/ jueves 10 de septiembre de 2020

El otro gallo | Caer en el agujero

La necesidad de llenar nuestra mente con conocimientos es propia de la naturaleza humana siempre que tal necesidad provenga de un espíritu y razonamiento libres y curiosos, ya que desafortunadamente el conocimiento por el conocimiento mismo no es atractivo para la mayoría, quizá porque todo aquello que aprenden o conocen no conlleva un telos de sabiduría sino antes bien persigue un fin pecuniario que dista del origen del deseo de conocer que es satisfacer una necesidad de expansión mental y espiritual.

Un ser sin deseo innato de conocimiento es un ser muerto, un ente acéfalo que busca la sombra donde otros como él masquen el pasto que ha sido sembrado y podado por los que sí piensan. Estos entes adoptarán sin siquiera cuestionar todo lo que haya sido sembrado por los otros pues aunque la necesidad de conocer persiste no así el deseo de hacerlo por sí mismo porque la pereza es mayor.

Tal situación deriva en una separación en dos grupos: los borregos y los que sí piensan. Nada habría de malo en esta clasificación a no ser que cuando se es borrego uno debe atenerse a lo impuesto por otros para adoptar una ideología, causa o incluso camino, lo que conlleva a vivir sojuzgado a lo que otros pensaron antes que ellos y expuestos a la dominación de estos o bien, a la adquisición de dogmas que no comparten pero que les fueron impuestos con la gravedad de que ni siquiera se percataron de ello.

No digo que seguir el pensamiento o el ideal de alguien sea malo siempre que le sigamos porque estemos convencidos de que compartimos su visión después de haberla analizado y comprendido. Pero cuando las personas adoptan ideologías o causas de otros sin conocerlas o sin haber reparado en pensar si son acordes a sus pensamientos y solo las siguen sin convicción porque les da pereza pensar, entonces se convierten en entes carentes de pensamiento y convicción, se convierten en personas cuyas ideas se encuentran amordazadas por su falta de voluntad para pensar y dirimir. Se convierten en borregos que sólo saben repetir lo que otros dicen y que por ende someten su libertad a lo que otros decidan.

Hay en especial una frase que recuerdo con cariño de mi madre la cual no la comprendí en su momento y hasta llegué a pensar que era un gesto autoritario, ahora comprendo que me salvó de muchas malas situaciones y quizá hasta de la muerte.

"Si todos se tiran al pozo ¿tú también lo harías?" Era la frase de mi madre cuando yo le pedía que me dejara hacer tal o cual cosa o vestir o decir lo que otras niñas de mi edad hacían. Debo confesar que cuando la enunciaba, en mi cabeza se vislumbraba el escenario fatal de un abismo sin fondo en el cual me veía cayendo dentro de él.

Ahora comprendo que esa frase era el detonador que mi mamá tenía para hacerme comprender lo importante que es la individualidad y el criterio propios.

Pensar es una palabra compleja que asusta y que hace temblar porque implica encontrarse sólo en medio de la duda sin parámetros o dogmas que señalen el camino y sin tener a alguien a quien echarle la culpa si se ha toma la decisión equivocada. Pensar es una batalla que gustan de librar solo los que tienen carácter y personalidad propias pues es más que secundar una idea colectiva, más que decir sí o no a una idea ajena, es más que ser borrego y seguir al resto.

Pensar es un acto interno que requiere convicción no persuasión y que no requiere antecedentes previos a no ser los que la propia experiencia nos otorgue pues implica dejar a un lado el tratar de pertenecer a la mayoría y oír la voz interna que trata de salir y que es ahogada por las voces externas. Es un acto íntimo que conlleva a ponerse frente a frente con la única persona a la que no queremos escuchar: nosotros.

La causa legítima de la personalidad es la conservación de la individualidad del sujeto en mundo cada vez más globalizado, donde el YO llega a verse obligado a mimetizar con el ambiente para salvaguardar su integridad perdiendo gran parte de su individualidad al adoptar vestimenta, gustos o costumbres de trato social, quedando únicamente nuestro pensamiento como la esencia real de quiénes somos y por lo cual es necesario preservar a toda costa.

Por ello aunque ya mi madre no está a mi lado, agradezco su sabia frase que permitió salvarme de caer en el peor abismo de todos: el de los borregos.

