/ domingo 5 de septiembre de 2021

El fracaso de las vanguardias

El desafío que representó la modernidad para la filosofía y las artes visuales, particularmente la pintura y la escultura fue semejante.

La ilusión de alcanzar un tipo de saber exacto de igual naturaleza al científico pese a los fracasos en este sentido de los sistemas filosóficos y geométricos de Descartes y Spinoza en el pasado nunca fue abandonó del todo por los filósofos, la fútil tarea de dar con un conocimiento de este tipo con el avance de la ciencia, solo trajo como consecuencia su descrédito ante sus pobres resultados.

Esta ilusión fue perseguida igualmente por las vanguardias estéticas de finales del siglo XIX y principios del XX, estas no buscaban un saber pero sí el modo de reflejar con fidelidad el espíritu de los tiempos, dominado por la máquina y la velocidad. El espíritu que animaba tanto a la filosofía, la pintura y la escultura en esos días fue el mismo, revitalizar una época del tiempo que se experimentaba en decadencia.

En palabras del colectivo rupturista austriaco Secession, la tarea del arte a partir de entonces se resumiría en la siguiente declaración “Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit”, (A cada época su arte, al arte su libertad) de ahí que en un tiempo caracterizado por los avances técnicos y científicos si la pintura y la escultura querían igualar sus éxitos, tendrían que igualar también el ritmo de sus logros.

Expoliadas por la necesidad de expresar de manera superior a lo acontecido anteriormente, las vanguardias estéticas iniciaron una carrera al abismo del que aún no han podido salir.

Si de lo que se trataba para las vanguardias era de reflejar el espíritu de los tiempos, y si ese tiempo se caracterizaba por la velocidad, el movimiento y la máquina, pese a los esfuerzos y obsesiones con estos motivos de tendencias pictóricas como los futuristas de Marinetti o los cubistas que optaron por el esquema geométrico a las suaves líneas, era imposible que llegaran a rivalizar en fidelidad con la cámara fotográfica y el cine.

Resultaba imposible para la pintura y la escultura seguir los pasos de los progresos técnicos de la modernidad, máxime, que la forma de representar la realidad de estas artes seguía confinada básicamente a los primitivos rudimentos desde los tiempos del antiguo Egipto, la obsolescencia tecnológica marco el derrotero que habrían de seguir, por ello, reivindicaron para sí el dominio del color y las formas cada vez más expresivas de las emociones de la realidad, pero al precio de alejarse cada vez más de lo que veía el ojo humano.

Esto dio pie, a que el gusto por la pintura se fuera confinando en un grupo cada vez más reducido de expertos que podían entender el lenguaje abstracto en el arte, lo que dio pábulo al mismo, ya que en una economía de masas que depende de un número cada vez mayor de consumidores y no del patronazgo de un reducido número de personas, el gusto por la pintura decayó.

Todavía con los pintores postimpresionistas de finales del Siglo XIX como Van Gogh, la pintura conservó su capacidad de comunicación, así como la filosofía de Marx, Schopenhauer y Nietzsche en esos días tenían algo que decir.

La verdadera ruptura de la filosofía y la pintura se produjo en el Siglo XX, por una parte la filosofía de Wittgenstein reducía los problemas de la filosofía a los del mero lenguaje, y Heidegger escribía en un lenguaje oculto e impenetrable, por su parte las vanguardias estéticas en él ansía desbocada de superar el pasado inmediato, reducidas a la expresión en forma significativa se volvieron cada vez menos comunicativas, si de lo que se trataba era de expresar el espíritu de los tiempos ahora se iban a necesitar subtítulos, tal es el caso de las obras de Mondrian y Kandinski.

Al igual que las escuelas de filosofía postmodernistas y estructuralistas de los años 60 y 70, las escuelas de arte pop no trataron ya de revolucionarlo, sino de acomodarse a las circunstancias de su tiempo, ejemplo de ello es Andy Warhol, quien se percató de que en una economía de masas ya no había cabida por el artista en el sentido tradicional, a menos que quisiera vivir como pordiosero de lo que se trataba ahora era de ganar dinero.

Lo anterior dio un respiro a las clases medias y altas al familiarizarse con los motivos del arte pop y su modo de reproducción en masa, podrían seguir postrados en la vulgaridad e ignorancia e incluso de vez en cuando decir ¡esta obra de “arte” es interesante!.

Desde entonces, la pintura y la filosofía se hallan sumergidos en un marasmo del que hoy en día no ha sido posible escapar.

