/ miércoles 7 de abril de 2021

Autorretratos de hielo | Sin papeles, según Bustamante

El estudioso que no ama el objeto de su análisis, decía T.S. Eliot, no puede transformarlo en lucidez significante —ver su “Criticar al crítico”, indispensable en cualquier programa de humanidades, creo yo—. Por ello, en el medio académico, el mayor desafío será siempre desescolarizar la curiosidad para triunfar sobre las abstracciones, alejarse de los resonantes lenguajes cientificistas con el objeto de producir sabidurías al alcance de todas las miradas.

Y ..sea esta una introducción que, si acaso no pudo ser original, quiso ser distinta al recordar a Jorge A. Bustamante (Chihuahua 1938 – Tijuana 2021). Fundador y director del Colegio de la Frontera Norte, y fallecido hace apenas un par de días, su sociología del migrante mexicano fue de una simpleza meridiana: había que vivir la piel del expatriado, enfundarse el olor de su desarraigo, ser y estar en la pretendida fatalidad de su pobreza antes de iniciar la explicación de su destino. Allí, desde la “observación participante” —como él mismo la llamaba—, supo introducirse a tal punto en las odiseas del “ilegal”, que no solo terminó consustanciado con sus fatigas lo mismo que con sus “(des)esperanzas”, sino que, por añadidura, se transformó en el alfabeto más íntimo de su rostro.

La sencilla elocuencia y el humanismo tan radical de sus investigaciones nos han mantenido siempre en la tierra más firme de nuestros asombros.

La sencilla elocuencia y el humanismo tan radical de sus investigaciones nos han mantenido siempre en la tierra más firme de nuestros asombros. Es más, la riqueza de los textos que nos hereda posee dos caras igual de luminosas: por una parte, revela sustancias de documento especializado, y, por otra, funciona también como lectura de ocasión. Entre los cientos de estudios que pudieran traerse a colación para probarlo, allí están “Infancia migrante, la cara triste de la niñez”, “Nacionalidad irremunerable”, o, por qué no, “Cruzar la línea…”, “Las tentaciones de la frontera…” o “El México de afuera…”. Al exhalar un muy singular aroma literario, diríase que sus personajes de carne y hueso presienten la extraña obligación de ponerse a salvo de nuestras distracciones tanto como de nuestras incredulidades; dicho de otro modo, si acaso la ficción suele acudir al manido anuncio del “basado en hechos reales” para subrayar la trascendencia de sus contenidos, en sentido inverso, aunque con igual intensidad, la lucidez narrativa de Bustamante nos recuerda, una y otra vez, que lo leído no es mito ni fantasía, sino dolor de realidad en estado puro.

Mientras su muerte recorre las noticias internacionales, cómo olvidar uno de sus textos estudiantiles, cuando su sensibilidad anunciaba ya a un sociólogo de excepción. Publicado hace cerca de medio siglo, a principios de los años setenta, el artículo en cuestión lleva por título “El espalda mojada, informe de un observador participante”, y en él pueden leerse los tropiezos del propio Bustamante al emprender el camino de un “wetback” hacia las granjas texanas. Sí, llegará a Reynosa con zapatos impropios, se inventará una identidad campesina y cambiará el acento antes de preguntar por los “coyotes” que, a precio fijo, ayudan a cruzar la frontera; apesadumbrado, buscará en las plazas de la ciudad un lugar entre los próximos “ilegales”, recibirá la bendición de un padre ajeno y rezará una última oración colectiva antes de arrojarse al río Bravo. Ya del otro lado, dormirá a la intemperie cerca de McAllen, en Harlingen arrastrará el cansancio de sus pies heridos, hablará con miedo a los compañeros de infortunio, despertará entre pastizales de víboras inminentes, y amanecerá, una y otra vez, asediado por la sed y la violencia de los capataces y las patrullas fronterizas. En resumidas cuentas, se pondrá fuera de la ley para recoger las filosofías y recuperar los léxicos que el transterrado desarrolla para llegar a nombrar, alguna vez, el drama de su existencia —lo sabemos, siempre lo hemos sabido: nombrar la vida es comenzar a sentirla un poco menos adversa, ¿no es cierto?

