/ domingo 18 de julio de 2021

El cumpleaños del perro | Tampico de noche

Tampico de noche es una mujer enamorada que echa su vaho marítimo en tu oreja. Si alzas la vista, la noche en Tampico te pertenece con una ternura que te embriaga, mientras allá, en el puerto, el faro con su luz de cíclope, abre sus venas de aguas al viajero remoto.

Tampico habla varios idiomas. Durante el día te habla fuerte, a gritos a veces mientras discurre tu agenda con la habitual prisa de los porteños/citadinos.

Al mediodía, Tampico tiene otra voz. Y por la tarde otra; y en la noche otra…

La ciudad habla, dice y comunica. El día es batahola y rictus de signos sonoros. El lenguaje de la noche es de sombras, de ecos amotinados en los dolores del cuerpo. La sombra es un viaje alterno al silencio de los años. Callar es permitir que salgan fantasmas a desmentir el tiempo.

“Los elementos de la noche”, anota José Emilio Pacheco. ¿Y cuáles son esos elementos? Los que se perciben con la mente, con la piel.

Tampico de noche es una mujer ebria de nostalgia. En la noche coexisten Dios y el diablo, el silencio y la danza paralela de las palabras. Habitante de la noche es aquel que se tutea con la eternidad del instante, con la vulgaridad de la pasión.

Me gusta oler el aire de la noche porque es el territorio por donde deambula mi madre, mi tío José, mis mayores idos. (Estamos hechos de los muertos que se nos adelantaron).

Hay días en que rompo con el mundo. No quiero saber el color de las cosas, me duele la dulzura del crepúsculo. Estoy, de esta forma, condenado a una soledad con tentáculos de sombras.

Me abro, me cierro, es fuerte el dolor. ¿Dónde me apoyo? Los días pasan uniformes. El ayer no me dice nada. Me caigo a pedazos, despierto incompleto, me faltan miembros, elementos de la memoria, Me pesa, me duele el cuerpo, no son los años: es mi alma.

El crepúsculo está hecho con sangre de la noche. Violenta y santa, etérea y perenne, la noche es la hija bastarda del tiempo. Ah, cómo me gusta oler el aire de la noche de Tampico porque huele a historias de marineros (mi padre era marino) que aún cuentan sus andanzas de lluvia y resequedad de años.

En la noche hay fugas clandestinas, siglos que estallan en las vísceras de los segundos. En la oscuridad hay otro idioma, otros números rigen la suma, la voz adquiere otro tono. A plena luz el corazón duerme en su metamorfosis. El aire delata la radiografía de los signos del adiós de las miradas. Túnel acortado el tiempo registra el tránsito.

Alzo la vista, la noche sangra. Lágrimas de luz caen, forman arroyos que van hacia algún sueño.

El tiempo es sangre, piel y memoria. El tiempo nos odia, nos golpea, nos envejece, nos deja tirados en la carreta de la edad. ¿Qué hacer? Contar es un viaje al silencio. Entre palabra y silencio un ahogo nos asalta: es lo contado…

Tampico, ciudad recuerdo, geografía/ geometría, enormidad de nostalgias empequeñecida por un fuego de iras, sombras huérfanas -la distancia es memoria métrica-, presagio de luces pútridas. Nunca se llena el alma.

Miro todo, estoy ciego de sonidos. ¿Acaso nadie me oye? Toco puertas de eternidades frágiles, mis amigos son ahora funcionarios y se malgastan en labores sin fondo. Me duele la vida: fuego fugaz, vuelo en vilo, alas de ebrios aires: mi pecho ataúd de vacíos.

Tampico es mi cueva, es mi exclamación diaria poblada de nombres, de fatigados alfabetos. El mundo es una mirada que aborta edades y laberintos siniestros que se burlan de la inocencia perdida; mi pensamiento es una: loza no puedo llegar -de este modo- a Tampico, mi Ítaca infame.

Tampico puerto, puerta de aire, convocatoria de peces eléctricos, historia/ histeria de lamentos, fruto moral, condado doloroso, hijo de la memoria henchida, protesta de ruidos sordos, cremación de lágrimas invisibles.

Soy estas líneas, estos dolores pulverizados entre clases de matemáticas y cine, soy la nieve que arde en la ausencia, en la brutalidad de vacuos días. Cae la lluvia, la rutina de letras y horarios de cocinas caníbales. Grito y nadie me oye: hilo de brumas, bruñido de soledades, semillas longevas de esperanzas, noches analfabetas, manos ebrias de hechizos.

Mírame, conjúgame, soy un verbo con deudas, con lágrimas añejas, con árboles y arroyos/ piel líquida; conjúgame nunca en pasado: montañas de sombrías, olor a mar salitre clandestino, compañía de detritus, estatuas de sal. Aquí en mi costado, en mi sangre siempre prófuga ciudad recuerdo, puñado de historias que instalan su reino de instantes eternos alternos internos. Ciudad hombre de calles-venas, de herrumbres, de latitudes sin ángeles, hombre de largas preguntas, escombro de cielo roto.

Cae la lluvia y la arena de las cosas idas. Caer es el verbo totalitario. Las lágrimas caen, los recuerdos caen y nadie hace nada. El río es implacable, como el tiempo no se detiene, pero desde su horizontalidad, qué remedio, cae en forma de cascada.

Tampico se abre como flor única. Es una ciudad pétalo. Es un puerto tallo.

Tampico cabe en la lengua, en las manos, en un recuerdo. Y yo, ¿dónde quepo?