Regeneración.

El desafío que representó la modernidad para la filosofía y las artes visuales, particularmente la pintura y la escultura fue semejante.

La ilusión de alcanzar un tipo de saber exacto de igual naturaleza al científico pese a los fracasos en este sentido de los sistemas filosóficos y geométricos de Descartes y Spinoza en el pasado nunca fue abandonó del todo por los filósofos, la fútil tarea de dar con un conocimiento de este tipo con el avance de la ciencia, solo trajo como consecuencia su descrédito ante sus pobres resultados.

Esta ilusión fue perseguida igualmente por las vanguardias estéticas de finales del siglo XIX y principios del XX, estas no buscaban un saber pero sí el modo de reflejar con fidelidad el espíritu de los tiempos, dominado por la máquina y la velocidad. El espíritu que animaba tanto a la filosofía, la pintura y la escultura en esos días fue el mismo, revitalizar una época del tiempo que se experimentaba en decadencia.

En palabras del colectivo rupturista austriaco Secession, la tarea del arte a partir de entonces se resumiría en la siguiente declaración “Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit”, (A cada época su arte, al arte su libertad) de ahí que en un tiempo caracterizado por los avances técnicos y científicos si la pintura y la escultura querían igualar sus éxitos, tendrían que igualar también el ritmo de sus logros.

Expoliadas por la necesidad de expresar de manera superior a lo acontecido anteriormente, las vanguardias estéticas iniciaron una carrera al abismo del que aún no han podido salir.

Si de lo que se trataba para las vanguardias era de reflejar el espíritu de los tiempos, y si ese tiempo se caracterizaba por la velocidad, el movimiento y la máquina, pese a los esfuerzos y obsesiones con estos motivos de tendencias pictóricas como los futuristas de Marinetti o los cubistas que optaron por el esquema geométrico a las suaves líneas, era imposible que llegaran a rivalizar en fidelidad con la cámara fotográfica y el cine.

Resultaba imposible para la pintura y la escultura seguir los pasos de los progresos técnicos de la modernidad, máxime, que la forma de representar la realidad de estas artes seguía confinada básicamente a los primitivos rudimentos desde los tiempos del antiguo Egipto, la obsolescencia tecnológica marco el derrotero que habrían de seguir, por ello, reivindicaron para sí el dominio del color y las formas cada vez más expresivas de las emociones de la realidad, pero al precio de alejarse cada vez más de lo que veía el ojo humano.

Esto dio pie, a que el gusto por la pintura se fuera confinando en un grupo cada vez más reducido de expertos que podían entender el lenguaje abstracto en el arte, lo que dio pábulo al mismo, ya que en una economía de masas que depende de un número cada vez mayor de consumidores y no del patronazgo de un reducido número de personas, el gusto por la pintura decayó.

Todavía con los pintores postimpresionistas de finales del Siglo XIX como Van Gogh, la pintura conservó su capacidad de comunicación, así como la filosofía de Marx, Schopenhauer y Nietzsche en esos días tenían algo que decir.

La verdadera ruptura de la filosofía y la pintura se produjo en el Siglo XX, por una parte la filosofía de Wittgenstein reducía los problemas de la filosofía a los del mero lenguaje, y Heidegger escribía en un lenguaje oculto e impenetrable, por su parte las vanguardias estéticas en él ansía desbocada de superar el pasado inmediato, reducidas a la expresión en forma significativa se volvieron cada vez menos comunicativas, si de lo que se trataba era de expresar el espíritu de los tiempos ahora se iban a necesitar subtítulos, tal es el caso de las obras de Mondrian y Kandinski.

Al igual que las escuelas de filosofía postmodernistas y estructuralistas de los años 60 y 70, las escuelas de arte pop no trataron ya de revolucionarlo, sino de acomodarse a las circunstancias de su tiempo, ejemplo de ello es Andy Warhol, quien se percató de que en una economía de masas ya no había cabida por el artista en el sentido tradicional, a menos que quisiera vivir como pordiosero de lo que se trataba ahora era de ganar dinero.

Lo anterior dio un respiro a las clases medias y altas al familiarizarse con los motivos del arte pop y su modo de reproducción en masa, podrían seguir postrados en la vulgaridad e ignorancia e incluso de vez en cuando decir ¡esta obra de “arte” es interesante!.

Desde entonces, la pintura y la filosofía se hallan sumergidos en un marasmo del que hoy en día no ha sido posible escapar.

Regeneración.