/ miércoles 3 de octubre de 2018

La imagen personal

Somos como nos vemos. El poeta y filósofo irlandés George Berkerley escribió que “ser es ser percibido”, y de alguna manera así es.

Si alguien es alto o bajo allí no habrá, aparentemente, nada que discutir. Sin embargo, ¿qué es ser alto o bajo? ¿Quién decide cuántos centímetros son los necesarios para ser elevado o no de estatura? Para un sueco, la estatura promedio de un mexicano – 1.62 m para los hombres – sería una medida para tasar a un bajo. Y viceversa, la estatura promedio del nórdico, 1.78 m, sería una medida adjudicada a un hombre alto en nuestro país.

La estatura del hombre depende de patrones de referencia. Igualmente, valores como la belleza están relacionados con un fardo de estándares preestablecidos donde la cultura, los usos y costumbres e, incluso, la ideología, tienen mucho que ver. Se es bello o bella acorde a qué, a quién. El fenotipo es relativo puesto que los aspectos de aceptación o rechazo no están enlazados del todo al mero hecho de lo bonito o la guapura. Se está sujeto a aspectos ancestrales de la sociedad misma.

Sabemos, por las estatuillas y las pinturas antiguas, que los hombres y mujeres de civilizaciones prehispánicas tenían características identitarias (color de piel, estatura) que le otorgaban estatus de pertenencia o exclusión con sus demás congéneres de grupo. Según se era, se vestía, se maquillaba, aunque esto no ha cambiado mucho hoy en día. La imagen va unida con el ser y el estar. Tal vez por eso sean inmortales y precisas las palabras de Shakespeare: “Ser o no ser, he allí el dilema”.

Desde los tiempos remotos, las civilizaciones tanto orientales como occidentales le han dado toda la importancia a la “apariencia”, a la imagen. La calidad de la tela del vestido, el olor de las fragancias orgánicas y las genuflexiones de la voz, amén del lugar donde habitaban, daban a los habitantes de las metrópolis o ciudades-estado su nivel en el escalafón social.

Durante el periodo de los grandes déspotas ilustrados en la Europa central, los hombres de la alta sociedad o que ostentaban el poder político, usaban peluca y se maquillaban el rostro de colores a veces suntuosos. Todo en razón de una imagen establecida por el nivel social. Se veían como la costumbre lo permitía y lo estimulaba. Imagen igual a estatus.

En la carta de 1558 que el virrey Juan de Vega le escribiera a Felipe II se puede leer: “La vestimenta propia da señal de obediencia a los vasallos.” La imagen se proyecta por la forma de vestir y ésta – por añadidura – implica y concatena las relaciones del hombre con su entorno. “Yo soy y mi constancia”, escribió el filósofo José Ortega y Gasset. Bien pudiésemos ajustar esta máxima a “yo soy y mi circunstancia y mi imagen.

Somos como nos vemos y nos ven, pero también como queremos vernos. Por ello es que una pregunta sale a relucir: ¿qué es una imagen? Toda persona es única e irrepetible y proyecta su forma de ser. El rostro, la sonrisa, la voz, los ademanes, el cuerpo en sí conforman la imagen. Se es como se quiere ser y, aún más, como quieren los demás que seamos…


Somos como nos vemos. El poeta y filósofo irlandés George Berkerley escribió que “ser es ser percibido”, y de alguna manera así es.

Si alguien es alto o bajo allí no habrá, aparentemente, nada que discutir. Sin embargo, ¿qué es ser alto o bajo? ¿Quién decide cuántos centímetros son los necesarios para ser elevado o no de estatura? Para un sueco, la estatura promedio de un mexicano – 1.62 m para los hombres – sería una medida para tasar a un bajo. Y viceversa, la estatura promedio del nórdico, 1.78 m, sería una medida adjudicada a un hombre alto en nuestro país.

La estatura del hombre depende de patrones de referencia. Igualmente, valores como la belleza están relacionados con un fardo de estándares preestablecidos donde la cultura, los usos y costumbres e, incluso, la ideología, tienen mucho que ver. Se es bello o bella acorde a qué, a quién. El fenotipo es relativo puesto que los aspectos de aceptación o rechazo no están enlazados del todo al mero hecho de lo bonito o la guapura. Se está sujeto a aspectos ancestrales de la sociedad misma.

Sabemos, por las estatuillas y las pinturas antiguas, que los hombres y mujeres de civilizaciones prehispánicas tenían características identitarias (color de piel, estatura) que le otorgaban estatus de pertenencia o exclusión con sus demás congéneres de grupo. Según se era, se vestía, se maquillaba, aunque esto no ha cambiado mucho hoy en día. La imagen va unida con el ser y el estar. Tal vez por eso sean inmortales y precisas las palabras de Shakespeare: “Ser o no ser, he allí el dilema”.

Desde los tiempos remotos, las civilizaciones tanto orientales como occidentales le han dado toda la importancia a la “apariencia”, a la imagen. La calidad de la tela del vestido, el olor de las fragancias orgánicas y las genuflexiones de la voz, amén del lugar donde habitaban, daban a los habitantes de las metrópolis o ciudades-estado su nivel en el escalafón social.

Durante el periodo de los grandes déspotas ilustrados en la Europa central, los hombres de la alta sociedad o que ostentaban el poder político, usaban peluca y se maquillaban el rostro de colores a veces suntuosos. Todo en razón de una imagen establecida por el nivel social. Se veían como la costumbre lo permitía y lo estimulaba. Imagen igual a estatus.

En la carta de 1558 que el virrey Juan de Vega le escribiera a Felipe II se puede leer: “La vestimenta propia da señal de obediencia a los vasallos.” La imagen se proyecta por la forma de vestir y ésta – por añadidura – implica y concatena las relaciones del hombre con su entorno. “Yo soy y mi constancia”, escribió el filósofo José Ortega y Gasset. Bien pudiésemos ajustar esta máxima a “yo soy y mi circunstancia y mi imagen.

Somos como nos vemos y nos ven, pero también como queremos vernos. Por ello es que una pregunta sale a relucir: ¿qué es una imagen? Toda persona es única e irrepetible y proyecta su forma de ser. El rostro, la sonrisa, la voz, los ademanes, el cuerpo en sí conforman la imagen. Se es como se quiere ser y, aún más, como quieren los demás que seamos…