Durante mi vida universitaria tuve la suerte de relacionarme con personas que me enseñaron muchísimas cosas sobre la vida.
Aprendí, sobre todo, que no existe nadie que pueda ser salvado si no está de acuerdo con encumbrar su espíritu. Esto me quedó muy grabado en la mente cuando una tarde, en los pasillos de la facultad, me topé con una condiscípula que sollozaba amargamente.
Le pregunté qué le sucedía, a lo que me contestó con una voz afectada por el llanto: "Terminé con mi novio en la mañana y hace un momento pasó frente a mí besando a otra”. Toda esa tarde-noche me olvidé de las clases para concentrarme en consolar a mi compañera que sufría a mares por su exnovio. Traté de motivarla y ayudarla a aceptar las situaciones adversas que están fuera de nuestras manos.
Al día siguiente cuando regresé a las clases, en un descanso de las mismas, observé a lo lejos tomados de la mano a mi compañera con el mismo novio que le había cortado el día anterior. Esta escena me dejó anonadado. Aunque de alguna forma más tranquilo, porque la chica por lo menos ya no sufría momentáneamente. Tiempo después concluí la universidad siendo testigo de agresivas disputas entre Alejandra y su novio. Posteriormente supe que se casaron, tuvieron un hijo, para finalmente dos años después divorciarse.
El filósofo Emil M. Cioran (1911-1995) escribió: “Qué orgullo descubrir que nada te pertenece: qué revelación”. Aunque suene a broma es una idea contundente: nada ni nada te pertenece; esto nos fue revelado desde el mismo día que nacimos, sólo que en ocasiones el ego nos gana la partida, haciéndonos creer dueños de todo. Si en el ejemplo de la historia de los amantes conflictivos, que se encadenaron en una relación tortuosa, buscando la solución fuera de ambos, hubieran conocido la gran verdad de todos los tiempos, que cuando nos amamos nos volvemos libres y que el amor nos hace vivir en libertad.
En diversas ocasiones las heridas, los traumas y crisis personales a una temprana etapa de la existencia se tornan contra nosotros. Así es más difícil enmendar estas adversidades, que echarle la culpa a alguien, levantar la voz para gritar al cielo: “Nadie me quiere”, cuando en realidad nos provocamos el vacío interior, sintiendo la falta de amor hacia nosotros mismos y buscando la solución en las relaciones tormentosas. Cuando nos amamos, aceptándonos como somos, nos sintonizamos con la felicidad convocando a la luz y al amor. Cuando pides y esperas viviendo en el amor, todo llega fácilmente.
Séneca dijo: “No importa tanto lo que me han hecho, sino lo que yo hago con lo que me han hecho”. El que hayamos tenido pequeños infiernos en la existencia no significa que duren para siempre. El miedo a la soledad corroe el alma, por eso terminamos aferrándonos al salvavidas de la desesperación por no saber amar a la persona indicada. En el amor no hay temor porque es alegría por vivir. Abracemos la vida, construyamos un mundo con alegría para todos. Amarte es una decisión que sólo a ti te pertenece.