/ sábado 7 de marzo de 2020

Fyilosofía en Expresión | Mujeres

Celebro lo sagrado buscando curar un poco la gran deuda que tengo con ellas. Quizá nunca en la vida he sido capaz de darles el amor que se merecen y, por más que lo he intentado, aún no logro escribirles la canción más bonita del mundo logrando dibujar con mis humildes palabras su grandeza, su belleza y su dignidad.

He sido bendito, siempre las he tenido a mi lado, mis toscos pasos siempre han sido acompañados por una pisada pequeñita de gacela que a ratos me empuja y a ratos me provoca a aligerar mi zancada, porque así es, a ellas a veces hay que acompañarlas, pero a veces hay que perseguirlas.

Las he visto de muchas, hasta llegué un día a pensar en escribir un tratado de “mujerología” que pudiera incluir todas sus virtuosas formas, sus indiscutibles diferencias, clasificarlas por tipo, por color, por maneras, pero muy pronto me di cuenta que sería imposible mi tarea, porque ellas cambian cada día, se transforman, se renuevan.

Por eso a veces podemos encontrar alguna anciana con ojos vivos de pantera cazadora capaz de ponernos la carne de gallina al ver su porte, su andar y su mirada, esas que a muchos bravos como yo, amantes invencibles de sus formas, nos arruinan el traje de donjuán y nos bajan la mirada, tan solo con el peso de sus ojos como fieras.

O de pronto toparnos con una de esas muchachas que exhiben trazos de madurez que muchos de nosotros ni en tres vidas llegaríamos a tener. Artistas incasables de la vida, oficinistas, presidentas, madres, abuelas, famosas o anónimas pilares de este mundo y sus quehaceres, todas hermosas, todas mujeres.

Hay algunas con poderes paranormales, capaces de convertir al más idiota de los hombres en un ilustre caballero o, en su caso, con un solo pase mágico de cadera, una vuelta suelto el pelo y un adiós, convertir al más grande de los señores en un pobre idiota, abandonado y miserable que en su recuerdo aprende a llorar lágrimas de ron.

Otras ostentan capacidades dignas de geniales arquitectos y hacen un hogar de lujo en donde nosotros solo somos capaces, algunos, de colocar piedras para construir paredes y techos, aunque algunas cuando están de malas también pueden convertir la más hermosa mansión en una sucursal de los avernos.

Dan la vida o la quitan, nos enseñan a besar y hacer las paces, pero pueden también matar y provocar una guerra. Todos les debemos la vida y más de alguno la muerte, hay quienes por uno solo de sus desprecios han preferido colgar como badajo de una viga que mirarlas caminar de un brazo ajeno.

Cuando son pequeñas empiezan a mostrar su poderío, haciendo que ancianos poderosos y valientes aprendan a pintarse la cara de payaso o se dejen despeinar haciendo chistes, sin olvidar su efecto indiscutible al hacer que cuando niños nomás con verlas ya soñemos ser mayores.

Pero más allá de lo que logra verse desde nuestra postura, más que esa mirada propia del apareamiento salpicada de romanticismo, ellas son ellas, seres grandiosos, dotados de poderes extravaroniles, los cuales de analizar de forma objetiva, no sería posible reclamar ninguna igualdad.

No somos iguales, ellas tienen cualidades por demás inalcanzables, mismas que como precio les otorgan una injusta desventaja, que sólo podrá ser equilibrada por el pensamiento justo e inteligente de su contraparte planetaria.

No son nuestras compañeras solamente, son nuestra especie, somos miembros portadores ambos especímenes de la única posibilidad de continuar coexistiendo. Nos requerimos, nos necesitamos y es momento de analizar cuál es el conflicto, ya que de comprender que no estamos defendiendo a una facción, sino que estamos defendiendo la vida misma, sólo existiría un bando formado por ambos miembros y del otro lado estarían, ahora sí, los organismos descompuestos que se han vuelto sus enemigos y que por obviedad numérica quedarían acabados o podrían ser sometidos.

Requerimos de una humanidad feminista, un mundo que acepte que ha sido un error su acepción varonil, que pueda comprender que la respuesta no es el equilibrio, sino la ocupación correcta de las cualidades, un espacio en donde las posibilidades creativas, la libertad y la felicidad sean activos del uso público, pero la fuerza se ejerza desde el poderío que sólo puede dar la razón, el conocimiento, la adaptabilidad y la astucia.

Un mundo inteligente que no necesite más que hacer saber al agresor, que todos nos volvimos guardianes de la vida y que a través del entendimiento y la razón esta función no tiene sexo, y que todo aquel que atenta contra ellas atenta contra todos.

Yo no les deseo un feliz Día de la Mujer, más bien les deseo feliz vida y espero que reciban con agrado lo que hoy desde mi trinchera les envío: un rayo de luz envuelto en palabras, mi respeto, mi reconocimiento y mi solidaridad.

