/ miércoles 10 de abril de 2019

Leonor Mejía: Tampico para mí eras tú

No estás ya para leer estas líneas. Tus ojos de acero y miel no podrán leer estas palabras que aún resuenan en mi pecho: te extraño.

Tampico eras tú, contundentemente tú. Una ciudad no sólo está hecha de calles y construcciones, también del recuerdo de las personas que la habitaron y quemaron sus naves para quedarse a vivir para siempre en ella.

Para mí, como para T.S. Eloit, abril es el mes más cruel. Leonor Mejía, mamá, todos los días de mi vida toda te recuerdo. La tarde en que moriste era soleada y un tibio aire tatuaba los almendros.

Cuando me avisó Úrsula que ya te habías ido no lloré de momento. Me lavé la cara y caminé al parque 20-30, en El Cascajal. Me senté en una de las bancas frente al jardín de niños y me puse a pensar en tu vida, tu triste vida con tus papás y tus hermanos.

Mamá, a Tampico lo conocí y lo amé por ti, por las largas historias que me contaste; desde aquella en que Billie Haley te sacó a bailar hasta los juegos de coronación de los Alijadores en el 45 y 46 cuando tenías 17 años.

Tampico ha sido mi casa, el lugar donde aprendí que la vida es la que se te mete por los ojos.

Leonor Mejía, fuiste la hermana menor y la tía cuyos sobrinos amaron pese a la ingratitud de algunos que no entienden que tu nombre es de alto respeto aún.

Y allí, en esa banca del parque, repasé el día en que me fui del puerto para buscar mi destino. Sucedía que estaba en la edad en que el mundo me dolía y necesitaba establecer un diálogo con él.

Leonor Mejía, mujer de madera y hierro, fuiste nuestra luz y nuestra fe. Nunca te diste por vencida ante la adversidad. En tus manos tuviste el hacha y la flor, el bálsamo y el fuego.

Nunca te subiste a un avión, no manejaste un auto. No supiste de vestido caro, pero el vino de vida que tocó te lo bebiste a tu ritmo, cuando pudiste y quisiste.

No manchaste nunca tu apellido en el lodo y fuiste buena bailadora.

A muchos años de tu ausencia estás presente en mis noches y mis días.

Tampico, al igual que a ti, lo llevo hasta el fondo de mis abismos.

Tampico sigue teniendo fragancia a ti…

No estás ya para leer estas líneas. Tus ojos de acero y miel no podrán leer estas palabras que aún resuenan en mi pecho: te extraño.

Tampico eras tú, contundentemente tú. Una ciudad no sólo está hecha de calles y construcciones, también del recuerdo de las personas que la habitaron y quemaron sus naves para quedarse a vivir para siempre en ella.

Para mí, como para T.S. Eloit, abril es el mes más cruel. Leonor Mejía, mamá, todos los días de mi vida toda te recuerdo. La tarde en que moriste era soleada y un tibio aire tatuaba los almendros.

Cuando me avisó Úrsula que ya te habías ido no lloré de momento. Me lavé la cara y caminé al parque 20-30, en El Cascajal. Me senté en una de las bancas frente al jardín de niños y me puse a pensar en tu vida, tu triste vida con tus papás y tus hermanos.

Mamá, a Tampico lo conocí y lo amé por ti, por las largas historias que me contaste; desde aquella en que Billie Haley te sacó a bailar hasta los juegos de coronación de los Alijadores en el 45 y 46 cuando tenías 17 años.

Tampico ha sido mi casa, el lugar donde aprendí que la vida es la que se te mete por los ojos.

Leonor Mejía, fuiste la hermana menor y la tía cuyos sobrinos amaron pese a la ingratitud de algunos que no entienden que tu nombre es de alto respeto aún.

Y allí, en esa banca del parque, repasé el día en que me fui del puerto para buscar mi destino. Sucedía que estaba en la edad en que el mundo me dolía y necesitaba establecer un diálogo con él.

Leonor Mejía, mujer de madera y hierro, fuiste nuestra luz y nuestra fe. Nunca te diste por vencida ante la adversidad. En tus manos tuviste el hacha y la flor, el bálsamo y el fuego.

Nunca te subiste a un avión, no manejaste un auto. No supiste de vestido caro, pero el vino de vida que tocó te lo bebiste a tu ritmo, cuando pudiste y quisiste.

No manchaste nunca tu apellido en el lodo y fuiste buena bailadora.

A muchos años de tu ausencia estás presente en mis noches y mis días.

Tampico, al igual que a ti, lo llevo hasta el fondo de mis abismos.

Tampico sigue teniendo fragancia a ti…