/ miércoles 17 de abril de 2019

La bruja: terror inteligente

Pocas óperas primas son tan poderosas como La bruja (The witch)/ EUA-Canadá-2015, de Robert Eggers...

Donde el pulso naturalista de Dreyer, la perturbadora mirada reposada de Haneke y la álgida sinfonía de planos fijos de Bergman confluyen en una palabra expansiva: terror.

Pero el terror que emana de la narrativa visual de Eggers no es efectista sino introspectivo, concatenado bajo una cuadratura de tensión y crispación constantes. Es decir, cada plano captado por el fotógrafo Jarin Blaschke –a la manera de Terrence Malick, con luz natural– sugiere una acción al borde del precipicio. Sin embargo, ese despeñadero más que físico con tintes espeluznantes (el bosque, la granja aislada) se enfoca más en el núcleo familiar del calvinista William/Ralph Ineso, su esposa Katherine/Kate Dickie y sus hijos Thomasin/Anya Taylor-Joy, Caleb, Jonás, Samuel y Mercy quienes, en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, son expulsados y orillados a vivir en una zona inhóspita cercana al bosque donde vive una bruja (interpretada por la nonagenaria Bathasheba Garnett).

La bruja es una puesta en escena sobria, documentada sobre el tema de las creencias religiosas versus el mal, representado por las brujas y la inalterable obediencia hacia los mandatos divinos. Y justo es aquí donde estalla el punto del conflicto de lo terrorífico. Para el director y guionista Eggers el mal no está solamente en la concretización del castigo de Dios por sucumbir ante el demonio: es en la misma interpretación de los preceptos de Dios (por la época, los usos y costumbres, la dominación de la Iglesia, el éxodo de colonos, etc.) que dicho Mal hace estallar sus artefactos tanto morales y religiosos. De allí que la idea de William y Katherine por reubicar a su hija adolescente Thomasin en una buena casa cristiana sea una amalgama de los cánones ideológicos de esa era puritana.

Apartada de los clichés del género (edición convulsa, música estridente, close ups al por mayor, penumbras chocantes), La bruja es una lección de dirección fílmica que oxigena a los elementos del cine de terror de manera gratificante porque hay una propuesta original, vehemente, digna y que se perfila a ser un clásico dentro de los estándares propios de esta clase de cine…


Pocas óperas primas son tan poderosas como La bruja (The witch)/ EUA-Canadá-2015, de Robert Eggers...

Donde el pulso naturalista de Dreyer, la perturbadora mirada reposada de Haneke y la álgida sinfonía de planos fijos de Bergman confluyen en una palabra expansiva: terror.

Pero el terror que emana de la narrativa visual de Eggers no es efectista sino introspectivo, concatenado bajo una cuadratura de tensión y crispación constantes. Es decir, cada plano captado por el fotógrafo Jarin Blaschke –a la manera de Terrence Malick, con luz natural– sugiere una acción al borde del precipicio. Sin embargo, ese despeñadero más que físico con tintes espeluznantes (el bosque, la granja aislada) se enfoca más en el núcleo familiar del calvinista William/Ralph Ineso, su esposa Katherine/Kate Dickie y sus hijos Thomasin/Anya Taylor-Joy, Caleb, Jonás, Samuel y Mercy quienes, en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, son expulsados y orillados a vivir en una zona inhóspita cercana al bosque donde vive una bruja (interpretada por la nonagenaria Bathasheba Garnett).

La bruja es una puesta en escena sobria, documentada sobre el tema de las creencias religiosas versus el mal, representado por las brujas y la inalterable obediencia hacia los mandatos divinos. Y justo es aquí donde estalla el punto del conflicto de lo terrorífico. Para el director y guionista Eggers el mal no está solamente en la concretización del castigo de Dios por sucumbir ante el demonio: es en la misma interpretación de los preceptos de Dios (por la época, los usos y costumbres, la dominación de la Iglesia, el éxodo de colonos, etc.) que dicho Mal hace estallar sus artefactos tanto morales y religiosos. De allí que la idea de William y Katherine por reubicar a su hija adolescente Thomasin en una buena casa cristiana sea una amalgama de los cánones ideológicos de esa era puritana.

Apartada de los clichés del género (edición convulsa, música estridente, close ups al por mayor, penumbras chocantes), La bruja es una lección de dirección fílmica que oxigena a los elementos del cine de terror de manera gratificante porque hay una propuesta original, vehemente, digna y que se perfila a ser un clásico dentro de los estándares propios de esta clase de cine…