/ lunes 11 de marzo de 2024

El cumpleaños del perro / Una historia de gatos

Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos.

Winston Churchill.

Abro la ventana, un gato –a lo lejos, sí, a lo lejos– ronronea. No entiendo. Solo escucho. Regreso a mi aposento. ¿Era un gato o era yo en el cuerpo de un gato?

Los gatos son silenciosos. Te ven (nos ven). No dicen: interrogan con la mirada. Un gato siempre está preguntando con la intención de pillarte en una mentira.

Los gatos son los sacerdotes de la noche.

Los gatos son milenarios. En la antigüedad egipcia fueron sagrados. Quien esté libre de gatos que suelte su primer maullido.

Camino por Tampico. Hay neblina –himen de la noche– y allá, cauteloso, viene un gato hacia mí. Majestuoso, caballero de la noche. No me mira, me ignora. Se dirige hacia una banca. Sube. Se acuesta. Entrecierra sus ojos. Establece su imperio de noctámbulo. Paso de largo. Volteo. Lo veo y su pequeña silueta de deidad se pierde entre la neblina espesa. ¿Era un gato en verdad o era el dios de la plaza Juan de Villatoro, en la colonia Campbell?

Para sentirse gato no hay que temerle al tiempo. Hay que soportar el pelaje, las garras y la cola. Ser gato no es cualquier cosa. Es una actitud, una postura ante la vida. Ser gato es ser libre, libre como un sonido en el vientre de la noche.

Hoy me levanté sintiéndome gato. Salí a la calle y nadie volteó a verme. Vamos, si soy un gato, mírenme. Tengo cuatro patas, soy sensual. Pero nadie se detuvo a verme. Por eso me metí en este bote de basura.

Buscaré una gatita para prodigar la especie. Le ronronearé en la oreja. Le diré que de mis siete vidas me quedan las siete y que estoy dispuesto a compartirlas con ella.

Por ti, gatita, daría no una ni dos. Daría hasta seis vidas. La última me la quedo para mi esperada vejez.

Los gatos deberían ser canonizados. Son los amuletos de la casa. Los frotan, les cuelgan collares, les dan de beber leche. Y qué cosa es más sagrada que la leche.

Deberían institucionalizar el Día del Gato. Porque todos llevamos un gato dentro.

El gato es el símbolo del azar. ¿Jugamos un gato? Yo X, tú O.

Yo, gato de azotea, declaro que me duele Tampico, me duele México. Desde este lugar, al lado de este tanque de agua, he visto en la calle cómo se matan a balazos, cómo levantan a personas. Me duele, pero no puedo hacer nada. Solo lamerme para ver si mi antepasada divinidad sirve para algo.

No me molesten. Tengo sueño. Voy a dormir mil años. Hasta entonces, bueno, si aún están vivos…

Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos.

Winston Churchill.

Abro la ventana, un gato –a lo lejos, sí, a lo lejos– ronronea. No entiendo. Solo escucho. Regreso a mi aposento. ¿Era un gato o era yo en el cuerpo de un gato?

Los gatos son silenciosos. Te ven (nos ven). No dicen: interrogan con la mirada. Un gato siempre está preguntando con la intención de pillarte en una mentira.

Los gatos son los sacerdotes de la noche.

Los gatos son milenarios. En la antigüedad egipcia fueron sagrados. Quien esté libre de gatos que suelte su primer maullido.

Camino por Tampico. Hay neblina –himen de la noche– y allá, cauteloso, viene un gato hacia mí. Majestuoso, caballero de la noche. No me mira, me ignora. Se dirige hacia una banca. Sube. Se acuesta. Entrecierra sus ojos. Establece su imperio de noctámbulo. Paso de largo. Volteo. Lo veo y su pequeña silueta de deidad se pierde entre la neblina espesa. ¿Era un gato en verdad o era el dios de la plaza Juan de Villatoro, en la colonia Campbell?

Para sentirse gato no hay que temerle al tiempo. Hay que soportar el pelaje, las garras y la cola. Ser gato no es cualquier cosa. Es una actitud, una postura ante la vida. Ser gato es ser libre, libre como un sonido en el vientre de la noche.

Hoy me levanté sintiéndome gato. Salí a la calle y nadie volteó a verme. Vamos, si soy un gato, mírenme. Tengo cuatro patas, soy sensual. Pero nadie se detuvo a verme. Por eso me metí en este bote de basura.

Buscaré una gatita para prodigar la especie. Le ronronearé en la oreja. Le diré que de mis siete vidas me quedan las siete y que estoy dispuesto a compartirlas con ella.

Por ti, gatita, daría no una ni dos. Daría hasta seis vidas. La última me la quedo para mi esperada vejez.

Los gatos deberían ser canonizados. Son los amuletos de la casa. Los frotan, les cuelgan collares, les dan de beber leche. Y qué cosa es más sagrada que la leche.

Deberían institucionalizar el Día del Gato. Porque todos llevamos un gato dentro.

El gato es el símbolo del azar. ¿Jugamos un gato? Yo X, tú O.

Yo, gato de azotea, declaro que me duele Tampico, me duele México. Desde este lugar, al lado de este tanque de agua, he visto en la calle cómo se matan a balazos, cómo levantan a personas. Me duele, pero no puedo hacer nada. Solo lamerme para ver si mi antepasada divinidad sirve para algo.

No me molesten. Tengo sueño. Voy a dormir mil años. Hasta entonces, bueno, si aún están vivos…