/ domingo 10 de marzo de 2024

EL cumpleaños del perro / “Pólvora, fuego, chispa”, de Enrique Pumarejo Medellín

En una carta a su madre, el inmenso poeta alemán Friedrich Hölderlin escribió lo siguiente: “La poesía es la más inocente de las ocupaciones”. Y agrega: “El hombre debe expresarse, hacer algo bueno para merecer, llevar a cabo buenas acciones, pero el hombre no debe actuar sólo sobre la realidad, sino también sobre el alma”.

Cuando se escribe un poema el autor está cumpliendo sí con el idioma pero también está actuando sobre su alma porque lo hace, a la manera que dice Hölderlin, inocente, porque la poesía es el territorio de lo confesional.

Escribir, como apuntó Empédocles de Agrigento, se trata de “ser uno mismo”, porque “eso es la vida, y nosotros, los otros, somos ensueño de aquélla”.

Un libro siempre es una pregunta que lanza su autor no solo para encontrar respuesta alguna sino para dialogar con su lector potencial. Así, en el dolor de su parto creativo, el libro contiene líneas, párrafos o versos que se abren como interrogantes íntimas, universales, poderosamente sabias para compartir con el mundo su visión del mundo que le tocó vivir.

Un libro de poemas es un remanso, un halo de música, de cadencia, de silencios abrigados por la experiencia de la piel, del alma y de la palabra.

Un poema está hecho de palabras, sí, pero también de olores, de miedos, de gritos, de amorosos abrazos. Y en el caso de “Pólvora, fuego, chispa” también de confesiones, las que nos deja su autor, Enrique Pumarejo Medellín, en una colección de poemas donde nos dice que “la vida me dio contigo otra oportunidad de nacer” porque “entre el dedo de Dios y el del hombre/ sólo hay un paso, un hálito de luz, un suspiro/, un breve espacio, donde estás tú”.

Para Pumarejo Medellín la afectación amorosa o la de la vida misma consiste en disminuciones, en la búsqueda de salidas indecisas:

“Regálame, ¡oh Dios!, juventud, dime dónde debo buscar. ¿A la alta cúspide debo acudir? ¿O hasta el mismo infierno tendré que visitar?”

“Pólvora, fuego, chispa” es la mirada de un hombre que ha entendido que los años son los magos de la vida porque nos permiten adentrarnos en el regazo del misterio, del amor, de la ausencia y del epítome del tiempo. Pero que también “la belleza de la naturaleza tan solo en un verso” la podemos encontrar.

En sus poemas, el autor se dice, nos dice y desdice todo aquello que le duele, le alegra, le incomoda; por ello, con el verso toma no la espada sino el tempo de la palabra, porque escribir:

“… es quitar el ruido al trueno para no interrumpir, ni molestar la dicha de nuestra entrega aun en medio de la tormenta”.

Para Pumarejo Medellín la poesía es un espacio de la memoria donde la belleza tiene historia, olores y rumores. Es decir, al ser también relato cuenta los pormenores de una rutina, de un amor, de un adiós, como por ejemplo: “… después de conversar contigo/ como lo hicimos durante años/ de pronto te levantas en el aire”.

“Pólvora, fuego, chispa” es un libro de presencias y fantasmas porque todo lo que se vive se queda atrapado en el recuerdo y en el verso que, cual atarraya, atrapa lo vivido en un cardumen de nostalgias “de fuegos fatuos que algunas veces/ la vida nos regala”.

Sin embargo, un verso irradia una verdad irrompible: “Las letras son linaje divino”. ¿Qué decir ante una línea de este alcance? Efectivamente, la palabra es el empiezo y el fin (“En mi principio está mi fin”, decía T.S. Eliot). Y si revisamos el Evangelio de San Juan, “En el principio era el Verbo”, el verso de Pumarejo Medellín se instala como un faro de escrituración burilada: “las letras son linaje divino” porque somos seres hechos de palabras, de creación, de maravilloso misterio. Octavio Paz tenía razón cuando decía: “También soy escritura/ y en este mismo instante/ alguien me deletrea”. Alguien nos deletrea, de allí que, muy cierto, las letras tienen “linaje divino”, o sea: maravilloso misterio.

Por ello, “Pólvora, fuego, chispa” es un compendio de poemas que se volatizan de los labios de quienes los lean y si “tal vez aún quede entre cenizas frías/ una diminuta brasa” allí estará el verdadero poema porque la poesía es, y al parecer así lo entiende Pumarejo Medellín, un incendio cuyo fuego –como los antiguos griegos lo creían– era un acto de purificación, de separación corporal para que el destello, la chispa, sea, al final de cuentas, un efecto espiritual donde la palabra, pólvora ancestral, seguirá provocando otros fuegos donde habiten no cenizas sino más bien fantasmas, como el que habita en estos versos:

“… te dejaré de amar cuando el fantasma de tu silueta abandone las calles donde felices caminamos”.

