/ jueves 26 de noviembre de 2020

El otro gallo | Voy de paso...

Me soñé caminando sobre pilares de cosas que cobraban mil y una formas extrañas según pasaba el tiempo. Las cosas carecían de movimiento y hasta de color al llegar la noche, solo distinguía una masa gris deforme y difusa que simulaba el camino... un largo y sinuoso camino.

Recuerdo haberme preguntado entonces, ¿quién había sido tan tonto en traer tantas cosas solo para construir un camino?, que aquí entre nos era intransitable. De pronto me di cuenta de que conforme pasaba sobre esos pilares de cosas iba sintiéndome cada vez más y más cansada y decidí detenerme en algún punto y mirar hacia atrás, para mi sorpresa las cosas que segundos antes pisé habían desaparecido. Y al ver mi espalda me di cuenta de que estaban adheridas a ella, que se habían encarnado en mí y laceraban mi piel tornándose rojizas por la sangre que las teñía. Un grito desgarrador brotó de mí y desperté.

Solemos adornar nuestro camino en esta vida con recuerdos y souvenirs, con pequeños regalos y cosas que significaron algo para nosotros en algún momento y los colocamos en un pequeño morral a nuestras espaldas y andamos. Al principio nuestra juventud nos impide ver el peso que estamos cargando y creemos que podemos con un poco más cada día, y así cuando llegamos a viejos simplemente el morral se rompe por el propio peso de la carga y es entonces que clavamos las cosas a nuestra espalda, todo con tal de tenerlas cerca de nosotros por miedo a sentirnos solos y vacíos.

Soltar es más que dejar ir, es saber decir adiós y olvidar. Hace un par de días hice lo que nunca pensé podía llegar a hacer: despedirme de 20 años de recuerdos, que aunque bellos, carcomían mi tiempo impidiéndome ver la continuidad del camino, eran niebla que me obnubilaba impidiéndome disfrutar del presente.

Regalé efectos personales y recuerdos, y al hacerlo estos cobraron nueva vida en otras manos jóvenes que las recibieron como se recibe el primer beso, el primer juguete, el primer te quiero y en las cuales esas cosas se volverán nuevos recuerdos y recorrerán nuevas historias sin lastimar y sin morir.

La vida es cambio constante y para este camino largo y sinuoso que a cada uno nos toca vivir, es mejor ir descalzo y viajar con equipaje ligero pues lo importante es lo intangible, lo imponderable, lo abstracto... una lágrima, un aplauso, una sonrisa, una frase, una mirada, una palabra amable, un abrazo, un roce de fresca brisa y una buena lectura. Cosas que no causan dolor ni saturan el espíritu de pesos muertos ni laceran nuestra carne como flagelo eterno, ya que solo perduran lo que nuestro paso por este mundo.

Se me viene a la memoria un antiguo cuento zen donde un sabio recibe en su humilde casa a un ilustre hombre el cual, a su arribo, sorprendido de la miseria del sabio, le pregunta sin sutileza, ¿dónde están tus cosas?, a lo que el sabio le respondió, ¿dónde están las tuyas?, por lo que el hombre algo molesto le replicó, voy de paso, respondiéndole tranquilamente el sabio, yo también.

Me soñé caminando sobre pilares de cosas que cobraban mil y una formas extrañas según pasaba el tiempo. Las cosas carecían de movimiento y hasta de color al llegar la noche, solo distinguía una masa gris deforme y difusa que simulaba el camino... un largo y sinuoso camino.

Recuerdo haberme preguntado entonces, ¿quién había sido tan tonto en traer tantas cosas solo para construir un camino?, que aquí entre nos era intransitable. De pronto me di cuenta de que conforme pasaba sobre esos pilares de cosas iba sintiéndome cada vez más y más cansada y decidí detenerme en algún punto y mirar hacia atrás, para mi sorpresa las cosas que segundos antes pisé habían desaparecido. Y al ver mi espalda me di cuenta de que estaban adheridas a ella, que se habían encarnado en mí y laceraban mi piel tornándose rojizas por la sangre que las teñía. Un grito desgarrador brotó de mí y desperté.

Solemos adornar nuestro camino en esta vida con recuerdos y souvenirs, con pequeños regalos y cosas que significaron algo para nosotros en algún momento y los colocamos en un pequeño morral a nuestras espaldas y andamos. Al principio nuestra juventud nos impide ver el peso que estamos cargando y creemos que podemos con un poco más cada día, y así cuando llegamos a viejos simplemente el morral se rompe por el propio peso de la carga y es entonces que clavamos las cosas a nuestra espalda, todo con tal de tenerlas cerca de nosotros por miedo a sentirnos solos y vacíos.

Soltar es más que dejar ir, es saber decir adiós y olvidar. Hace un par de días hice lo que nunca pensé podía llegar a hacer: despedirme de 20 años de recuerdos, que aunque bellos, carcomían mi tiempo impidiéndome ver la continuidad del camino, eran niebla que me obnubilaba impidiéndome disfrutar del presente.

Regalé efectos personales y recuerdos, y al hacerlo estos cobraron nueva vida en otras manos jóvenes que las recibieron como se recibe el primer beso, el primer juguete, el primer te quiero y en las cuales esas cosas se volverán nuevos recuerdos y recorrerán nuevas historias sin lastimar y sin morir.

La vida es cambio constante y para este camino largo y sinuoso que a cada uno nos toca vivir, es mejor ir descalzo y viajar con equipaje ligero pues lo importante es lo intangible, lo imponderable, lo abstracto... una lágrima, un aplauso, una sonrisa, una frase, una mirada, una palabra amable, un abrazo, un roce de fresca brisa y una buena lectura. Cosas que no causan dolor ni saturan el espíritu de pesos muertos ni laceran nuestra carne como flagelo eterno, ya que solo perduran lo que nuestro paso por este mundo.

Se me viene a la memoria un antiguo cuento zen donde un sabio recibe en su humilde casa a un ilustre hombre el cual, a su arribo, sorprendido de la miseria del sabio, le pregunta sin sutileza, ¿dónde están tus cosas?, a lo que el sabio le respondió, ¿dónde están las tuyas?, por lo que el hombre algo molesto le replicó, voy de paso, respondiéndole tranquilamente el sabio, yo también.