La necesidad de llenar nuestra mente con conocimientos es propia de la naturaleza humana siempre que tal necesidad provenga de un espíritu y razonamiento libres y curiosos, ya que desafortunadamente el conocimiento por el conocimiento mismo no es atractivo para la mayoría, quizá porque todo aquello que aprenden o conocen no conlleva un telos de sabiduría sino antes bien persigue un fin pecuniario que dista del origen del deseo de conocer que es satisfacer una necesidad de expansión mental y espiritual.

Un ser sin deseo innato de conocimiento es un ser muerto, un ente acéfalo que busca la sombra donde otros como él masquen el pasto que ha sido sembrado y podado por los que sí piensan. Estos entes adoptarán sin siquiera cuestionar todo lo que haya sido sembrado por los otros pues aunque la necesidad de conocer persiste no así el deseo de hacerlo por sí mismo porque la pereza es mayor.

Tal situación deriva en una separación en dos grupos: los borregos y los que sí piensan. Nada habría de malo en esta clasificación a no ser que cuando se es borrego uno debe atenerse a lo impuesto por otros para adoptar una ideología, causa o incluso camino, lo que conlleva a vivir sojuzgado a lo que otros pensaron antes que ellos y expuestos a la dominación de estos o bien, a la adquisición de dogmas que no comparten pero que les fueron impuestos con la gravedad de que ni siquiera se percataron de ello.

No digo que seguir el pensamiento o el ideal de alguien sea malo siempre que le sigamos porque estemos convencidos de que compartimos su visión después de haberla analizado y comprendido. Pero cuando las personas adoptan ideologías o causas de otros sin conocerlas o sin haber reparado en pensar si son acordes a sus pensamientos y solo las siguen sin convicción porque les da pereza pensar, entonces se convierten en entes carentes de pensamiento y convicción, se convierten en personas cuyas ideas se encuentran amordazadas por su falta de voluntad para pensar y dirimir. Se convierten en borregos que sólo saben repetir lo que otros dicen y que por ende someten su libertad a lo que otros decidan.

Hay en especial una frase que recuerdo con cariño de mi madre la cual no la comprendí en su momento y hasta llegué a pensar que era un gesto autoritario, ahora comprendo que me salvó de muchas malas situaciones y quizá hasta de la muerte.

"Si todos se tiran al pozo ¿tú también lo harías?" Era la frase de mi madre cuando yo le pedía que me dejara hacer tal o cual cosa o vestir o decir lo que otras niñas de mi edad hacían. Debo confesar que cuando la enunciaba, en mi cabeza se vislumbraba el escenario fatal de un abismo sin fondo en el cual me veía cayendo dentro de él.

Ahora comprendo que esa frase era el detonador que mi mamá tenía para hacerme comprender lo importante que es la individualidad y el criterio propios.

Pensar es una palabra compleja que asusta y que hace temblar porque implica encontrarse sólo en medio de la duda sin parámetros o dogmas que señalen el camino y sin tener a alguien a quien echarle la culpa si se ha toma la decisión equivocada. Pensar es una batalla que gustan de librar solo los que tienen carácter y personalidad propias pues es más que secundar una idea colectiva, más que decir sí o no a una idea ajena, es más que ser borrego y seguir al resto.

Pensar es un acto interno que requiere convicción no persuasión y que no requiere antecedentes previos a no ser los que la propia experiencia nos otorgue pues implica dejar a un lado el tratar de pertenecer a la mayoría y oír la voz interna que trata de salir y que es ahogada por las voces externas. Es un acto íntimo que conlleva a ponerse frente a frente con la única persona a la que no queremos escuchar: nosotros.

La causa legítima de la personalidad es la conservación de la individualidad del sujeto en mundo cada vez más globalizado, donde el YO llega a verse obligado a mimetizar con el ambiente para salvaguardar su integridad perdiendo gran parte de su individualidad al adoptar vestimenta, gustos o costumbres de trato social, quedando únicamente nuestro pensamiento como la esencia real de quiénes somos y por lo cual es necesario preservar a toda costa.

Por ello aunque ya mi madre no está a mi lado, agradezco su sabia frase que permitió salvarme de caer en el peor abismo de todos: el de los borregos.