/ domingo 31 de mayo de 2020

Conflicto moral y legitimidad política

En días pasados, el presidente de la república desató una controversia con relación a la propuesta de sustituir la medición del Producto Interno Bruto (PIB) del país, por un índice de la felicidad.

El tema trasciende la discusión técnica sobre la pertinencia de tal propuesta porque ha puesto al descubierto involuntariamente un verdadero problema aún más profundo que aquel que originó la discusión, uno que no es simplemente práctico sino teórico, consistente en la ausencia de un ideal político aceptable por razones que pertenecen a la filosofía moral y política.

Para muchos sectores de la sociedad, la felicidad no es un objetivo que deba plantearse como meta social el Estado en cambio el PIB si, aun cuando paradójicamente existen vastas porciones de la población que no participen en este último. Lo que se traduce como la errónea aceptación de la exclusión en todos los sentidos y para todos los efectos como moralmente válida y políticamente legítima.

Como ya se dijo, el problema no se circunscribe a las diversas actitudes que suscita una propuesta como la de hacer de la felicidad un indicador del Estado de la Nación, el problema hunde sus raíces en la relación del individuo consigo mismo a partir de la idea de que la ética y los fundamentos éticos de la teoría política emergen de la división que se da en cada individuo entre sus dos puntos de vista: el personal o subjetivo y el impersonal u objetivo y de la forma en la que tal división se supera para dar paso a un tipo de integración de estas visiones.

En donde el punto de vista impersonal u objetivo representarían las exigencias de la colectividad que plantea sus demandas a cada individuo, sin el cual no habría moralidad posible, quedando en su ausencia solo confrontación, transacción y convergencia ocasional en donde las perspectivas individuales hallen conveniencia. Cada uno de nosotros es sensible a las demandas de otros por medio de la aceptación y sumisión de la moralidad pública, ya que el individuo no se sitúa exclusivamente dentro de su punto de vista, para convivir y relacionarse tiene que colocarse dentro del paraguas de una moralidad común y este paraguas para que funcione tiene que operar en relación a un balance entre las fuerzas de su fuero interno con el exterior, está dualidad es el reflejo de la división interna que se da en cada individuo entre su posición personal y la impersonal y el cual externamente se expresa en el tradicional problema de la relación del individuo con la sociedad.

Si consideramos que la legitimidad política a la hora de convertirse en leyes o actos de gobierno reclama la aceptación mínima de ciertos principios morales comunes, quiere decir que la misma se apoya de alguna forma en algunos elementos ya presentes en el punto de vista personal o subjetivo del individuo.

De ahí que los problemas más complejos de la teoría política se remitan a los conflictos internos del individuo relativos a la lucha que sostienen los puntos de vista personales e impersonales, ello explicaría el fracaso en el pasado de todas aquellas medidas arbitrariamente impuestas que no tuvo en cuenta el origen radical del problema.

El punto de vista impersonal u objetivo produce en cada uno de nosotros una fuerte exigencia de imparcialidad e igualdad universal, al tiempo que el punto de vista personal o subjetivo brota de nuestros motivos y exigencias personales determinados por nuestra situación individual y por la forma particular en la que experimentamos nuestra relación con el mundo la cual está determinada por nuestra posición social, religión, nación etc.

Adicionalmente, muchas veces confundimos nuestros deseos con lo que quisiéramos que fuera el mundo y consideramos que los mismos tiene los suficientes méritos racionales para ser asumidos por el resto, lo que le añade otra dificultad al problema de la división interna.

Por lo cual resulta difícil conseguir una combinación armónica entre un ideal político aceptable con normas aceptables de moralidad individual, y cuando este equilibrio falta, se produce una falla en el suelo sobre el que se erigen nuestras instituciones políticas y sociales.

En gran medida, las instituciones políticas y sus justificaciones teóricas externalizan lo más ampliamente posible las demandas de nuestros puntos de vista individual, materializándose en el punto de vista impersonal desapasionado y libre de sus motivaciones particulares, sin embargo, en su construcción intervienen individuos en quienes su posición impersonal coexiste con la personal y si en estos constructores se da un desbalance entre ambos polos que se repelen se tiene como resultado inestabilidad política.

La mayoría de las personas asume esta realidad mediante la reflexión y el debate interno del que debería emerger una auto-consciencia, la conciencia qué transita a través de las diferentes posiciones personal e impersonal hasta llegar a conciencia de si misma, una conciencia que se despliega a lo largo de historia y sus instituciones defectuosamente y que solo alcanza perfección en estado de autoconciencia en un hipotético futuro al que muchos llaman utopía. Pero en tanto lo anterior sucede, debemos descubrir cómo vivir juntos, reconciliando nuestro puntos de vista en una visión moralmente válida y políticamente legítima.

Las convicciones morales empujan nuestras decisiones políticas, y su ausencia si es muy fuerte, puede tener efectos disgregadores como ya hemos visto en nuestros país, en dónde por años se impuso una narrativa centrada en el simple crecimiento económico dejando en la orilla cualquier idea de Bienestar Social lo que llevó a nuestra sociedad a experimentar una fuerte división de clases y un recelo mutuo, fenómeno que se haya a la base del movimiento que llevó al poder al actual Presidente de la República, por ende, sería un error creer que la confrontación de los diversos actores políticos de la nación cesaría con la simple desaparición del actual ejecutivo federal, cuando precisamente la fractura política del antiguo régimen tuvo su origen en la falta de cimientos morales.

Un error que también el régimen de la 4T debe tener muy presente para evitar tropezar con el, la Cuarta Transformación debe descansar en la convicción moral ampliamente aceptada expresada a través de políticas y acciones racionales y legítimas que superen las visiones personales y se reconcilien en una visión impersonal del quehacer del Estado.