Desde sus oídos de corazón abierto, uno también escucha las notas mentales de Bustamante en el ensayo. A mitad de la odisea, por ejemplo, estallan en nuestra melancolía esos renglones de fondos múltiples, cuando un jornalero resume su propia existencia en ese murmullo torrencial, pues, “¿hasta dónde se puede ser pobre, señor?”… Aunque al lector le resulta imposible desentenderse de tales timbres de tristeza o de los ecos de aventura que arropan la investigación, lo mejor, aquí, es seguir adelante: aún perdido entre las malezas de Texas, será arrestado en Falfurrias por unos granjeros que lo entregarán a la “migra”, previos disparos al aire de su propio desconcierto. Más tarde, perdido entre las literas de un centro de detención, y ya muy cerca de Laredo, asistiremos a unas jornadas carcelarias que potencian los colores de ficción en el artículo, con horarios de mala comida, confidencias de patíbulo y partidas de ajedrez que nadie entiende pero que todos celebran. Por supuesto, el texto se acompaña de gráficas contables y de razonamientos estadísticos, y, sin embargo, más que producir ciencia, Bustamante quería triunfar sobre nuestras indiferencias, pues, según nos lo dice con todas sus letras, nuestra apatía hacia el migrante “nos hace a cada uno responsables de su existencia”.

En los subsuelos del citado artículo hay un instante que llama muchísimo la atención: la cultura oral del campesino mexicano. De hecho, y aun en su condición de recluso, Bustamante concentrará la potencia reflexiva de su texto en la solicitud que se le hace para escribir una carta. El párrafo en cuestión posee una redacción poderosísima, pues en él no sólo hemos de asistir al llanto de frases dictadas ante nuestros propios ojos, sino que también escucharemos al sociólogo levantando la voz para explicar que el verdadero “sin papeles” es aquel a quien le han negado su derecho a construirse un autorretrato con símbolos de tinta. Al arrebatár-sele la voz en la escritura, el migrante representa un vocablo perdido para la mexicanidad, pues entra en nuestros diccionarios sin saber que se ha ido de la casa común de las palabras, o porque sale del lenguaje sin haber dominado jamás la ortografía feliz de los regresos.

El estudioso que no ama el objeto de su análisis, decía T.S. Eliot, no puede transformarlo en lucidez significante —ver su “Criticar al crítico”, indispensable en cualquier programa de humanidades, creo yo—. Por ello, en el medio académico, el mayor desafío será siempre desescolarizar la curiosidad para triunfar sobre las abstracciones, alejarse de los resonantes lenguajes cientificistas con el objeto de producir sabidurías al alcance de todas las miradas.

Y ..sea esta una introducción que, si acaso no pudo ser original, quiso ser distinta al recordar a Jorge A. Bustamante (Chihuahua 1938 – Tijuana 2021). Fundador y director del Colegio de la Frontera Norte, y fallecido hace apenas un par de días, su sociología del migrante mexicano fue de una simpleza meridiana: había que vivir la piel del expatriado, enfundarse el olor de su desarraigo, ser y estar en la pretendida fatalidad de su pobreza antes de iniciar la explicación de su destino. Allí, desde la “observación participante” —como él mismo la llamaba—, supo introducirse a tal punto en las odiseas del “ilegal”, que no solo terminó consustanciado con sus fatigas lo mismo que con sus “(des)esperanzas”, sino que, por añadidura, se transformó en el alfabeto más íntimo de su rostro.

La sencilla elocuencia y el humanismo tan radical de sus investigaciones nos han mantenido siempre en la tierra más firme de nuestros asombros.

La sencilla elocuencia y el humanismo tan radical de sus investigaciones nos han mantenido siempre en la tierra más firme de nuestros asombros. Es más, la riqueza de los textos que nos hereda posee dos caras igual de luminosas: por una parte, revela sustancias de documento especializado, y, por otra, funciona también como lectura de ocasión. Entre los cientos de estudios que pudieran traerse a colación para probarlo, allí están “Infancia migrante, la cara triste de la niñez”, “Nacionalidad irremunerable”, o, por qué no, “Cruzar la línea…”, “Las tentaciones de la frontera…” o “El México de afuera…”. Al exhalar un muy singular aroma literario, diríase que sus personajes de carne y hueso presienten la extraña obligación de ponerse a salvo de nuestras distracciones tanto como de nuestras incredulidades; dicho de otro modo, si acaso la ficción suele acudir al manido anuncio del “basado en hechos reales” para subrayar la trascendencia de sus contenidos, en sentido inverso, aunque con igual intensidad, la lucidez narrativa de Bustamante nos recuerda, una y otra vez, que lo leído no es mito ni fantasía, sino dolor de realidad en estado puro.

