/ jueves 29 de octubre de 2020

El otro gallo | Las zapatillas doradas

Los días pasan acortando la distancia del encuentro con nuestros muertos, indudable es que buscamos que tal acercamiento sea lo menos doloroso posible y por ello tendemos a adornarlo de colores y sabores para que sea ameno y nos duela menos saber que, aunque ausentes físicamente, siguen a nuestro lado.

Hoy como cada año en estas fechas les dejo una historia de mi autoría para que les sea menos larga la espera.

Marta ya no soportaba los tacones de sus gastados zapatos dorados, la farola de la esquina parpadeaba de cuando en cuando anunciando, como en clave morse, la posibilidad de un encuentro con la prostituta del pequeño pueblo.

Marta había nacido a kilómetros de donde ahora ejercía el oficio más viejo del mundo y por vergüenza había emigrado de ahí. Tendría 35 años, una figura regordeta y dos pequeños hijos de 3 y 4 años, además de una necesidad muy grande de llevar el sustento a casa.

Aquella fría noche de octubre, Marta estaba a punto de darse por vencida pues el viento helado calaba sus piernas que resaltaban bajo en su corto y viejo vestido rojo, como dos témpanos de hielo, por lo que aminoraba su frío fumando en la pose típica de la mujer accesible.

Faltaban quince minutos para la medianoche y la calle se veía desolada, sin ningún posible cliente y en la cartera de Marta solo había 20 pesos, así que presurosa había determinado retirarse e irse a casa, por lo que de tres fumadas terminó su cigarrillo y tirándolo al suelo, justo cuando lo iba a aplastar con su zapatilla dorada, escuchó una voz grave y masculina que le dijo: "Buenas noches, Marta" y al alzar la mirada frente a ella se encontraba un hombre bien vestido con abrigo y sombrero, vestimenta poco usual en aquel pueblo olvidado de la civilización, Marta sorprendida contestó:" ¿Me conoces? El hombre solo respondió: "Me contaron de ti", por lo que Marta creyendo que al menos llevaría que comer a casa contestó: "Bien, guapo buscas compañía y aquí estoy".

El hombre, cuyo rostro tapaba la media ala de su sombrero, respondió gentil pero seco: "Ciertamente quiero que me acompañes", a Marta le daba igual verle o no la cara pues para ella era solo un cliente.

"Bien, pero ¿a dónde?" dijo ella, el hombre solo dio la media vuelta al tiempo que le hizo la indicación de que lo siguiera, ella que estaba acostumbrada a tratar hombres por lo que no preguntó más y empezó a seguirle pero como no paraban de caminar, ella empezó a impacientarse por lo que entabló conversación mientras caminaban "¿De dónde eres?" preguntó Marta "soy de todos lados, vivo en todas partes", respondió el hombre, "¿eres agente viajero? dijo Marta "No, pero sí hago tratos en varias partes", contestó el hombre.

Caminaron como tres o cuatro cuadras, la luz de las farolas de parque eran ya imperceptibles y Marta comenzó a sentir miedo.

¿A dónde vamos ya no aguanto mis pies? Dijo molesta "Falta poco, ten paciencia", contestó el hombre, "Hasta aquí llego" dijo Marta y cuando se iba a dar la vuelta para irse a casa, el hombre la tomó del brazo y le dijo: "No, debes acompañarme" ella más por miedo que por convicción le acompañó hasta el cementerio.

"¿Qué hacemos aquí? debo irme mis hijos me esperan", dijo suplicante Marta, "No Marta tus hijos no te esperan, mira" y el hombre señaló una lápida donde ella pudo leer: "Aquí yace Marta López", su rostro se llenó de horror y negación y gritando dijo: "¿Qué broma es esta? ¡yo estoy viva! mírame".

El hombre tomando el brazo de Marta le dijo: "Tú moriste hace 10 años", "entonces ¿cómo es que estoy aquí?" preguntó ella y el hombre contestó: "Porque tus hijos, ahora unos jóvenes, pusieron una ofrenda en tu memoria".

Marta aún incrédula dejó al hombre varado ahí y corrió por las calles de aquel pueblo con sus tacones dorados y su vestido rojo mientras corrían por sus mejillas gotas de sal provenientes de sus ojos, cuando llegó a su casa pudo ver a dos jóvenes que lloraba frente a su foto rodeada de cempasúchil, pan, café y cigarros. Entonces Marta vio como la vida florecía en ellos y cómo su recuerdo era venerado y sonrió, en eso llegó el hombre y tomándola del brazo le dijo suavemente: "Marta es tiempo de irnos, debes descansar" y ella de buena gana accedió a acompañarlo, perdiéndose para siempre en la penumbra el brillo de sus zapatillas doradas.