Regeneración del 19

En días pasados, el presidente de la república desató una controversia con relación a la propuesta de sustituir la medición del Producto Interno Bruto (PIB) del país, por un índice de la felicidad.

El tema trasciende la discusión técnica sobre la pertinencia de tal propuesta porque ha puesto al descubierto involuntariamente un verdadero problema aún más profundo que aquel que originó la discusión, uno que no es simplemente práctico sino teórico, consistente en la ausencia de un ideal político aceptable por razones que pertenecen a la filosofía moral y política.

Para muchos sectores de la sociedad, la felicidad no es un objetivo que deba plantearse como meta social el Estado en cambio el PIB si, aun cuando paradójicamente existen vastas porciones de la población que no participen en este último. Lo que se traduce como la errónea aceptación de la exclusión en todos los sentidos y para todos los efectos como moralmente válida y políticamente legítima.

Como ya se dijo, el problema no se circunscribe a las diversas actitudes que suscita una propuesta como la de hacer de la felicidad un indicador del Estado de la Nación, el problema hunde sus raíces en la relación del individuo consigo mismo a partir de la idea de que la ética y los fundamentos éticos de la teoría política emergen de la división que se da en cada individuo entre sus dos puntos de vista: el personal o subjetivo y el impersonal u objetivo y de la forma en la que tal división se supera para dar paso a un tipo de integración de estas visiones.

En donde el punto de vista impersonal u objetivo representarían las exigencias de la colectividad que plantea sus demandas a cada individuo, sin el cual no habría moralidad posible, quedando en su ausencia solo confrontación, transacción y convergencia ocasional en donde las perspectivas individuales hallen conveniencia. Cada uno de nosotros es sensible a las demandas de otros por medio de la aceptación y sumisión de la moralidad pública, ya que el individuo no se sitúa exclusivamente dentro de su punto de vista, para convivir y relacionarse tiene que colocarse dentro del paraguas de una moralidad común y este paraguas para que funcione tiene que operar en relación a un balance entre las fuerzas de su fuero interno con el exterior, está dualidad es el reflejo de la división interna que se da en cada individuo entre su posición personal y la impersonal y el cual externamente se expresa en el tradicional problema de la relación del individuo con la sociedad.

Si consideramos que la legitimidad política a la hora de convertirse en leyes o actos de gobierno reclama la aceptación mínima de ciertos principios morales comunes, quiere decir que la misma se apoya de alguna forma en algunos elementos ya presentes en el punto de vista personal o subjetivo del individuo.

De ahí que los problemas más complejos de la teoría política se remitan a los conflictos internos del individuo relativos a la lucha que sostienen los puntos de vista personales e impersonales, ello explicaría el fracaso en el pasado de todas aquellas medidas arbitrariamente impuestas que no tuvo en cuenta el origen radical del problema.

El punto de vista impersonal u objetivo produce en cada uno de nosotros una fuerte exigencia de imparcialidad e igualdad universal, al tiempo que el punto de vista personal o subjetivo brota de nuestros motivos y exigencias personales determinados por nuestra situación individual y por la forma particular en la que experimentamos nuestra relación con el mundo la cual está determinada por nuestra posición social, religión, nación etc.

Adicionalmente, muchas veces confundimos nuestros deseos con lo que quisiéramos que fuera el mundo y consideramos que los mismos tiene los suficientes méritos racionales para ser asumidos por el resto, lo que le añade otra dificultad al problema de la división interna.

Por lo cual resulta difícil conseguir una combinación armónica entre un ideal político aceptable con normas aceptables de moralidad individual, y cuando este equilibrio falta, se produce una falla en el suelo sobre el que se erigen nuestras instituciones políticas y sociales.

En gran medida, las instituciones políticas y sus justificaciones teóricas externalizan lo más ampliamente posible las demandas de nuestros puntos de vista individual, materializándose en el punto de vista impersonal desapasionado y libre de sus motivaciones particulares, sin embargo, en su construcción intervienen individuos en quienes su posición impersonal coexiste con la personal y si en estos constructores se da un desbalance entre ambos polos que se repelen se tiene como resultado inestabilidad política.

La mayoría de las personas asume esta realidad mediante la reflexión y el debate interno del que debería emerger una auto-consciencia, la conciencia qué transita a través de las diferentes posiciones personal e impersonal hasta llegar a conciencia de si misma, una conciencia que se despliega a lo largo de historia y sus instituciones defectuosamente y que solo alcanza perfección en estado de autoconciencia en un hipotético futuro al que muchos llaman utopía. Pero en tanto lo anterior sucede, debemos descubrir cómo vivir juntos, reconciliando nuestro puntos de vista en una visión moralmente válida y políticamente legítima.

Las convicciones morales empujan nuestras decisiones políticas, y su ausencia si es muy fuerte, puede tener efectos disgregadores como ya hemos visto en nuestros país, en dónde por años se impuso una narrativa centrada en el simple crecimiento económico dejando en la orilla cualquier idea de Bienestar Social lo que llevó a nuestra sociedad a experimentar una fuerte división de clases y un recelo mutuo, fenómeno que se haya a la base del movimiento que llevó al poder al actual Presidente de la República, por ende, sería un error creer que la confrontación de los diversos actores políticos de la nación cesaría con la simple desaparición del actual ejecutivo federal, cuando precisamente la fractura política del antiguo régimen tuvo su origen en la falta de cimientos morales.

Un error que también el régimen de la 4T debe tener muy presente para evitar tropezar con el, la Cuarta Transformación debe descansar en la convicción moral ampliamente aceptada expresada a través de políticas y acciones racionales y legítimas que superen las visiones personales y se reconcilien en una visión impersonal del quehacer del Estado.

Regeneración del 19