Mientras su muerte recorre las noticias internacionales, cómo olvidar uno de sus textos estudiantiles, cuando su sensibilidad anunciaba ya a un sociólogo de excepción. Publicado hace cerca de medio siglo, a principios de los años setenta, el artículo en cuestión lleva por título “El espalda mojada, informe de un observador participante”, y en él pueden leerse los tropiezos del propio Bustamante al emprender el camino de un “wetback” hacia las granjas texanas. Sí, llegará a Reynosa con zapatos impropios, se inventará una identidad campesina y cambiará el acento antes de preguntar por los “coyotes” que, a precio fijo, ayudan a cruzar la frontera; apesadumbrado, buscará en las plazas de la ciudad un lugar entre los próximos “ilegales”, recibirá la bendición de un padre ajeno y rezará una última oración colectiva antes de arrojarse al río Bravo. Ya del otro lado, dormirá a la intemperie cerca de McAllen, en Harlingen arrastrará el cansancio de sus pies heridos, hablará con miedo a los compañeros de infortunio, despertará entre pastizales de víboras inminentes, y amanecerá, una y otra vez, asediado por la sed y la violencia de los capataces y las patrullas fronterizas. En resumidas cuentas, se pondrá fuera de la ley para recoger las filosofías y recuperar los léxicos que el transterrado desarrolla para llegar a nombrar, alguna vez, el drama de su existencia —lo sabemos, siempre lo hemos sabido: nombrar la vida es comenzar a sentirla un poco menos adversa, ¿no es cierto?

Desde sus oídos de corazón abierto, uno también escucha las notas mentales de Bustamante en el ensayo. A mitad de la odisea, por ejemplo, estallan en nuestra melancolía esos renglones de fondos múltiples, cuando un jornalero resume su propia existencia en ese murmullo torrencial, pues, “¿hasta dónde se puede ser pobre, señor?”… Aunque al lector le resulta imposible desentenderse de tales timbres de tristeza o de los ecos de aventura que arropan la investigación, lo mejor, aquí, es seguir adelante: aún perdido entre las malezas de Texas, será arrestado en Falfurrias por unos granjeros que lo entregarán a la “migra”, previos disparos al aire de su propio desconcierto. Más tarde, perdido entre las literas de un centro de detención, y ya muy cerca de Laredo, asistiremos a unas jornadas carcelarias que potencian los colores de ficción en el artículo, con horarios de mala comida, confidencias de patíbulo y partidas de ajedrez que nadie entiende pero que todos celebran. Por supuesto, el texto se acompaña de gráficas contables y de razonamientos estadísticos, y, sin embargo, más que producir ciencia, Bustamante quería triunfar sobre nuestras indiferencias, pues, según nos lo dice con todas sus letras, nuestra apatía hacia el migrante “nos hace a cada uno responsables de su existencia”.

En los subsuelos del citado artículo hay un instante que llama muchísimo la atención: la cultura oral del campesino mexicano. De hecho, y aun en su condición de recluso, Bustamante concentrará la potencia reflexiva de su texto en la solicitud que se le hace para escribir una carta. El párrafo en cuestión posee una redacción poderosísima, pues en él no sólo hemos de asistir al llanto de frases dictadas ante nuestros propios ojos, sino que también escucharemos al sociólogo levantando la voz para explicar que el verdadero “sin papeles” es aquel a quien le han negado su derecho a construirse un autorretrato con símbolos de tinta. Al arrebatár-sele la voz en la escritura, el migrante representa un vocablo perdido para la mexicanidad, pues entra en nuestros diccionarios sin saber que se ha ido de la casa común de las palabras, o porque sale del lenguaje sin haber dominado jamás la ortografía feliz de los regresos.