/ sábado 25 de septiembre de 2021

Gryita.com, Fylosofía en expresión | México, un país en vías de extinción

Al pensar en México imagino un paraíso enfermo.

Por un lado un oasis lleno de todo lo que un país pudiera desear pero inmerso en una historia de tragedias.

No solo las obligadas a causa de la naturaleza humana y su “maldad provocada” al decir de algunos pensadores, por la necesidad de sobrevivir, sino las que son el resultado de la sui géneris forma de reaccionar de nuestra etnia a los estímulos de la evolución.

No somos una raza pura y cada vez nos alejamos más de nuestras raíces, las cuales solemos venerar de forma inconsciente, al no permitirles por ejemplo la extinción total de nuestro lenguaje y costumbres, pero que a la vez solemos denostar despiadadamente cuando denigramos, discriminamos, marginamos y evitamos a toda costa la participación y pertenencia de nuestros aún hermanos originarios a la vida pública y social de la patria o ridiculizamos nuestro pasado.

Un muladar de corrupción, abusos, enriquecimientos ilícitos, traiciones y las más profundas perversiones de la lucha del poder por el poder, llevado al extremo provocando un caso casi único de desigualdad social y carencias socioculturales.

Una desconexión y ruptura del tejido social impresionante, en el que confluyen leyes, religiones, creencias y culturas libremente formando un caldo sincrético que da lugar a una pócima fatal en donde se mezclan pariendo un monstruo, la sabiduría y la estupidez.

Un grupo humano sabio e ignorante a la vez, un país rico y pobre, culto a niveles de galardones internacionales y miserable cultural y cognitivamente a causa de la deliberada privación del conocimiento por el favorecer vil a mecanismos conocidos de control a través del contubernio del mundo político y el de la comunicación.

Bipolaridad pública casi incurable, que para la impunidad se convierte en el perfecto escenario teatral en que la magia queda expuesta sin requerir de trucos para a ojos vistos pasar delante del público cegado internamente, el cual simplemente atina cual descerebrado a seguir la línea de investigación o conclusión que el mago le propone por inverosímil o incongruente que parezca.

Un país donde los muertos desaparecen delante de nuestros ojos, donde los culpables se vuelven inocentes en segundos, donde la flagrancia no es más que un apelativo sin consecuencias y el dolor del pueblo se volvió un argumento de campaña.

Una tierra de políticos admirados como héroes, que sin merecimiento alguno, el amparo de la suerte, las relaciones y la ignorancia de sus seguidores, quienes desde su riqueza hostil y su inalcanzable poder cultivan formas grotescas de glamour en medio de una inexplicable grandeza a causa de su similitud con cualquier simple infractor y que desde el ilícito gozan libremente del amparo de la ley y la inmunidad, que sin salvarlos del descrédito no intranquiliza sus paradisíacas condiciones de vida.

Un México con miles de rostros, en el que la sin razón casi se volvió cultura y la resignación la forma más conocida de fe.

Hoy se asoma una luz de esperanza para todos, parece ser que la alegata, las reflexiones sobre las decisiones, el develado de las finanzas y la exhibición de las formas está causando al menos lo que para mí es el más grande avance.

Un pueblo que se integra a la discusión, un debate que va más allá de las palabras y repercute en las decisiones familiares, un pedazo de presupuesto público en muchísimos hogares y la simple posibilidad de que otras opciones existan.

Creo que el viejo México empieza a desaparecer y será responsabilidad de todos el buscar a toda costa que una nueva estructura se levante, de forma que se equilibren las posibilidades, que se disminuya el dolor, que sea más difícil el que unos cuantos se beneficien y que se vuelva mayor el espectro de la igualdad en medio de la paz que solo puede ofrecer el conocimiento y la provisión.

¡Qué muera México y que viva México!

  • gryitafuerte@gmail.com
  • fb: Gryita Fuerte
  • RE-GENERACIÓN 19

Al pensar en México imagino un paraíso enfermo.

Por un lado un oasis lleno de todo lo que un país pudiera desear pero inmerso en una historia de tragedias.

No solo las obligadas a causa de la naturaleza humana y su “maldad provocada” al decir de algunos pensadores, por la necesidad de sobrevivir, sino las que son el resultado de la sui géneris forma de reaccionar de nuestra etnia a los estímulos de la evolución.

No somos una raza pura y cada vez nos alejamos más de nuestras raíces, las cuales solemos venerar de forma inconsciente, al no permitirles por ejemplo la extinción total de nuestro lenguaje y costumbres, pero que a la vez solemos denostar despiadadamente cuando denigramos, discriminamos, marginamos y evitamos a toda costa la participación y pertenencia de nuestros aún hermanos originarios a la vida pública y social de la patria o ridiculizamos nuestro pasado.

Un muladar de corrupción, abusos, enriquecimientos ilícitos, traiciones y las más profundas perversiones de la lucha del poder por el poder, llevado al extremo provocando un caso casi único de desigualdad social y carencias socioculturales.

Una desconexión y ruptura del tejido social impresionante, en el que confluyen leyes, religiones, creencias y culturas libremente formando un caldo sincrético que da lugar a una pócima fatal en donde se mezclan pariendo un monstruo, la sabiduría y la estupidez.

Un grupo humano sabio e ignorante a la vez, un país rico y pobre, culto a niveles de galardones internacionales y miserable cultural y cognitivamente a causa de la deliberada privación del conocimiento por el favorecer vil a mecanismos conocidos de control a través del contubernio del mundo político y el de la comunicación.

Bipolaridad pública casi incurable, que para la impunidad se convierte en el perfecto escenario teatral en que la magia queda expuesta sin requerir de trucos para a ojos vistos pasar delante del público cegado internamente, el cual simplemente atina cual descerebrado a seguir la línea de investigación o conclusión que el mago le propone por inverosímil o incongruente que parezca.

Un país donde los muertos desaparecen delante de nuestros ojos, donde los culpables se vuelven inocentes en segundos, donde la flagrancia no es más que un apelativo sin consecuencias y el dolor del pueblo se volvió un argumento de campaña.

Una tierra de políticos admirados como héroes, que sin merecimiento alguno, el amparo de la suerte, las relaciones y la ignorancia de sus seguidores, quienes desde su riqueza hostil y su inalcanzable poder cultivan formas grotescas de glamour en medio de una inexplicable grandeza a causa de su similitud con cualquier simple infractor y que desde el ilícito gozan libremente del amparo de la ley y la inmunidad, que sin salvarlos del descrédito no intranquiliza sus paradisíacas condiciones de vida.

Un México con miles de rostros, en el que la sin razón casi se volvió cultura y la resignación la forma más conocida de fe.

Hoy se asoma una luz de esperanza para todos, parece ser que la alegata, las reflexiones sobre las decisiones, el develado de las finanzas y la exhibición de las formas está causando al menos lo que para mí es el más grande avance.

Un pueblo que se integra a la discusión, un debate que va más allá de las palabras y repercute en las decisiones familiares, un pedazo de presupuesto público en muchísimos hogares y la simple posibilidad de que otras opciones existan.

Creo que el viejo México empieza a desaparecer y será responsabilidad de todos el buscar a toda costa que una nueva estructura se levante, de forma que se equilibren las posibilidades, que se disminuya el dolor, que sea más difícil el que unos cuantos se beneficien y que se vuelva mayor el espectro de la igualdad en medio de la paz que solo puede ofrecer el conocimiento y la provisión.

¡Qué muera México y que viva México!

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