/ domingo 28 de abril de 2024

Dudo de las Encuestas

La duda es la base de conocimiento según Descartes, cuatro siglos después, la curia de encuestadores pretende regresarnos a un estado dogmático en donde sus resultados debemos adoptarlos con fe.

Hay que aclarar que no dudo en la utilidad de los muestreos demoscópicos, pero como el propio Pierre Bourdieu sostiene, el valor de los cuestionarios no solo está limitado por el tiempo, sino también por la idiosincrasia del encuestado.

Por ejemplo, hace unos meses circuló en Twitter, una encuesta que colocaba a la población de México a la cabeza de todos los demás países del mundo que practican ejercicio y perdón por mi escepticismo, pero el resultado me parecía contraintuitivo tomando en cuenta los graves problemas de obesidad y cardiovasculares que padece la población en México.

En apariencia, el resultado de esta encuesta no adolece de la sospecha de estar condicionada por nada que no sea lo expresado por los propios participantes, quienes al parecer eso sí, tienen la mejor opinión de sí mismos, en cuanto acondicionamiento físico.

En el campo de la política la situación es radicalmente distinta, el resultado de las encuestas no es ajeno a la intension, desde hace bastante tiempo se utilizan como instrumentos de propaganda, que con un pretendido aire científico pretenden imponer esa intencionalidad política como una verdad objetiva e incuestionable. Aquí los partidos políticos pretenden aplicar el principio de fuente ovejuna, todos son culpables e inocentes a la vez, aunque la situación es moralmente reprobable, porque la acción no es más que otra treta que busca engañar al ciudadano.

Ahora bien, haciendo a un lado el hecho incontestable de que la comercialización de encuestas es un negocio millonario, que los resultados siempre tienen un beneficiario y un perjudicado, asumiendo que los propietarios de las casas encuestadoras no son sibaritas, sino monjes tibetanos que encuentran en el desprendimiento del lujo y boato material el nirvana, aún así queda espacio para la duda.

Desde hace más de diez años, nuestro país figura en los primeros lugares del latinobarómetro que mide el índice de felicidad de sus ciudadanos, esta circunstancia no es inédita, incluso en los gobiernos de Felipe Calderon y Enrique Peña Nieto, de aquí que no se pueda conjeturar respecto al desempeño de ningún gobierno.

Por ejemplo, según algunas casas encuestadoras el rango de aprobación del presidente López Obrador ronda entre el 55 y 75 %, pero cuando se analizan los datos desagregados por rubro de gobierno como salud, seguridad, educación la calificación es reprobatoria. Tal vez el problema no sean las encuestas, ni todos los intereses que hay detrás de ellas, sino la problemática relación que tenemos los mexicanos con decir la verdad.

Escribió Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, que el mexicano vive tras de muchas máscaras que buscan ocultar y proteger su intimidad, porque el desnudarse con la verdad lo hace sentirse vulnerable, según esto, tal defecto sería un resabio del trauma de la conquista, pero sea como fuere, parece que los mexicanos no estamos siendo muy honestos, o si se quiere, muy congruentes entre lo que sentimos y lo que decimos, de ahí el porque por más bluff que haya, los próximos resultados electorales tengan a todos tan nerviosos.

Sotelo27@me.com

La duda es la base de conocimiento según Descartes, cuatro siglos después, la curia de encuestadores pretende regresarnos a un estado dogmático en donde sus resultados debemos adoptarlos con fe.

Hay que aclarar que no dudo en la utilidad de los muestreos demoscópicos, pero como el propio Pierre Bourdieu sostiene, el valor de los cuestionarios no solo está limitado por el tiempo, sino también por la idiosincrasia del encuestado.

Por ejemplo, hace unos meses circuló en Twitter, una encuesta que colocaba a la población de México a la cabeza de todos los demás países del mundo que practican ejercicio y perdón por mi escepticismo, pero el resultado me parecía contraintuitivo tomando en cuenta los graves problemas de obesidad y cardiovasculares que padece la población en México.

En apariencia, el resultado de esta encuesta no adolece de la sospecha de estar condicionada por nada que no sea lo expresado por los propios participantes, quienes al parecer eso sí, tienen la mejor opinión de sí mismos, en cuanto acondicionamiento físico.

En el campo de la política la situación es radicalmente distinta, el resultado de las encuestas no es ajeno a la intension, desde hace bastante tiempo se utilizan como instrumentos de propaganda, que con un pretendido aire científico pretenden imponer esa intencionalidad política como una verdad objetiva e incuestionable. Aquí los partidos políticos pretenden aplicar el principio de fuente ovejuna, todos son culpables e inocentes a la vez, aunque la situación es moralmente reprobable, porque la acción no es más que otra treta que busca engañar al ciudadano.

Ahora bien, haciendo a un lado el hecho incontestable de que la comercialización de encuestas es un negocio millonario, que los resultados siempre tienen un beneficiario y un perjudicado, asumiendo que los propietarios de las casas encuestadoras no son sibaritas, sino monjes tibetanos que encuentran en el desprendimiento del lujo y boato material el nirvana, aún así queda espacio para la duda.

Desde hace más de diez años, nuestro país figura en los primeros lugares del latinobarómetro que mide el índice de felicidad de sus ciudadanos, esta circunstancia no es inédita, incluso en los gobiernos de Felipe Calderon y Enrique Peña Nieto, de aquí que no se pueda conjeturar respecto al desempeño de ningún gobierno.

Por ejemplo, según algunas casas encuestadoras el rango de aprobación del presidente López Obrador ronda entre el 55 y 75 %, pero cuando se analizan los datos desagregados por rubro de gobierno como salud, seguridad, educación la calificación es reprobatoria. Tal vez el problema no sean las encuestas, ni todos los intereses que hay detrás de ellas, sino la problemática relación que tenemos los mexicanos con decir la verdad.

Escribió Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, que el mexicano vive tras de muchas máscaras que buscan ocultar y proteger su intimidad, porque el desnudarse con la verdad lo hace sentirse vulnerable, según esto, tal defecto sería un resabio del trauma de la conquista, pero sea como fuere, parece que los mexicanos no estamos siendo muy honestos, o si se quiere, muy congruentes entre lo que sentimos y lo que decimos, de ahí el porque por más bluff que haya, los próximos resultados electorales tengan a todos tan nerviosos.

Sotelo27@me.com