/ domingo 18 de abril de 2021

El cumpleaños del perro | Celebremos a la Poesía

“En el principio era el Verbo”, dice el Evangelio de San Juan. Mayor antigüedad de la palabra no puede existir. Por ello, la poesía se halla sujeta a la historia, nació con el ser humano en cuanto éste es capaz de enunciar cada palabra de manera ordenada y de generar emociones.

Fue la poesía épica quien se centró en narrar acontecimientos memorables y heroicos, mientras que la poesía lírica se centró en expresar los sentimientos e inquietudes de los poetas, tanto en Grecia como en Roma las referencias por antonomasia.

En términos modernos, no se ha establecido el origen de la poesía. Una posible fecha se rastrea en las inscripciones jeroglíficas egipcias, unos tres milenios antes de Cristo y que son consideradas como la primera manifestación poética.

Al ser palabra que canta y cuenta, la poesía tuvo en la antigüedad el carácter de ritual comunitario, especialmente entre los sumerios, los asirios y los judíos. Además de la religión, fueron surgiendo otras temáticas, como el tiempo, las labores cotidianas y los juegos. Pero en el centro, la poesía orbitaba en cuanto que era palabra, verbo, acción.

¿Por qué hablar de la historia de la poesía? Porque es remota como el hombre mismo, porque es uno de los vehículos de su imaginación, de sus versiones de mirar y contar su paso por esta vida.

Al tener pasado, la poesía tiene futuro. ¿Cuál? El de todos los días: al estar frente al milagro del amor, al permanecer en el vano de la puerta aguardando la llegada de la esperanza y al estrechar la mano de los que necesitamos.

T. S. Elliot nos los dijo en este verso contundente: “En mi principio está mi fin”. Pero no un fin orgánico sino acaso menos cruel: literario. Y es que desde su concepto como fenómeno biológico, la muerte es incontestable. A diferencia de la filosofía que explica y justifica a la muerte, la literatura la contiene, la maniata, la hace estallar en fragmentos que al volverlos armar, trazan nuestro rostro.

La poesía ha sido el vehículo más utilizado por los grandes autores para recorrer las veredas del Hades. La poesía es el segmento del pensamiento literario que permite descifrar a la muerte, acercándola, mediante la ficción, a la alegoría o la fábula. La poesía es el idioma con el que ha hablado la muerte. Acaso, ¿no es poesía la Biblia, la Comedia de Dante, el Popol Vuh prehispánico, la Odisea homérica, los poemas consagrados a Gilgamesh, el Libro de los Muertos de los egipcios, el Ramayana y Mahabhárata hindúes o el Canto de los Nibelungos de los germánicos?

Pero también, la poesía es el idioma con el que seguirá hablando la vida cada vez que amemos, gocemos o entendamos que al abrir los ojos deletreamos al mundo con la habitante señera de la poesía: la belleza.

La poesía es un espacio de la memoria donde la belleza tiene historia, olores y rumores. Es decir, al ser también relato cuenta los pormenores de una rutina, de un amor, de un adiós.

Celebrar a la Poesía es desearle larga vida al idioma porque todo lo que existe tiene su razón de vivir por la palabra que nombra, describe y cuenta al mundo

Y es que la poesía no habla del mundo sino de las instantáneas del mundo, del tiempo en que el mundo transcurre. El arma más poderosa de la poesía es la metáfora porque confronta dos realidades, dos versiones del mundo no para la disputa sino para el diálogo. Porque la poesía acercamiento de las verdades que tienen potestad sobre el mundo.

Un poema es territorio de libertad donde el verso es el Virgilio que conduce al poeta a submundos donde el dolor, la alegría y el miedo son las escenografías recurrentes. Pero, ¿qué pasa con el mundo de todos los días, el que cumplimos en medio de una pandemia inclemente y estulticias evidentes? ¿Qué papel juega la poesía entonces?

El poderío de un verso puede sensibilizar al lector y éste, si acepta la trasformación de su espíritu, puede diseminar el mensaje de la poesía: hacer más soportable la convivencia en este mundo, y en parte ello sucede porque el núcleo de la poesía es la otredad: exteriorización de presencias hondas, húmedas cuyo grito de arena estalla en las paredes del insomnio.

Escribir un poema es apostarle al lenguaje, es domesticar las fauces del tiempo, es conversar con Góngora y Borges, con Mallarmé y Huidobro. El poema es la radiografía del alma.

