/ miércoles 25 de septiembre de 2019

La imagen personal

La primera es una construcción sicológica del individuo que atienden las estructuras emocionales y cognoscitivas. La segunda se enfila hacia el exterior, como se ve el individuo, aunque también tenga que ver – en algunos casos – con los mecanismos internos de la persona pero desde el exterior.

“Como te ven te tratan”, señala el dicho. Así, acorde a como se vista, se ejercite y mantenga una figura mimética la persona con los parámetros de la moda y la publicidad cuantimás mejor. Imagen personal es un rasgo cultural, se ha señalado líneas arriba, pero al parecer se está inmerso en otro tipo de cultura: la del consumismo. Somos como nos vemos si somos consumidores promedio e ideales.

La imagen personal tiene tal importancia que, de facto, lo que proyectamos con la apariencia física pasa a ser lo que somos. Pero, ¿realmente así es? ¿Y los aspectos internos del individuo como la moral y los sentimientos? Todo parece estar armado para que la sociedad sólo atienda el aspecto exterior y relegue a un segundo plano lo que piensa y siente la persona.

Somos como nos vemos. El poeta y filósofo irlandés George Berkeley escribió que “ser es ser percibido”, y de alguna manera así es. Si alguien es alto o bajo allí no habrá, aparentemente, nada que discutir. Sin embargo, ¿qué es ser alto o bajo? ¿Quién decide cuántos centímetros son los necesarios para ser elevado o no de estatura? Para un sueco, la estatura promedio de un mexicano – 1.62 m para los hombres – sería una medida para tasar a un bajo. Y viceversa, la estatura promedio del nórdico, 1.78 m, sería una medida adjudicada a un hombre alto en nuestro país.

Sabemos, por las estatuillas y las pinturas antiguas, que los hombres y mujeres de civilizaciones prehispánicas tenían características identitarias (color de piel, estatura) que le otorgaban estatus de pertenencia o exclusión con sus demás congéneres de grupo. Según se era, se vestía, se maquillaba, aunque esto no ha cambiado mucho hoy en día. La imagen va unida con el ser y el estar. Tal vez por eso sean inmortales y precisas las palabras de Shakespeare: “Ser o no ser, he allí el dilema”.

En la carta de 1558 que el virrey Juan de Vega le escribiera a Felipe II se puede leer: “La vestimenta propia da señal de obediencia a los vasallos”. La imagen se proyecta por la forma de vestir y ésta – por añadidura – implica y concatena las relaciones del hombre con su entorno. “Yo soy y mi constancia”, escribió el filósofo José Ortega y Gasset. Bien pudiésemos ajustar esta máxima a “yo soy y mi circunstancia y mi imagen.”

Somos como nos vemos y nos ven, pero también como queremos ser. Por ello es que una pregunta sale a relucir: ¿qué es una imagen? Toda persona es única e irrepetible y proyecta su forma de ser. El rostro, la sonrisa, la voz, los ademanes, el cuerpo en sí conforman la imagen. Se es como se quiere ser y punto…

La primera es una construcción sicológica del individuo que atienden las estructuras emocionales y cognoscitivas. La segunda se enfila hacia el exterior, como se ve el individuo, aunque también tenga que ver – en algunos casos – con los mecanismos internos de la persona pero desde el exterior.

“Como te ven te tratan”, señala el dicho. Así, acorde a como se vista, se ejercite y mantenga una figura mimética la persona con los parámetros de la moda y la publicidad cuantimás mejor. Imagen personal es un rasgo cultural, se ha señalado líneas arriba, pero al parecer se está inmerso en otro tipo de cultura: la del consumismo. Somos como nos vemos si somos consumidores promedio e ideales.

La imagen personal tiene tal importancia que, de facto, lo que proyectamos con la apariencia física pasa a ser lo que somos. Pero, ¿realmente así es? ¿Y los aspectos internos del individuo como la moral y los sentimientos? Todo parece estar armado para que la sociedad sólo atienda el aspecto exterior y relegue a un segundo plano lo que piensa y siente la persona.

Somos como nos vemos. El poeta y filósofo irlandés George Berkeley escribió que “ser es ser percibido”, y de alguna manera así es. Si alguien es alto o bajo allí no habrá, aparentemente, nada que discutir. Sin embargo, ¿qué es ser alto o bajo? ¿Quién decide cuántos centímetros son los necesarios para ser elevado o no de estatura? Para un sueco, la estatura promedio de un mexicano – 1.62 m para los hombres – sería una medida para tasar a un bajo. Y viceversa, la estatura promedio del nórdico, 1.78 m, sería una medida adjudicada a un hombre alto en nuestro país.

Sabemos, por las estatuillas y las pinturas antiguas, que los hombres y mujeres de civilizaciones prehispánicas tenían características identitarias (color de piel, estatura) que le otorgaban estatus de pertenencia o exclusión con sus demás congéneres de grupo. Según se era, se vestía, se maquillaba, aunque esto no ha cambiado mucho hoy en día. La imagen va unida con el ser y el estar. Tal vez por eso sean inmortales y precisas las palabras de Shakespeare: “Ser o no ser, he allí el dilema”.

En la carta de 1558 que el virrey Juan de Vega le escribiera a Felipe II se puede leer: “La vestimenta propia da señal de obediencia a los vasallos”. La imagen se proyecta por la forma de vestir y ésta – por añadidura – implica y concatena las relaciones del hombre con su entorno. “Yo soy y mi constancia”, escribió el filósofo José Ortega y Gasset. Bien pudiésemos ajustar esta máxima a “yo soy y mi circunstancia y mi imagen.”

Somos como nos vemos y nos ven, pero también como queremos ser. Por ello es que una pregunta sale a relucir: ¿qué es una imagen? Toda persona es única e irrepetible y proyecta su forma de ser. El rostro, la sonrisa, la voz, los ademanes, el cuerpo en sí conforman la imagen. Se es como se quiere ser y punto…