Sergio Magaña nació en Tepalcatepec, Michoacán, en 1924; falleció en la Ciudad de México en 1990.
Dejó cinco obras de valía para la historia del teatro en México: Los Signos del Zodiaco (1951), Moctezuma II (1953), Cortés y la Malinche (1965), Los Motivos del Lobo (1966) y Santísima (1980).
Su encuentro en 1946 con otro joven (Emilio Carballido) que comenzaba su incursión en el teatro, le ayuda a experimentar el goce teatral. “Originalmente mis intenciones eran llegar a dominar la novela. Después a través de Carballido, descubro el secreto escénico, y desde ese momento quedo postergado al teatro”. (S. M.) De esta fascinación por el teatro, estrena en el Palacio de Bellas Artes, en 1951, su primera obra, Los Signos del Zodiaco, dirigida por Salvador Novo. La obra inmediatamente se convierte en éxito de taquilla, sorprendiendo a los críticos teatrales de esos años, quienes se percataron que un joven de veintisiete años era el autor de tan magnífico texto, el cual trataba de una vecindad de los años cuarenta, y donde se reunían los habitantes para lavar ropa y tener sus conversaciones (chismes, hipocresías, peleas) sobre lo que les sucedía a los demás inquilinos.
Magaña crea en Los Signos del Zodiaco un universo de historias entretejidas como la de Ana Romana, la portera, la cual todo el mundo aborrece porque les quita a las diez de la mañana el suministro de agua; Eloina, la niña adolescente que quiere vender su cuerpo por algunas monedas; una cantante de ópera en decadencia que sólo se la pasa exigiendo y chantajeando a su atribulado marido; Polita, mujer que está enamorada de Pedro, considerado por todos como un comunista; las hermanas Estela y María Walter, continuamente señaladas como las “ligeras” de la vecindad, estos y otros personajes populares, son delineados por Magaña con verdadera maestría. De esta obra el insigne historiador teatral Armando de María y Campos (1897-1967) ha dicho: “Los Signos del Zodiaco es digna del mayor encomio, anuncia a un escritor de talento y sensibilidad singulares que, si no se tuerce o malogra, habrá de sacar gloria y provecho a la dramática nacional”.
Moctezuma II, considerada por muchos como la primera gran tragedia del teatro mexicano, fue estrenada en 1953 en Xalapa, Veracruz, bajo la dirección de Dagoberto Guillaumin, y al año siguiente en la Cd. de México por André Moreau. Moctezuma II nos sitúa en los tiempos de la Conquista, sin embargo esta vez Moctezuma es planteado por Magaña como un emperador refinado, culto, nada supersticioso, que no gusta de las tácticas militares, ni de los sacrificios humanos a los dioses. La acción comienza un día antes de la llegada de los españoles a Tenochtitlan. Moctezuma termina creyendo que Cortés es un dios, cuando le regresan a una mujer muy bella llamada la Mixteca, que había enviado a Cortés como regalo, esperando con esto que se conformara y detuviera su paso a México. La caída de Moctezuma sucede cuando a Culhuacán, Xochimilco, Coyoacán y Tlatelolco (la casta militar), entre otros, les surge la avaricia y resentimientos contra su emperador, orillándolos a irse hacia el bando de Cortés, quien encuentra a un pueblo dividido; de ahí que uno de los últimos diálogos del emperador Moctezuma diga: “Nuestra historia es una historia de traiciones y venganzas...”
Los Motivos del Lobo, estrenada en 1966 y considerada por Emilio Carballido como una verdadera joya teatral, aborda la historia de Martín Guolfe y de su familia: su esposa Eloísa, así como de sus cuatro hijos adolescentes (Fortaleza, Lucero, Libertad y Azul). Los hijos tienen diecisiete años, los mismos que tiene su primera hija Fortaleza encerrada en la casa. Martín construyó alrededor una gran barda para que sus hijos no pudieran ver hacia afuera, ni ser vistos por nadie... y que celosamente cuida como un lobo, para que nadie salga. Martín Goulfe dice: “Tienen mi sangre, son hijos del lobo...míos y mis únicos motivos, todavía están tiernos. No podríamos enfrentarlos con los perros del llano sin quedar lastimados. No quiero que los muerdan como me mordieron a mí; allá afuera existen hombres malvados, que viven en un mundo erizado de colmillos. El mundo ha crecido hacia el mal, cada vez peor”.
En una ocasión se le preguntó a este valioso dramaturgo mexicano sobre sus motivos para escribir y dijo: “Uno expresa ideas que generalmente delatan cosas insoportables. Aquí es donde el escritor acepta con valentía su carácter de delator. Entiéndase esto: un escritor no va a delatar a su pueblo porque esté desnutrido o mal educado o enajenado. ¿A quién delata entonces? La respuesta es obvia. Tan obvia que cualquier autor es calificado de subversivo. Las penurias e injusticias que padecen los pueblos deben ser expresadas. El pueblo no sabe cómo carece de técnica y de lo que muchos llaman criterio. ¿Callarse entonces? Pues no. El escritor es quien debe exponer las quejas de los gobernados para el oído de los gobernantes”.