/ martes 13 de agosto de 2019

Mano sin intención no se marca, entonces el autogol tampoco

Si fue faul, que si no fue faul, que si fue con intención, que si no fue con intensión... ¡Ah! Qué tiempos aquellos cuando si el balón pegaba en la mano, se marcaba mano hubiera intención o no. Si el patadón dedicado al balón te daba a ti, se marcaba faul fuera intencional o no. Si un jugador tropieza y se va sobre el delantero que va a anotar impidiendo que meta el gol, debería marcarse como falta, haya intención o no... La alegata de la semana está a cargo de los sabios del micrófono que afirman que el codazo con el que Doria abrió una ceja a un poblano, no es faul porque Doria no veía lo que hacía. Podemos diferenciar la agresividad de la violencia, cuando se realiza normalmente. Si una acción agresiva consiste simplemente en ir por un balón sin temor a lo que ocurra, tendremos que asumir el riesgo de que alguien salga lesionado y ese riesgo debe implicar una penalización.

En un sentido muy estricto, toda persona agresiva es propensa a ofender o provocar a los demás y toda agresión es un acto que lesiona o infringe el derecho de otro. Pero en el lenguaje común se le da a la idea de agresividad el significado de asumir conductas vigorosas, fuertes y dirigidas a vencer obstáculos que a otros les parecen insuperables. Por ello, sí podemos hablar propiamente de una agresividad malsana, enfermiza y anormal. Pero también es correcto referirnos a una agresividad positiva, bien encauzada y propia de personas que son más empecinadas y constantes en obtener sus metas. Científicos de la Universidd de Yale en los Estados Unidos concluyeron que toda persona que se comporta de una manera agresiva en exceso y que además dirige mal su agresividad, termina siempre en un sentimiento de frustración. Toda frustración se debe a la falta de un resultado que no esperábamos; se trata de acciones malogradas, privaciones de lo que uno esperaba.

Nuestra propia composición genética nos impulsa a múltiples conductas de agresividad, en el sentido de intentar con fuerza una serie de objetivos. Las variedades de plantas y las especies de animales que han mostrado una agresividad adecuada, han sobrevivido, en cambio los animales que se comportaron indolentemente, se extinguieron.Toda conducta de una agresividad normal está empujada por emociones normales que nos inducen a la persistencia, al optimismo y a la aplicación de actividades adecuadas tendientes a alcanzar metas muy precisas. Pero muchas veces nuestra agresividad es anormal porque nuestras conductas no están dirigidas a metas claras. Se trata de una agresividad producida por una caldera de emociones muy fuertes que sólo surgen de nuestra frustración y, de un sentido de impotencia, causado por la idea de que no podremos ganar las metas anheladas.

Frecuentemente la agresividad malsana es el resultado de imponernos metas poco realistas para nuestras circunstancias personales. Lo que sucede, es que esas metas pueden ser alcanzables para ciertos equipos, pero no para otros y, esto es lo que no acepta el agresivo anormal, que otro sí pueda lograr lo que él no. De aquí se derivan las envidias, odios, difamaciones, con una serie de consecuencias desde leves hasta muy violentas.

Los animales que conducen una agresividad normal, no podrán mostrar ningún tipo de afecto, si sus canales de agresividad no se expresan de forma adecuada. En los seres humanos pueden suceder dos cosas, cuando el hombre no logra encausar normalmente y de manera positiva sus canales de expresión agresiva, buscando satisfacer con placeres como el alcohol, la comida excesiva o simplemente se aparta del mundo en una apatía y pereza, o bien la persona asume la personalidad de fracaso y tiende a la violencia en diferentes grados.

A lo largo de mi vida deportiva he tenido compañeros que hacen de la agresividad mala un arte. Logrando engañar a los árbitros e incluso en muchas ocasiones, a los mismos rivales que dañan con su agresividad mal sana. Uno de ellos, en San Luis, me hizo ir al suelo cuando dizque para enseñarme me dio un golpe no muy violento justo en la nuca. Esto solía hacerlo cuando se esperaba el lanzamiento de un córner, él cabeceaba y sus rivales simplemente aparecían tendidos en el piso como si hubiesen sufrido un mareo.

Ahora se presentó el caso Doria y, me ha sorprendido cómo algunos comentristas lo están defendiendo, la herida sufrida por el jugador poblano se vio impresionante por la hemorragia que en esta parte de la cara, tan susceptible a eso, se suele presentar. No, seguramente el herido no va a morir por esto, pero no deja de ser un acto en el que la agresividad se convirtió en violencia, violencia involuntaria para los comentaristas que olvidan que ellos mismos señalaron sin proponer perdón para Cavallini, que igual que Doria, actuó sin ver.

