/ viernes 8 de junio de 2018

La luz líquida del dolor

Hay días en que rompo con el mundo.

No quiero saber el color de las cosas, me duele la dulzura del crepúsculo. Estoy condenado a una soledad con tentáculos de sombras.

Me abro, me cierro, es fuerte el dolor. ¿Dónde me apoyo? Los días pasan uniformes. El ayer no me dice nada. Me caigo a pedazos, despierto incompleto, me faltan miembros, elementos de la memoria. Me pesa, me duele el cuerpo, no son los años: es mi alma.

¿Qué hago con tanto llanto? A veces me dan ganas de ser sólo un par de ojos que, ingrávidos y sin rumbo vuelen, floten para percibir al mundo sin que él me perciba a mí.

Me caigo, sí a pedazos. Nadie me recoge. Los rostros de las gentes me lastiman. No quiero ver sonrisas. Me autoaprisiono aquí, en la colonia Revolución.

El tiempo es sangre, piel y memoria. La brizna rota delata una huida, una estampida hacia ninguna parte. No son estos años los que he querido vivir. Me he conformado con ver tormentas que no provoqué. Hasta el suelo que piso no es mío. En las manos se me durmieron los más negros jacintos. La espada del valiente no fue fabricada para mí. Quizá me equivoqué de mundo o de cuerpo.

El tiempo nos odia, nos golpea, nos envejece, nos deja tirados en la carreta de la edad. ¿Qué hacer? Contar es un viaje al silencio. Entre palabra y silencio un ahogo nos asalta: es lo contado. Al abrir los ojos constato lo temporal, a ojos cerrados son inmortal. La noche sangra. Alzo la vista, lágrimas de luz caen, forman arroyos y van hacia algún sueño.

Gritar en la multitud o en la página en blanco da lo mismo: el dolor persiste.

¿Qué hago con tantas sombras, séquito en mi reino de ausencias? Años fantasmas, ruina moral: vida que se oculta en el himen de la noche más remota. Miro mis manos, en la eternidad un adiós continuo. La luz es líquida. Mi voz es agua.

Alzo la vista y veo que los pájaros son libres, no tienen fronteras. Yo tengo muchas anclas en las manos, en los hombros, en la mirada, en el pecho. No soy marinero ni sé de precios que me pueden salvar. Me hundo en un mar interior cada vez más, y ¿dónde está la mano que me saque a flote. Aún la espero.

¿Dónde y a qué hora me perdí? ¿Por qué nadie me busca? ¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!..

Hay días en que rompo con el mundo.

No quiero saber el color de las cosas, me duele la dulzura del crepúsculo. Estoy condenado a una soledad con tentáculos de sombras.

Me abro, me cierro, es fuerte el dolor. ¿Dónde me apoyo? Los días pasan uniformes. El ayer no me dice nada. Me caigo a pedazos, despierto incompleto, me faltan miembros, elementos de la memoria. Me pesa, me duele el cuerpo, no son los años: es mi alma.

¿Qué hago con tanto llanto? A veces me dan ganas de ser sólo un par de ojos que, ingrávidos y sin rumbo vuelen, floten para percibir al mundo sin que él me perciba a mí.

Me caigo, sí a pedazos. Nadie me recoge. Los rostros de las gentes me lastiman. No quiero ver sonrisas. Me autoaprisiono aquí, en la colonia Revolución.

El tiempo es sangre, piel y memoria. La brizna rota delata una huida, una estampida hacia ninguna parte. No son estos años los que he querido vivir. Me he conformado con ver tormentas que no provoqué. Hasta el suelo que piso no es mío. En las manos se me durmieron los más negros jacintos. La espada del valiente no fue fabricada para mí. Quizá me equivoqué de mundo o de cuerpo.

El tiempo nos odia, nos golpea, nos envejece, nos deja tirados en la carreta de la edad. ¿Qué hacer? Contar es un viaje al silencio. Entre palabra y silencio un ahogo nos asalta: es lo contado. Al abrir los ojos constato lo temporal, a ojos cerrados son inmortal. La noche sangra. Alzo la vista, lágrimas de luz caen, forman arroyos y van hacia algún sueño.

Gritar en la multitud o en la página en blanco da lo mismo: el dolor persiste.

¿Qué hago con tantas sombras, séquito en mi reino de ausencias? Años fantasmas, ruina moral: vida que se oculta en el himen de la noche más remota. Miro mis manos, en la eternidad un adiós continuo. La luz es líquida. Mi voz es agua.

Alzo la vista y veo que los pájaros son libres, no tienen fronteras. Yo tengo muchas anclas en las manos, en los hombros, en la mirada, en el pecho. No soy marinero ni sé de precios que me pueden salvar. Me hundo en un mar interior cada vez más, y ¿dónde está la mano que me saque a flote. Aún la espero.

¿Dónde y a qué hora me perdí? ¿Por qué nadie me busca? ¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!..