Celebremos a la Poesía porque con ello aclamamos espacio para el portento maravilloso de seguir nombrando las cosas, esas que viven entre la realidad y la imaginación, entre la mirada y el silencio, y en la voz que nos dice que por la palabra seremos libres, libres, libres…

“En el principio era el Verbo”, dice el Evangelio de San Juan. Mayor antigüedad de la palabra no puede existir. Por ello, la poesía se halla sujeta a la historia, nació con el ser humano en cuanto éste es capaz de enunciar cada palabra de manera ordenada y de generar emociones.

Fue la poesía épica quien se centró en narrar acontecimientos memorables y heroicos, mientras que la poesía lírica se centró en expresar los sentimientos e inquietudes de los poetas, tanto en Grecia como en Roma las referencias por antonomasia.

En términos modernos, no se ha establecido el origen de la poesía. Una posible fecha se rastrea en las inscripciones jeroglíficas egipcias, unos tres milenios antes de Cristo y que son consideradas como la primera manifestación poética.

Al ser palabra que canta y cuenta, la poesía tuvo en la antigüedad el carácter de ritual comunitario, especialmente entre los sumerios, los asirios y los judíos. Además de la religión, fueron surgiendo otras temáticas, como el tiempo, las labores cotidianas y los juegos. Pero en el centro, la poesía orbitaba en cuanto que era palabra, verbo, acción.

¿Por qué hablar de la historia de la poesía? Porque es remota como el hombre mismo, porque es uno de los vehículos de su imaginación, de sus versiones de mirar y contar su paso por esta vida.

Al tener pasado, la poesía tiene futuro. ¿Cuál? El de todos los días: al estar frente al milagro del amor, al permanecer en el vano de la puerta aguardando la llegada de la esperanza y al estrechar la mano de los que necesitamos.

T. S. Elliot nos los dijo en este verso contundente: “En mi principio está mi fin”. Pero no un fin orgánico sino acaso menos cruel: literario. Y es que desde su concepto como fenómeno biológico, la muerte es incontestable. A diferencia de la filosofía que explica y justifica a la muerte, la literatura la contiene, la maniata, la hace estallar en fragmentos que al volverlos armar, trazan nuestro rostro.

La poesía ha sido el vehículo más utilizado por los grandes autores para recorrer las veredas del Hades. La poesía es el segmento del pensamiento literario que permite descifrar a la muerte, acercándola, mediante la ficción, a la alegoría o la fábula. La poesía es el idioma con el que ha hablado la muerte. Acaso, ¿no es poesía la Biblia, la Comedia de Dante, el Popol Vuh prehispánico, la Odisea homérica, los poemas consagrados a Gilgamesh, el Libro de los Muertos de los egipcios, el Ramayana y Mahabhárata hindúes o el Canto de los Nibelungos de los germánicos?

Pero también, la poesía es el idioma con el que seguirá hablando la vida cada vez que amemos, gocemos o entendamos que al abrir los ojos deletreamos al mundo con la habitante señera de la poesía: la belleza.

La poesía es un espacio de la memoria donde la belleza tiene historia, olores y rumores. Es decir, al ser también relato cuenta los pormenores de una rutina, de un amor, de un adiós.

Celebrar a la Poesía es desearle larga vida al idioma porque todo lo que existe tiene su razón de vivir por la palabra que nombra, describe y cuenta al mundo

Y es que la poesía no habla del mundo sino de las instantáneas del mundo, del tiempo en que el mundo transcurre. El arma más poderosa de la poesía es la metáfora porque confronta dos realidades, dos versiones del mundo no para la disputa sino para el diálogo. Porque la poesía acercamiento de las verdades que tienen potestad sobre el mundo.

Un poema es territorio de libertad donde el verso es el Virgilio que conduce al poeta a submundos donde el dolor, la alegría y el miedo son las escenografías recurrentes. Pero, ¿qué pasa con el mundo de todos los días, el que cumplimos en medio de una pandemia inclemente y estulticias evidentes? ¿Qué papel juega la poesía entonces?

El poderío de un verso puede sensibilizar al lector y éste, si acepta la trasformación de su espíritu, puede diseminar el mensaje de la poesía: hacer más soportable la convivencia en este mundo, y en parte ello sucede porque el núcleo de la poesía es la otredad: exteriorización de presencias hondas, húmedas cuyo grito de arena estalla en las paredes del insomnio.

Escribir un poema es apostarle al lenguaje, es domesticar las fauces del tiempo, es conversar con Góngora y Borges, con Mallarmé y Huidobro. El poema es la radiografía del alma.

Celebremos a la Poesía porque con ello aclamamos espacio para el portento maravilloso de seguir nombrando las cosas, esas que viven entre la realidad y la imaginación, entre la mirada y el silencio, y en la voz que nos dice que por la palabra seremos libres, libres, libres…