/ viernes 12 de julio de 2019

A diario nos despedimos

En el filme Amores perros/ 2000, de Alejandro G. Iñárritu, hay un diálogo burilado: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Verdad buena.

Todos los días nos estamos despidiendo de algo. Vamos disminuyéndonos cada vez más. La edad es el precio por vivir la vida.

A Tampico lo llevo en la sangre y en la memoria. Pero todos los días se me va de las manos como mapa de agua. Tampico se despide y vuelve, como ola de la playa Miramar.

Frente al mar, como a la nostalgia, la mirada se nos llena de lágrimas de figuras de los ausentes, de los que nos dieron vida y nos amaron.

Camino por el paseo Bella Vista y digo adiós a mi calle Monterrey (aunque por las noches esa calle, esa ruta por mí caminada miles de veces, se me presenta en el sueño como una escena de algún filme hollywoodense de los años treinta).

El adiós, siempre el adiós que duele, que cala, que cambia, que educa, que pervierte. La despedida como inicio y como finiquito.

Se dice adiós cuando, al parecer, ya no existe alternativa, cuando los colores del arcoíris personal están completos.

El adiós es la manera de decirle a la muerte que aún no nos vamos de este mundo, que hacemos uso de una prórroga.

Decir adiós es volar, correr, viajar hacia otros prados, hacia otras montañas. El adiós es tránsito existencial.

Curtidos por la costumbre y por la manera en que hemos colocado nuestra vida en el escaparate del mundo, el cambio es como una pieza de ajedrez que nos negamos a mover.

Al adiós es cambio, libertad, elección, encrucijada, callejón sin salida. Decir adiós es desafiar al presente.

No sé qué tanto de etimológico tenga la palabra adiós con la idea de Dios, lo cierto es que la palabra misma impone respeto, condición definitoria.

Recuerdo que hace algunos años, en una plática sobre extraterrestres o cosas de esa índole, el tipo dizque docto que hablaba ante un escaso público, decía que el indio era un ser místico porque la palabra misma lo vislumbraba: In (dentro) dio (Dios), o sea: el indio es aquel que tiene a Dios dentro.

Bueno, no entraré en detalles para refutar o afirmar significados de palabras, sólo sé que todo simboliza y si es así también contiene. ¿Qué cosas contiene el adiós? ¿De qué nos desprendemos cuando decimos adiós? ¿Qué fortalezas morales nos adjudicamos en el instante mismo del adiós?

A diario estamos diciendo adiós y, también, alguien se está despidiendo de nosotros siempre, siempre…

En el filme Amores perros/ 2000, de Alejandro G. Iñárritu, hay un diálogo burilado: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Verdad buena.

Todos los días nos estamos despidiendo de algo. Vamos disminuyéndonos cada vez más. La edad es el precio por vivir la vida.

A Tampico lo llevo en la sangre y en la memoria. Pero todos los días se me va de las manos como mapa de agua. Tampico se despide y vuelve, como ola de la playa Miramar.

Frente al mar, como a la nostalgia, la mirada se nos llena de lágrimas de figuras de los ausentes, de los que nos dieron vida y nos amaron.

Camino por el paseo Bella Vista y digo adiós a mi calle Monterrey (aunque por las noches esa calle, esa ruta por mí caminada miles de veces, se me presenta en el sueño como una escena de algún filme hollywoodense de los años treinta).

El adiós, siempre el adiós que duele, que cala, que cambia, que educa, que pervierte. La despedida como inicio y como finiquito.

Se dice adiós cuando, al parecer, ya no existe alternativa, cuando los colores del arcoíris personal están completos.

El adiós es la manera de decirle a la muerte que aún no nos vamos de este mundo, que hacemos uso de una prórroga.

Decir adiós es volar, correr, viajar hacia otros prados, hacia otras montañas. El adiós es tránsito existencial.

Curtidos por la costumbre y por la manera en que hemos colocado nuestra vida en el escaparate del mundo, el cambio es como una pieza de ajedrez que nos negamos a mover.

Al adiós es cambio, libertad, elección, encrucijada, callejón sin salida. Decir adiós es desafiar al presente.

No sé qué tanto de etimológico tenga la palabra adiós con la idea de Dios, lo cierto es que la palabra misma impone respeto, condición definitoria.

Recuerdo que hace algunos años, en una plática sobre extraterrestres o cosas de esa índole, el tipo dizque docto que hablaba ante un escaso público, decía que el indio era un ser místico porque la palabra misma lo vislumbraba: In (dentro) dio (Dios), o sea: el indio es aquel que tiene a Dios dentro.

Bueno, no entraré en detalles para refutar o afirmar significados de palabras, sólo sé que todo simboliza y si es así también contiene. ¿Qué cosas contiene el adiós? ¿De qué nos desprendemos cuando decimos adiós? ¿Qué fortalezas morales nos adjudicamos en el instante mismo del adiós?

A diario estamos diciendo adiós y, también, alguien se está despidiendo de nosotros siempre, siempre…