Hasta pronto amigo.

Si fue faul, que si no fue faul, que si fue con intención, que si no fue con intensión... ¡Ah! Qué tiempos aquellos cuando si el balón pegaba en la mano, se marcaba mano hubiera intención o no. Si el patadón dedicado al balón te daba a ti, se marcaba faul fuera intencional o no. Si un jugador tropieza y se va sobre el delantero que va a anotar impidiendo que meta el gol, debería marcarse como falta, haya intención o no... La alegata de la semana está a cargo de los sabios del micrófono que afirman que el codazo con el que Doria abrió una ceja a un poblano, no es faul porque Doria no veía lo que hacía. Podemos diferenciar la agresividad de la violencia, cuando se realiza normalmente. Si una acción agresiva consiste simplemente en ir por un balón sin temor a lo que ocurra, tendremos que asumir el riesgo de que alguien salga lesionado y ese riesgo debe implicar una penalización.

En un sentido muy estricto, toda persona agresiva es propensa a ofender o provocar a los demás y toda agresión es un acto que lesiona o infringe el derecho de otro. Pero en el lenguaje común se le da a la idea de agresividad el significado de asumir conductas vigorosas, fuertes y dirigidas a vencer obstáculos que a otros les parecen insuperables. Por ello, sí podemos hablar propiamente de una agresividad malsana, enfermiza y anormal. Pero también es correcto referirnos a una agresividad positiva, bien encauzada y propia de personas que son más empecinadas y constantes en obtener sus metas. Científicos de la Universidd de Yale en los Estados Unidos concluyeron que toda persona que se comporta de una manera agresiva en exceso y que además dirige mal su agresividad, termina siempre en un sentimiento de frustración. Toda frustración se debe a la falta de un resultado que no esperábamos; se trata de acciones malogradas, privaciones de lo que uno esperaba.

Nuestra propia composición genética nos impulsa a múltiples conductas de agresividad, en el sentido de intentar con fuerza una serie de objetivos. Las variedades de plantas y las especies de animales que han mostrado una agresividad adecuada, han sobrevivido, en cambio los animales que se comportaron indolentemente, se extinguieron.Toda conducta de una agresividad normal está empujada por emociones normales que nos inducen a la persistencia, al optimismo y a la aplicación de actividades adecuadas tendientes a alcanzar metas muy precisas. Pero muchas veces nuestra agresividad es anormal porque nuestras conductas no están dirigidas a metas claras. Se trata de una agresividad producida por una caldera de emociones muy fuertes que sólo surgen de nuestra frustración y, de un sentido de impotencia, causado por la idea de que no podremos ganar las metas anheladas.

Frecuentemente la agresividad malsana es el resultado de imponernos metas poco realistas para nuestras circunstancias personales. Lo que sucede, es que esas metas pueden ser alcanzables para ciertos equipos, pero no para otros y, esto es lo que no acepta el agresivo anormal, que otro sí pueda lograr lo que él no. De aquí se derivan las envidias, odios, difamaciones, con una serie de consecuencias desde leves hasta muy violentas.

Los animales que conducen una agresividad normal, no podrán mostrar ningún tipo de afecto, si sus canales de agresividad no se expresan de forma adecuada. En los seres humanos pueden suceder dos cosas, cuando el hombre no logra encausar normalmente y de manera positiva sus canales de expresión agresiva, buscando satisfacer con placeres como el alcohol, la comida excesiva o simplemente se aparta del mundo en una apatía y pereza, o bien la persona asume la personalidad de fracaso y tiende a la violencia en diferentes grados.

A lo largo de mi vida deportiva he tenido compañeros que hacen de la agresividad mala un arte. Logrando engañar a los árbitros e incluso en muchas ocasiones, a los mismos rivales que dañan con su agresividad mal sana. Uno de ellos, en San Luis, me hizo ir al suelo cuando dizque para enseñarme me dio un golpe no muy violento justo en la nuca. Esto solía hacerlo cuando se esperaba el lanzamiento de un córner, él cabeceaba y sus rivales simplemente aparecían tendidos en el piso como si hubiesen sufrido un mareo.

Ahora se presentó el caso Doria y, me ha sorprendido cómo algunos comentristas lo están defendiendo, la herida sufrida por el jugador poblano se vio impresionante por la hemorragia que en esta parte de la cara, tan susceptible a eso, se suele presentar. No, seguramente el herido no va a morir por esto, pero no deja de ser un acto en el que la agresividad se convirtió en violencia, violencia involuntaria para los comentaristas que olvidan que ellos mismos señalaron sin proponer perdón para Cavallini, que igual que Doria, actuó sin ver.

Hasta pronto amigo.