Caminemos, entonces, entre los versos del poeta Enrique Pumarejo Medellín

En una carta a su madre, el inmenso poeta alemán Friedrich Hölderlin escribió lo siguiente: “La poesía es la más inocente de las ocupaciones”. Y agrega: “El hombre debe expresarse, hacer algo bueno para merecer, llevar a cabo buenas acciones, pero el hombre no debe actuar sólo sobre la realidad, sino también sobre el alma”.

Cuando se escribe un poema el autor está cumpliendo sí con el idioma pero también está actuando sobre su alma porque lo hace, a la manera que dice Hölderlin, inocente, porque la poesía es el territorio de lo confesional.

Escribir, como apuntó Empédocles de Agrigento, se trata de “ser uno mismo”, porque “eso es la vida, y nosotros, los otros, somos ensueño de aquélla”.

Un libro siempre es una pregunta que lanza su autor no solo para encontrar respuesta alguna sino para dialogar con su lector potencial. Así, en el dolor de su parto creativo, el libro contiene líneas, párrafos o versos que se abren como interrogantes íntimas, universales, poderosamente sabias para compartir con el mundo su visión del mundo que le tocó vivir.

Un libro de poemas es un remanso, un halo de música, de cadencia, de silencios abrigados por la experiencia de la piel, del alma y de la palabra.

Un poema está hecho de palabras, sí, pero también de olores, de miedos, de gritos, de amorosos abrazos. Y en el caso de “Pólvora, fuego, chispa” también de confesiones, las que nos deja su autor, Enrique Pumarejo Medellín, en una colección de poemas donde nos dice que “la vida me dio contigo otra oportunidad de nacer” porque “entre el dedo de Dios y el del hombre/ sólo hay un paso, un hálito de luz, un suspiro/, un breve espacio, donde estás tú”.

Para Pumarejo Medellín la afectación amorosa o la de la vida misma consiste en disminuciones, en la búsqueda de salidas indecisas:

“Regálame, ¡oh Dios!, juventud, dime dónde debo buscar. ¿A la alta cúspide debo acudir? ¿O hasta el mismo infierno tendré que visitar?”

“Pólvora, fuego, chispa” es la mirada de un hombre que ha entendido que los años son los magos de la vida porque nos permiten adentrarnos en el regazo del misterio, del amor, de la ausencia y del epítome del tiempo. Pero que también “la belleza de la naturaleza tan solo en un verso” la podemos encontrar.

En sus poemas, el autor se dice, nos dice y desdice todo aquello que le duele, le alegra, le incomoda; por ello, con el verso toma no la espada sino el tempo de la palabra, porque escribir:

“… es quitar el ruido al trueno para no interrumpir, ni molestar la dicha de nuestra entrega aun en medio de la tormenta”.

Para Pumarejo Medellín la poesía es un espacio de la memoria donde la belleza tiene historia, olores y rumores. Es decir, al ser también relato cuenta los pormenores de una rutina, de un amor, de un adiós, como por ejemplo: “… después de conversar contigo/ como lo hicimos durante años/ de pronto te levantas en el aire”.

“Pólvora, fuego, chispa” es un libro de presencias y fantasmas porque todo lo que se vive se queda atrapado en el recuerdo y en el verso que, cual atarraya, atrapa lo vivido en un cardumen de nostalgias “de fuegos fatuos que algunas veces/ la vida nos regala”.

Sin embargo, un verso irradia una verdad irrompible: “Las letras son linaje divino”. ¿Qué decir ante una línea de este alcance? Efectivamente, la palabra es el empiezo y el fin (“En mi principio está mi fin”, decía T.S. Eliot). Y si revisamos el Evangelio de San Juan, “En el principio era el Verbo”, el verso de Pumarejo Medellín se instala como un faro de escrituración burilada: “las letras son linaje divino” porque somos seres hechos de palabras, de creación, de maravilloso misterio. Octavio Paz tenía razón cuando decía: “También soy escritura/ y en este mismo instante/ alguien me deletrea”. Alguien nos deletrea, de allí que, muy cierto, las letras tienen “linaje divino”, o sea: maravilloso misterio.

Por ello, “Pólvora, fuego, chispa” es un compendio de poemas que se volatizan de los labios de quienes los lean y si “tal vez aún quede entre cenizas frías/ una diminuta brasa” allí estará el verdadero poema porque la poesía es, y al parecer así lo entiende Pumarejo Medellín, un incendio cuyo fuego –como los antiguos griegos lo creían– era un acto de purificación, de separación corporal para que el destello, la chispa, sea, al final de cuentas, un efecto espiritual donde la palabra, pólvora ancestral, seguirá provocando otros fuegos donde habiten no cenizas sino más bien fantasmas, como el que habita en estos versos:

“… te dejaré de amar cuando el fantasma de tu silueta abandone las calles donde felices caminamos”.

Caminemos, entonces, entre los versos del poeta Enrique Pumarejo Medellín