmica. Para muestra una botón: la exitosa serie The walking dead, y los numerosos festivales, entre ellos el más prestigioso: Zinema Zombie Fest.

Pero hay que irnos más atrás, a su tata cinematográfico: George A. Romero, quien es uno de los cineastas underground que más fans tiene en el orbe. Padre, ni más ni menos, de un subgénero venerado por millones: el cine de zombies.

En alguna entrevista, Romero dijo que él fue un niño ofendido por los chicos neoyorkinos de su edad debido a su origen puertorriqueño. De allí, quizá, que dicho temor haya sido extrapolado en forma artística con los años mediante los zombies. Es decir: el zombie visto como el extraño que altera un orden.

La irrupción de George A. Romero en la escena mundial del cine se dio en 1968 con su ya clásica La noche de los muertos vivientes, donde sacaba a la luz a personajes muertos, deformes que requerían para “vivir” comer carne humana.

(Aunque en aras de la precisión y de la justicia cinéfila, hay que anotar y acotar que fue el director Ed Wood el primero en proponer al zombie como personaje en su filme de culto “Plan nueve del espacio exterior”/ 1959: incluso, llegó más lejos que el propio George A. Romero: explicar el por qué del zombie. Según se aduce en “Plan nueve del espacio Exterior”, una nave alienígena lanzó rayos catódicos a un cementerio y dieron en las glándulas pituitarias de los cadáveres ¡resucitándolos!)

En “La tierra de los muertos”, Romero perfecciona su estilo y lo lleva a niveles de metáfora irrefutable: los zombies bien pudieran ser los indocumentados mexicanos (o latinos) que cruzan hacia los Estados Unidos en busca de oportunidades de vida.

La ciudad (o el mundo) no se especifica bien, está lidereada por el corrupto Kaufman (Dennis Hooper) quien cobra alto por salvaguardar a los ricos de los zombies, quienes habitan la parte pobre de la ciudad (separadamente por un río -¿el Bravo?-).

Cholo/ John Leguizamo, el latino mercenario de Kaufman tiene contacto con Riley/ Simon Baker, quien es otro mercenario que surte de comida y combustible a los ricos sorteando el ghetto de los zombies.

Pronto, los zombies, comandados por un afroamericano (Eugene Clark) rompen en cerco y cruzan el río hasta llegar al centro comercial de lujo que sirve de reducto de los ricos. Riley y Cholo lo combatan sin éxito.

Para Kaufman los zombies son terroristas y “con ellos no se negocia”. Cholo, el ambicioso mano derecha de Kaufman apunta: “no quiero ser como ese pobre zombie mexicano”. Sin duda, Geroge A. Romero ha planteado una alegoría sobre el sistema político y económico de su país, Estados Unidos.

Los zombies son los minoritarios, los latinos, los negros, los pobres, lo que no merecen seguir viviendo y hay que asesinarlos. Cholo es el latino que quiere agradar pero nunca encajará en un país que lo tildará de ciudadanos de segunda (de allí que al final Cholo se convierta en zombie también).

“La tierra de los muertos” es un filme inteligente de un maestro, Romero, que ha llevado su obsesión a niveles de barroquismo para alargarnos algunas preguntas: ¿puede desde el cine lanzarse crítica social y política? ¿Es el cine de género menos interesante como el de autor o el de arte?...