Los días pasan acortando la distancia del encuentro con nuestros muertos, indudable es que buscamos que tal acercamiento sea lo menos doloroso posible y por ello tendemos a adornarlo de colores y sabores para que sea ameno y nos duela menos saber que, aunque ausentes físicamente, siguen a nuestro lado.

Hoy como cada año en estas fechas les dejo una historia de mi autoría para que les sea menos larga la espera.

Marta ya no soportaba los tacones de sus gastados zapatos dorados, la farola de la esquina parpadeaba de cuando en cuando anunciando, como en clave morse, la posibilidad de un encuentro con la prostituta del pequeño pueblo.

Marta había nacido a kilómetros de donde ahora ejercía el oficio más viejo del mundo y por vergüenza había emigrado de ahí. Tendría 35 años, una figura regordeta y dos pequeños hijos de 3 y 4 años, además de una necesidad muy grande de llevar el sustento a casa.

Aquella fría noche de octubre, Marta estaba a punto de darse por vencida pues el viento helado calaba sus piernas que resaltaban bajo en su corto y viejo vestido rojo, como dos témpanos de hielo, por lo que aminoraba su frío fumando en la pose típica de la mujer accesible.

Faltaban quince minutos para la medianoche y la calle se veía desolada, sin ningún posible cliente y en la cartera de Marta solo había 20 pesos, así que presurosa había determinado retirarse e irse a casa, por lo que de tres fumadas terminó su cigarrillo y tirándolo al suelo, justo cuando lo iba a aplastar con su zapatilla dorada, escuchó una voz grave y masculina que le dijo: "Buenas noches, Marta" y al alzar la mirada frente a ella se encontraba un hombre bien vestido con abrigo y sombrero, vestimenta poco usual en aquel pueblo olvidado de la civilización, Marta sorprendida contestó:" ¿Me conoces? El hombre solo respondió: "Me contaron de ti", por lo que Marta creyendo que al menos llevaría que comer a casa contestó: "Bien, guapo buscas compañía y aquí estoy".

El hombre, cuyo rostro tapaba la media ala de su sombrero, respondió gentil pero seco: "Ciertamente quiero que me acompañes", a Marta le daba igual verle o no la cara pues para ella era solo un cliente.

"Bien, pero ¿a dónde?" dijo ella, el hombre solo dio la media vuelta al tiempo que le hizo la indicación de que lo siguiera, ella que estaba acostumbrada a tratar hombres por lo que no preguntó más y empezó a seguirle pero como no paraban de caminar, ella empezó a impacientarse por lo que entabló conversación mientras caminaban "¿De dónde eres?" preguntó Marta "soy de todos lados, vivo en todas partes", respondió el hombre, "¿eres agente viajero? dijo Marta "No, pero sí hago tratos en varias partes", contestó el hombre.

Caminaron como tres o cuatro cuadras, la luz de las farolas de parque eran ya imperceptibles y Marta comenzó a sentir miedo.

¿A dónde vamos ya no aguanto mis pies? Dijo molesta "Falta poco, ten paciencia", contestó el hombre, "Hasta aquí llego" dijo Marta y cuando se iba a dar la vuelta para irse a casa, el hombre la tomó del brazo y le dijo: "No, debes acompañarme" ella más por miedo que por convicción le acompañó hasta el cementerio.

"¿Qué hacemos aquí? debo irme mis hijos me esperan", dijo suplicante Marta, "No Marta tus hijos no te esperan, mira" y el hombre señaló una lápida donde ella pudo leer: "Aquí yace Marta López", su rostro se llenó de horror y negación y gritando dijo: "¿Qué broma es esta? ¡yo estoy viva! mírame".

El hombre tomando el brazo de Marta le dijo: "Tú moriste hace 10 años", "entonces ¿cómo es que estoy aquí?" preguntó ella y el hombre contestó: "Porque tus hijos, ahora unos jóvenes, pusieron una ofrenda en tu memoria".

Marta aún incrédula dejó al hombre varado ahí y corrió por las calles de aquel pueblo con sus tacones dorados y su vestido rojo mientras corrían por sus mejillas gotas de sal provenientes de sus ojos, cuando llegó a su casa pudo ver a dos jóvenes que lloraba frente a su foto rodeada de cempasúchil, pan, café y cigarros. Entonces Marta vio como la vida florecía en ellos y cómo su recuerdo era venerado y sonrió, en eso llegó el hombre y tomándola del brazo le dijo suavemente: "Marta es tiempo de irnos, debes descansar" y ella de buena gana accedió a acompañarlo, perdiéndose para siempre en la penumbra el brillo de sus zapatillas doradas.