/ jueves 18 de junio de 2020

El otro gallo | Simbiosis

Creer a rajatabla que todo es claro u oscuro es la fuente de nuestras dualidades

Cuántas veces me recuerdo llorando en clase cuando en primaria mi maestra me regañaba porque muchas veces prefería contemplar el patio de recreos que poner atención a las clases, o porque alguna compañera realizaba mejor la tarea y me comparaba con ella, o en otras porque me levantaba del mesabanco para cuestionarle lo que enseñaba y hasta porque a veces en clase se me ocurría tararear alguna canción en voz baja al escribir...

Recuerdo que me decía que era una mala niña porque era desobediente, impertinente y tonta, entonces empezaba a llorar ante la burla de los otros, ignoro si mis lágrimas eran por el reproche moral, por la estigmatización con la que era investida, o por el ridículo social ante mis compañeros. Lo que sí recuerdo es la sensación angustiosa de haber fallado.

A partir de ahí en mi mente infantil la obediencia, el no cuestionar lo que mis mayores decían, el querer parecerme a mi compañera a toda costa, el reprimir mis deseos y acatar lo que se me decía que debía hacer se convirtieron en sinónimo de ser buena niña y si lograba hacerlo sería aceptada por mi maestra y por mis compañeros.

Fui creciendo con esa mentalidad aunque no siempre la seguía porque dentro de mí aún era yo y seguía mi criterio y en esas situaciones, en las que no era buena ante los criterios estrictos de otros, inmediatamente se planteaba en mi mente un conflicto entre lo que yo deseaba y lo que debía hacer.

Si yo hacía lo que deseaba, lo cual muchas veces era contrario a lo que se me había ordenado, entonces en mi mente me tachaba a mí misma de mala y el reproche moral que mi maestra de primaria me hizo alguna vez volvía a mi cabeza haciéndome sentir mal.

Desde las decisiones simples hasta las más complejas tendemos a considerar siempre primero el "debemos" antes del "queremos" pues en muy pocas ocasiones los dos conceptos llegan a ser compatibles pues solo sucede cuando el "debemos" procede de una convicción propia razonada y la cual defenderemos hasta el final, pero no cuando se nos ha sido impuesto.

El buscar en nuestro interior las razones por las cuales en ocasiones desobedecemos las normas y en otras las seguimos a pie juntillas obedece al resultado que deseamos obtener; así si deseamos ser amados debemos aceptar dejar de ser un tanto nosotros para permitir a alguien más poseer parte de nuestra esencia o incluso adoptar parte de la suya; si deseamos pertenecer a un grupo adoptamos posturas o ideas que realmente no compartimos tan solo por pertenecer al equipo y no quedarnos solos.

El saber decir no a alguien nos cuesta trabajo por el que vaya a pensar o decir la otra persona de nosotros; el abandonar una relación porque ya no nos satisface arrastra reproches de la contraparte que nos estigmatizan; el no prestar dinero, no desear ir a una iglesia o a un cementerio causa en la demás gente la crítica; el no desear contestar una llamada de un familiar o celebrar una reunión familiar tan solo por quedar bien, ocasiona que nos tachen de mal hijo, hermano o lo que seamos de esas personas.

La necesidad de aceptación y recompensa ha marcado nuestra vida. Nadie quiere ser castigado nadie quiere quedarse solo ni nadie desea ser criticado, por ello aceptamos totalmente la mentalidad del grupo, nos acostumbrados en aras del amor al trato o egoísmo que nuestro ser amado nos demuestra o a seguir solo sus metas olvidándonos de las nuestras.

Sin embargo, el problema sigue existiendo y a puerta cerrada nos conflictuamos porque continuamos catalogándonos a nosotros mismos como malos por desear ser o hacer algo que no va con lo dictado. Es decir, el ejercer nuestra voluntad, sea buena o mala ante los ojos de los demás, siempre causará una reacción y por la cual no deberíamos preocuparnos ya que al final de cuentas somos producto de nuestras decisiones y solo nosotros pagaremos las consecuencias, por lo que ¿por qué pagar consecuencias de haber hecho, dicho o pensado algo que ni siquiera compartíamos realmente como propio?

Debemos aceptarnos tal y cual somos, con nuestros claros y oscuros que es nuestra simbiosis permanente; sin dar una explicación del por qué somos como somos y guiándonos por nuestros valores intrínsecos no por los de los demás.

Ahora miro hacia donde me pegue la gana y sigo cuestionando los dogmas establecidos, pero ya no tengo ese reproche moral de antes y al fin he dejado de compararme con otros y aunque en ocasiones extraño oír una voz entonces canto a todo pulmón y escucho la única voz que debo escuchar... la mía.