/ lunes 27 de agosto de 2018

El grano de arena

Acudir al octavo mes significa haber sorteado siete aduanas, nombres centenarios que caben en un calendario. Cómo arrumbar las voces que nos persiguen en nuestros sueños más antiguos, cómo intuir que la herrumbre es señal de vida, experiencia biológica, humedad exiliada. Cómo acercar el oído a la bocina de los años y percatarse de la ausencia de ruidos conocidos. Cómo aislar el miedo y no salir corriendo. Las gotas de agua que caen guardan miradas, anhelos de cielos que no nos pertenecen pero que nos habitan y nos invitan a redimirnos de pensamientos de estíos. Volver al lugar de las apariciones inutiliza la teoría de la huida (huir es desaparecer en uno mismo) para retornar a otros territorios que no conocen estas huellas. Construir la casa significa reunir las ilusiones húmedas que nos habitaron, que nos pidieron existir algún día. La construcción empieza con el primer beso. Si el crepúsculo no está habituado a la sangre desnuda, al grito del alba es porque la edificación no ha comenzado.

Es pretencioso vestirse con el traje deseado, nunca con el propio. No creo en los horóscopos, los mesías de la facundia. Creo en las estrellas -en las luces con gases y vapores que ya no existen- que en el firmamento nos mienten con mundos celestes posibles.

Abrir los ojos es el mayor homenaje de vida que alguien nos hace. Regresamos a la imagen, a la idea de la existencia. El ojo, aleph, mago de la luz, dicta la vida, matemático de las formas... El ojo abre y cierra universos, impide y multiplica la belleza. Agosto tiene ocho ojos, mira y nos mira como si fuéramos su feudo. En un mes -agosto, por ejemplo- se reúnen todas las ansias y la memoria de los días idos.

Acudir al octavo mes es meterse en la noche y el día. Resignarse, alistarse en la ausencia de las cosas. Nada abarca al tiempo como el tiempo. Es un dios el tiempo. Y los dioses son siempre grandes, inalcanzables. En un mes se extienden la historia y los mitos para retornar a la espera de los sucesos. Me repito y me repiten: Nos repetimos en un camino de Moebius apenas proponiendo rutas nuevas.

Agosto tiene sombras y luces, palabras y silencios. La sombra es un viaje alterno al silencio, al naufragio de los años. Nombrar la luz permite que salgan fantasmas -sombras-, a desmentir al tiempo.

¿Qué significa agosto con los años? La respuesta está en las paredes, en las habitaciones del tiempo. Todo se malgasta, se desintegra. Lo inmenso de un día cae al volver la mirada hacia atrás. Mirar no es otra cosa que desconfiar. Miramos porque no confiamos. La fe -esa perra maltratada- sería confiable si el mundo estuviera ciego. Lo único que modifica al pasado - Oscar Wilde nos los dijo- es el arrepentimiento...


Acudir al octavo mes significa haber sorteado siete aduanas, nombres centenarios que caben en un calendario. Cómo arrumbar las voces que nos persiguen en nuestros sueños más antiguos, cómo intuir que la herrumbre es señal de vida, experiencia biológica, humedad exiliada. Cómo acercar el oído a la bocina de los años y percatarse de la ausencia de ruidos conocidos. Cómo aislar el miedo y no salir corriendo. Las gotas de agua que caen guardan miradas, anhelos de cielos que no nos pertenecen pero que nos habitan y nos invitan a redimirnos de pensamientos de estíos. Volver al lugar de las apariciones inutiliza la teoría de la huida (huir es desaparecer en uno mismo) para retornar a otros territorios que no conocen estas huellas. Construir la casa significa reunir las ilusiones húmedas que nos habitaron, que nos pidieron existir algún día. La construcción empieza con el primer beso. Si el crepúsculo no está habituado a la sangre desnuda, al grito del alba es porque la edificación no ha comenzado.

Es pretencioso vestirse con el traje deseado, nunca con el propio. No creo en los horóscopos, los mesías de la facundia. Creo en las estrellas -en las luces con gases y vapores que ya no existen- que en el firmamento nos mienten con mundos celestes posibles.

Abrir los ojos es el mayor homenaje de vida que alguien nos hace. Regresamos a la imagen, a la idea de la existencia. El ojo, aleph, mago de la luz, dicta la vida, matemático de las formas... El ojo abre y cierra universos, impide y multiplica la belleza. Agosto tiene ocho ojos, mira y nos mira como si fuéramos su feudo. En un mes -agosto, por ejemplo- se reúnen todas las ansias y la memoria de los días idos.

Acudir al octavo mes es meterse en la noche y el día. Resignarse, alistarse en la ausencia de las cosas. Nada abarca al tiempo como el tiempo. Es un dios el tiempo. Y los dioses son siempre grandes, inalcanzables. En un mes se extienden la historia y los mitos para retornar a la espera de los sucesos. Me repito y me repiten: Nos repetimos en un camino de Moebius apenas proponiendo rutas nuevas.

Agosto tiene sombras y luces, palabras y silencios. La sombra es un viaje alterno al silencio, al naufragio de los años. Nombrar la luz permite que salgan fantasmas -sombras-, a desmentir al tiempo.

¿Qué significa agosto con los años? La respuesta está en las paredes, en las habitaciones del tiempo. Todo se malgasta, se desintegra. Lo inmenso de un día cae al volver la mirada hacia atrás. Mirar no es otra cosa que desconfiar. Miramos porque no confiamos. La fe -esa perra maltratada- sería confiable si el mundo estuviera ciego. Lo único que modifica al pasado - Oscar Wilde nos los dijo- es el arrepentimiento...