/ jueves 8 de febrero de 2018

Dos chambas que no son compatibles

Existen personas que religiosamente encienden velas en favor del candidato de su preferencia, ya que enormes fortunas dependen de las elecciones. Esto es la causa principal de las corruptelas en México, pues los titulares de los puestos, al decir de observadores, “tienen que enriquecerse lo más rápido que puedan, para el caso de que la próxima vez queden sin empleo”.

Mientras tanto, al precandidato del PAN, Ricardo Anaya Cortés, quien habla de la cultura del esfuerzo, de honestidad, de trabajo, se le halló una Fundación que, presumiblemente, encubre una complicada triangulación de recursos de un negocio inmobiliario cuya opacidad es evidente. Esto discrepa de su discurso de un cambio posible. “No se puede repicar y andar en la procesión”, decían los antiguos, o sea, renunciar a la sana tradición de apartarse de los negocios particulares, para atender los públicos. Estas dos chambas no son compatibles. Ninguna filosofía genuinamente democrática podría justificar esta dualidad de actuaciones. La gente percibe que la corrupción es lo que contribuye al dramático aumento en las las necesidades urgentes de índole material de gran número de mexicanos y mexicanas.

La discordancia de los asuntos gubernamentales radica en que una cosa es lo que se dice y otra diametralmente opuesta… lo que se hace. Circunstancia en la que se advierte la presencia de los dos Méxicos: uno, el ideal, lleno de buenos deseos, de encendidas declaraciones de justicia y enérgicas y “comprometidas” promesas de que ahora sí todo cambiará y será distinto. Un México en el que se dice y grita que la batalla contra la impunidad y la corrupción será ejemplarizante, pues no hay que olvidar—se reitera—que primero están los intereses y el bienestar del pueblo. Es el México de los compromisos jurados, el país abundante en palabras como Estado de Derecho, legalidad, equidad y justicia.

Y el otro México, el verdadero, el auténtico, el de a de veras, el de carne y hueso, de las promesas incumplidas, de los asuntos políticos no aclarados, el de los casos de enriquecimientos (in) explicables, el territorio de las simulaciones finalmente toleradas y perdonadas. El México frecuente, del cual el señor Anaya Cortés afirma pretender liberarnos para ir todos juntos y en caballo blanco por el mismo camino, por la senda del desarrollo y el progreso. ¿Cómo la ve?

Existen personas que religiosamente encienden velas en favor del candidato de su preferencia, ya que enormes fortunas dependen de las elecciones. Esto es la causa principal de las corruptelas en México, pues los titulares de los puestos, al decir de observadores, “tienen que enriquecerse lo más rápido que puedan, para el caso de que la próxima vez queden sin empleo”.

Mientras tanto, al precandidato del PAN, Ricardo Anaya Cortés, quien habla de la cultura del esfuerzo, de honestidad, de trabajo, se le halló una Fundación que, presumiblemente, encubre una complicada triangulación de recursos de un negocio inmobiliario cuya opacidad es evidente. Esto discrepa de su discurso de un cambio posible. “No se puede repicar y andar en la procesión”, decían los antiguos, o sea, renunciar a la sana tradición de apartarse de los negocios particulares, para atender los públicos. Estas dos chambas no son compatibles. Ninguna filosofía genuinamente democrática podría justificar esta dualidad de actuaciones. La gente percibe que la corrupción es lo que contribuye al dramático aumento en las las necesidades urgentes de índole material de gran número de mexicanos y mexicanas.

La discordancia de los asuntos gubernamentales radica en que una cosa es lo que se dice y otra diametralmente opuesta… lo que se hace. Circunstancia en la que se advierte la presencia de los dos Méxicos: uno, el ideal, lleno de buenos deseos, de encendidas declaraciones de justicia y enérgicas y “comprometidas” promesas de que ahora sí todo cambiará y será distinto. Un México en el que se dice y grita que la batalla contra la impunidad y la corrupción será ejemplarizante, pues no hay que olvidar—se reitera—que primero están los intereses y el bienestar del pueblo. Es el México de los compromisos jurados, el país abundante en palabras como Estado de Derecho, legalidad, equidad y justicia.

Y el otro México, el verdadero, el auténtico, el de a de veras, el de carne y hueso, de las promesas incumplidas, de los asuntos políticos no aclarados, el de los casos de enriquecimientos (in) explicables, el territorio de las simulaciones finalmente toleradas y perdonadas. El México frecuente, del cual el señor Anaya Cortés afirma pretender liberarnos para ir todos juntos y en caballo blanco por el mismo camino, por la senda del desarrollo y el progreso. ¿Cómo la ve?