Geografía de luz, de carne, de oasis contaminado de perpetua sed. Geometría de aire, de sombras. Ciudad recuerdo, algoritmo de memorias. Tampico, escenario de ruinas y de esperanza. Ciudad destino, cuna de piel, de mar, de fábulas niñas…

Tampico de noche es una mujer enamorada que echa su vaho marítimo en tu oreja. Si alzas la vista, la noche en Tampico te pertenece con una ternura que te embriaga, mientras allá, en el puerto, el faro con su luz de cíclope, abre sus venas de aguas al viajero remoto.

Tampico habla varios idiomas. Durante el día te habla fuerte, a gritos a veces mientras discurre tu agenda con la habitual prisa de los porteños/citadinos.

Al mediodía, Tampico tiene otra voz. Y por la tarde otra; y en la noche otra…

La ciudad habla, dice y comunica. El día es batahola y rictus de signos sonoros. El lenguaje de la noche es de sombras, de ecos amotinados en los dolores del cuerpo. La sombra es un viaje alterno al silencio de los años. Callar es permitir que salgan fantasmas a desmentir el tiempo.

“Los elementos de la noche”, anota José Emilio Pacheco. ¿Y cuáles son esos elementos? Los que se perciben con la mente, con la piel.

Tampico de noche es una mujer ebria de nostalgia. En la noche coexisten Dios y el diablo, el silencio y la danza paralela de las palabras. Habitante de la noche es aquel que se tutea con la eternidad del instante, con la vulgaridad de la pasión.

Me gusta oler el aire de la noche porque es el territorio por donde deambula mi madre, mi tío José, mis mayores idos. (Estamos hechos de los muertos que se nos adelantaron).

Hay días en que rompo con el mundo. No quiero saber el color de las cosas, me duele la dulzura del crepúsculo. Estoy, de esta forma, condenado a una soledad con tentáculos de sombras.

Me abro, me cierro, es fuerte el dolor. ¿Dónde me apoyo? Los días pasan uniformes. El ayer no me dice nada. Me caigo a pedazos, despierto incompleto, me faltan miembros, elementos de la memoria, Me pesa, me duele el cuerpo, no son los años: es mi alma.

El crepúsculo está hecho con sangre de la noche. Violenta y santa, etérea y perenne, la noche es la hija bastarda del tiempo. Ah, cómo me gusta oler el aire de la noche de Tampico porque huele a historias de marineros (mi padre era marino) que aún cuentan sus andanzas de lluvia y resequedad de años.

En la noche hay fugas clandestinas, siglos que estallan en las vísceras de los segundos. En la oscuridad hay otro idioma, otros números rigen la suma, la voz adquiere otro tono. A plena luz el corazón duerme en su metamorfosis. El aire delata la radiografía de los signos del adiós de las miradas. Túnel acortado el tiempo registra el tránsito.

Alzo la vista, la noche sangra. Lágrimas de luz caen, forman arroyos que van hacia algún sueño.

El tiempo es sangre, piel y memoria. El tiempo nos odia, nos golpea, nos envejece, nos deja tirados en la carreta de la edad. ¿Qué hacer? Contar es un viaje al silencio. Entre palabra y silencio un ahogo nos asalta: es lo contado…

Tampico, ciudad recuerdo, geografía/ geometría, enormidad de nostalgias empequeñecida por un fuego de iras, sombras huérfanas -la distancia es memoria métrica-, presagio de luces pútridas. Nunca se llena el alma.

Miro todo, estoy ciego de sonidos. ¿Acaso nadie me oye? Toco puertas de eternidades frágiles, mis amigos son ahora funcionarios y se malgastan en labores sin fondo. Me duele la vida: fuego fugaz, vuelo en vilo, alas de ebrios aires: mi pecho ataúd de vacíos.

Tampico es mi cueva, es mi exclamación diaria poblada de nombres, de fatigados alfabetos. El mundo es una mirada que aborta edades y laberintos siniestros que se burlan de la inocencia perdida; mi pensamiento es una: loza no puedo llegar -de este modo- a Tampico, mi Ítaca infame.

Tampico puerto, puerta de aire, convocatoria de peces eléctricos, historia/ histeria de lamentos, fruto moral, condado doloroso, hijo de la memoria henchida, protesta de ruidos sordos, cremación de lágrimas invisibles.

Soy estas líneas, estos dolores pulverizados entre clases de matemáticas y cine, soy la nieve que arde en la ausencia, en la brutalidad de vacuos días. Cae la lluvia, la rutina de letras y horarios de cocinas caníbales. Grito y nadie me oye: hilo de brumas, bruñido de soledades, semillas longevas de esperanzas, noches analfabetas, manos ebrias de hechizos.

Mírame, conjúgame, soy un verbo con deudas, con lágrimas añejas, con árboles y arroyos/ piel líquida; conjúgame nunca en pasado: montañas de sombrías, olor a mar salitre clandestino, compañía de detritus, estatuas de sal. Aquí en mi costado, en mi sangre siempre prófuga ciudad recuerdo, puñado de historias que instalan su reino de instantes eternos alternos internos. Ciudad hombre de calles-venas, de herrumbres, de latitudes sin ángeles, hombre de largas preguntas, escombro de cielo roto.

Cae la lluvia y la arena de las cosas idas. Caer es el verbo totalitario. Las lágrimas caen, los recuerdos caen y nadie hace nada. El río es implacable, como el tiempo no se detiene, pero desde su horizontalidad, qué remedio, cae en forma de cascada.

Tampico se abre como flor única. Es una ciudad pétalo. Es un puerto tallo.

Tampico cabe en la lengua, en las manos, en un recuerdo. Y yo, ¿dónde quepo?

Geografía de luz, de carne, de oasis contaminado de perpetua sed. Geometría de aire, de sombras. Ciudad recuerdo, algoritmo de memorias. Tampico, escenario de ruinas y de esperanza. Ciudad destino, cuna de piel, de mar, de fábulas niñas…