/ jueves 21 de mayo de 2020

El otro gallo | El temible regreso

No sé qué recuerdo con más pavor de cuando era tiempo de volver a la escuela en 1976, si la sombrilla que mi mamá me hacía en medio de mi cabeza con la liga de bolitas de tréboles que cuando se le zafaba a mi madre me daba unos buenos coscorrones y ya no necesitaba sombrilla por el chichón que me salía o el tener que soportar los lastres que eran mis zapatos "Dingo", o la mochilota que tenía que llevar a espaldas como el Pípila.

Ahora que lo recuerdo, no son esas cosas las que más odiaba porque, aunque no me agradan, eran lo menos estresante, lo que en verdad odiaba era volver pues había creado mi nuevo mundo en casa y regresar implicaba volver a comenzar y eso me causaba incertidumbre.

Somos entes que amamos las costumbres, en ellas hallamos paz y certidumbre por más rutinarias y simples que éstas sean.

Nos gusta saber que lo que hacemos un día lo podemos hacer otro y el otro y así hasta que nosotros seamos los que decidamos cambiarlo, omitirlo o bien, repetirlo.

Nos creemos sencillamente amos absolutos de nuestros días y damos por sentado que las cosas que sacuden no nos sucederán a nosotros sino a otros, y es aquí donde la confianza en nuestros rituales rutinarios suele ser de gran ayuda al contribuir a ese estado de bienestar.

Sin embargo, cuando esos hábitos los hemos adoptado forzadamente no nos hallamos cómodos pero, como decía mi madre, a todo se acostumbra uno, menos a no comer, por lo que después de un tiempo de haber sido forzados a permanecer en confinamiento hemos creado, por estrés o por necesidad, nuestros propios hábitos dentro de nuestro mundo con los cuales sentimos certidumbre.

Ahora que estamos próximos a volver a lo que se ha llamado la "nueva normalidad" algo temible ocurre en nuestra mente pues de nueva cuenta debemos comenzar otra vez, pero con la advertencia que quizás no sea exactamente a lo que teníamos antes.

Es decir, que lo que solíamos hacer antes ahora será probablemente realizado de diferente manera y eso nos ocasiona un desasosiego pues no tenemos la capacidad de poder saber exactamente cómo será nuestra nueva realidad y eso nos estresa.

Sin embargo, la capacidad de adaptabilidad del ser humano es única y eso es lo grandioso de nuestra especie, según los expertos solo toma 21 días formar o retomar un hábito, por lo que pronto nos adaptaremos a lo que sea que esté esperándonos.

El dominio de nuestro entorno depende del dominio de nosotros mismos. Me consuela pensar e imaginar que si ahora fuese aquel 1976 y hubiese pasado esto, tal vez en la nueva normalidad mi madre me haría la sombrilla en la cabeza con una goma en lugar de los tréboles que me sacaban un chichón, o que en lugar de los pesados zapatos "Dingo" usaría tenis, trato de imaginar que sea cual fuese el regreso procuraría que fuese mejor que antes.

Ahora nos toca a nosotros retomar nuestras vidas evitando innecesariamente la sensación del chichón, la pesadez de nuestros zapatos, la ansiedad y el estrés antes de tiempo. Somos fuertes y, si lo miramos bien, al menos somos de los que pudimos regresar, y eso ya es ganancia.

No sé qué recuerdo con más pavor de cuando era tiempo de volver a la escuela en 1976, si la sombrilla que mi mamá me hacía en medio de mi cabeza con la liga de bolitas de tréboles que cuando se le zafaba a mi madre me daba unos buenos coscorrones y ya no necesitaba sombrilla por el chichón que me salía o el tener que soportar los lastres que eran mis zapatos "Dingo", o la mochilota que tenía que llevar a espaldas como el Pípila.

Ahora que lo recuerdo, no son esas cosas las que más odiaba porque, aunque no me agradan, eran lo menos estresante, lo que en verdad odiaba era volver pues había creado mi nuevo mundo en casa y regresar implicaba volver a comenzar y eso me causaba incertidumbre.

Somos entes que amamos las costumbres, en ellas hallamos paz y certidumbre por más rutinarias y simples que éstas sean.

Nos gusta saber que lo que hacemos un día lo podemos hacer otro y el otro y así hasta que nosotros seamos los que decidamos cambiarlo, omitirlo o bien, repetirlo.

Nos creemos sencillamente amos absolutos de nuestros días y damos por sentado que las cosas que sacuden no nos sucederán a nosotros sino a otros, y es aquí donde la confianza en nuestros rituales rutinarios suele ser de gran ayuda al contribuir a ese estado de bienestar.

Sin embargo, cuando esos hábitos los hemos adoptado forzadamente no nos hallamos cómodos pero, como decía mi madre, a todo se acostumbra uno, menos a no comer, por lo que después de un tiempo de haber sido forzados a permanecer en confinamiento hemos creado, por estrés o por necesidad, nuestros propios hábitos dentro de nuestro mundo con los cuales sentimos certidumbre.

Ahora que estamos próximos a volver a lo que se ha llamado la "nueva normalidad" algo temible ocurre en nuestra mente pues de nueva cuenta debemos comenzar otra vez, pero con la advertencia que quizás no sea exactamente a lo que teníamos antes.

Es decir, que lo que solíamos hacer antes ahora será probablemente realizado de diferente manera y eso nos ocasiona un desasosiego pues no tenemos la capacidad de poder saber exactamente cómo será nuestra nueva realidad y eso nos estresa.

Sin embargo, la capacidad de adaptabilidad del ser humano es única y eso es lo grandioso de nuestra especie, según los expertos solo toma 21 días formar o retomar un hábito, por lo que pronto nos adaptaremos a lo que sea que esté esperándonos.

El dominio de nuestro entorno depende del dominio de nosotros mismos. Me consuela pensar e imaginar que si ahora fuese aquel 1976 y hubiese pasado esto, tal vez en la nueva normalidad mi madre me haría la sombrilla en la cabeza con una goma en lugar de los tréboles que me sacaban un chichón, o que en lugar de los pesados zapatos "Dingo" usaría tenis, trato de imaginar que sea cual fuese el regreso procuraría que fuese mejor que antes.

Ahora nos toca a nosotros retomar nuestras vidas evitando innecesariamente la sensación del chichón, la pesadez de nuestros zapatos, la ansiedad y el estrés antes de tiempo. Somos fuertes y, si lo miramos bien, al menos somos de los que pudimos regresar, y eso ya es ganancia.