Celebro lo sagrado buscando curar un poco la gran deuda que tengo con ellas. Quizá nunca en la vida he sido capaz de darles el amor que se merecen y, por más que lo he intentado, aún no logro escribirles la canción más bonita del mundo logrando dibujar con mis humildes palabras su grandeza, su belleza y su dignidad.

He sido bendito, siempre las he tenido a mi lado, mis toscos pasos siempre han sido acompañados por una pisada pequeñita de gacela que a ratos me empuja y a ratos me provoca a aligerar mi zancada, porque así es, a ellas a veces hay que acompañarlas, pero a veces hay que perseguirlas.

Las he visto de muchas, hasta llegué un día a pensar en escribir un tratado de “mujerología” que pudiera incluir todas sus virtuosas formas, sus indiscutibles diferencias, clasificarlas por tipo, por color, por maneras, pero muy pronto me di cuenta que sería imposible mi tarea, porque ellas cambian cada día, se transforman, se renuevan.

Por eso a veces podemos encontrar alguna anciana con ojos vivos de pantera cazadora capaz de ponernos la carne de gallina al ver su porte, su andar y su mirada, esas que a muchos bravos como yo, amantes invencibles de sus formas, nos arruinan el traje de donjuán y nos bajan la mirada, tan solo con el peso de sus ojos como fieras.

O de pronto toparnos con una de esas muchachas que exhiben trazos de madurez que muchos de nosotros ni en tres vidas llegaríamos a tener. Artistas incasables de la vida, oficinistas, presidentas, madres, abuelas, famosas o anónimas pilares de este mundo y sus quehaceres, todas hermosas, todas mujeres.

Hay algunas con poderes paranormales, capaces de convertir al más idiota de los hombres en un ilustre caballero o, en su caso, con un solo pase mágico de cadera, una vuelta suelto el pelo y un adiós, convertir al más grande de los señores en un pobre idiota, abandonado y miserable que en su recuerdo aprende a llorar lágrimas de ron.

Otras ostentan capacidades dignas de geniales arquitectos y hacen un hogar de lujo en donde nosotros solo somos capaces, algunos, de colocar piedras para construir paredes y techos, aunque algunas cuando están de malas también pueden convertir la más hermosa mansión en una sucursal de los avernos.

Dan la vida o la quitan, nos enseñan a besar y hacer las paces, pero pueden también matar y provocar una guerra. Todos les debemos la vida y más de alguno la muerte, hay quienes por uno solo de sus desprecios han preferido colgar como badajo de una viga que mirarlas caminar de un brazo ajeno.

Cuando son pequeñas empiezan a mostrar su poderío, haciendo que ancianos poderosos y valientes aprendan a pintarse la cara de payaso o se dejen despeinar haciendo chistes, sin olvidar su efecto indiscutible al hacer que cuando niños nomás con verlas ya soñemos ser mayores.

Pero más allá de lo que logra verse desde nuestra postura, más que esa mirada propia del apareamiento salpicada de romanticismo, ellas son ellas, seres grandiosos, dotados de poderes extravaroniles, los cuales de analizar de forma objetiva, no sería posible reclamar ninguna igualdad.

No somos iguales, ellas tienen cualidades por demás inalcanzables, mismas que como precio les otorgan una injusta desventaja, que sólo podrá ser equilibrada por el pensamiento justo e inteligente de su contraparte planetaria.

No son nuestras compañeras solamente, son nuestra especie, somos miembros portadores ambos especímenes de la única posibilidad de continuar coexistiendo. Nos requerimos, nos necesitamos y es momento de analizar cuál es el conflicto, ya que de comprender que no estamos defendiendo a una facción, sino que estamos defendiendo la vida misma, sólo existiría un bando formado por ambos miembros y del otro lado estarían, ahora sí, los organismos descompuestos que se han vuelto sus enemigos y que por obviedad numérica quedarían acabados o podrían ser sometidos.

Requerimos de una humanidad feminista, un mundo que acepte que ha sido un error su acepción varonil, que pueda comprender que la respuesta no es el equilibrio, sino la ocupación correcta de las cualidades, un espacio en donde las posibilidades creativas, la libertad y la felicidad sean activos del uso público, pero la fuerza se ejerza desde el poderío que sólo puede dar la razón, el conocimiento, la adaptabilidad y la astucia.

Un mundo inteligente que no necesite más que hacer saber al agresor, que todos nos volvimos guardianes de la vida y que a través del entendimiento y la razón esta función no tiene sexo, y que todo aquel que atenta contra ellas atenta contra todos.

Yo no les deseo un feliz Día de la Mujer, más bien les deseo feliz vida y espero que reciban con agrado lo que hoy desde mi trinchera les envío: un rayo de luz envuelto en palabras, mi respeto, mi reconocimiento y mi solidaridad.