/ jueves 30 de abril de 2020

El otro gallo | Heridas de guerra 

Han pasado más de cuarenta años y aún me pregunto si en realidad doña Inés se quedó conforme con el color del listón y si no hubiésemos encontrado a quién pasarle "la roña" ¿aún la tendríamos? o si no hubiésemos tocado "base" ¿estaríamos convertidos en piedra?

Misterios de la infancia que han permanecido ocultos en mi niña interna por mucho tiempo, más del que yo quisiera, y los cuales creo que permanecerán en mi memoria junto a la matatena, las muñecas de trapo, las escondidas y las canicas.

La inocencia de los niños de los 70 quizá suene para los de esta generación como ridícula, tal vez porque los juegos que nos tocaron vivir son imposibles de concebir para los infantes de hoy, ya que nosotros no tuvimos cable ni Internet ni computadora, pero en su lugar tuvimos algo de lo que los niños hoy tienen cada vez en menor proporción: libertad de jugar en la calle seguros.

Mamá me permitía jugar en el patio interior de la vecindad el cual se abría ante mí como un mundo de posibilidades infinitas, donde los príncipes y los dragones existían en la pileta de agua junto a los barcos de papel y donde mi caballo era mi Patomóvil, que nunca pude domar bien.

A los 6 años uno no piensa en límites o miedos, uno no ve el peligro simplemente porque a esa edad todo es nuevo, todo es blanco, todo es bueno. Ante la carencia de juguetes, en mi infancia se desarrolló el fantástico mundo de la imaginación, privilegio de los niños y que puede durar toda la vida si así lo deseamos, o terminar de tajo cuando la realidad nos alcance.

Para los de nuestra generación bastaba tener un compañero de juegos, un espacio libre para correr y que el día estuviera soleado, entonces nos convertíamos en princesas, vaqueros o indios furiosos, o bien jugábamos al avioncito con cuidado de no caernos y todo con tierra y gis como materia prima.

Tiempos en que la infancia era libre de crecer y de creer, donde el miedo al "Coco" era lo máximo de temor que experimentabas y el cual desaparecía llegando el amanecer. Juegos que por desgracia se perdieron poco a poco en aras de la modernidad y del avance tecnológico, donde la imaginación dio paso a la violencia y a la promiscuidad. Los niños de hoy crecen precipitadamente a un mundo donde el sexo, el dinero y los falsos valores inundan las redes sociales, un mundo extraño e incongruente donde los niños encuentran algo más tenebroso que el "Coco" y donde los padres dejan de ser los guías para convertirse en espías.

Situación que se ha agravado con la presencia de esta pandemia que estremece a la gente de todas las edades y que rodea nuestro día a día como un halo de muerte que nos deja sin respiro... literalmente. En esta situación, los niños de esta generación vivirán durante esta cuarentena con aún menos libertad física y deberán comprender en un breve lapso el porqué de tal restricción, muchos niños de todo el mundo le llaman "bicho" a este mal y es comprensible, para ellos el "bicho" se esconde afuera esperando devorarlos si ellos salen, esto les hará crecer y robará a la postre parte de su inocencia y sin embargo, si lo vemos desde otra óptica, este tiempo es el ideal para que resurja lo que se halla dormido en su mente: la imaginación.

Hoy que vivimos todos una etapa sin precedente deberíamos, al igual que los niños, volver a nuestra infancia e imaginar que estamos jugando a quedarnos en casa y que quien sale pierde el juego, imaginar que recibiremos un premio si nos quedamos en casa, sé que mis palabras puedan sonar ridículas cuando la falta de alimento y el desempleo asolan nuestra vida junto al "bicho", sin embargo, para los que creemos en Dios, sea cual sea la forma en que lo concibamos, saldremos de ésta, pues si sobrevivimos a la disciplina de la "chancla voladora", a los cinturonazos cuando no nos metíamos a tiempo a casa o cuando no nos comíamos la sopa, y si somos de los que el "deja de llorar, si no, te daré razones para que de verdad llores" nos dio valor para, aun teniendo miedo, correr por toda la casa para no dejarnos inyectar las vacunas o no tomarnos las medicinas llorando antes de que incluso nos tocaran, ¡por favor! ¿quién puede vencer nuestra voluntad? ¿quién es el que se atreverá a romper ese valor que de niños aprendimos con cada tropiezo, raspón y coscorrón de nuestras madres?, heridas de guerra que nos enseñaron que la infancia es imaginación, valor, arrojo y coraje sin conocer el temor, y donde la obediencia, antes como ahora, nos permitirá seguir vivos para contarla después como una más de nuestras aventuras.

¡Feliz Día del Niño!

Han pasado más de cuarenta años y aún me pregunto si en realidad doña Inés se quedó conforme con el color del listón y si no hubiésemos encontrado a quién pasarle "la roña" ¿aún la tendríamos? o si no hubiésemos tocado "base" ¿estaríamos convertidos en piedra?

Misterios de la infancia que han permanecido ocultos en mi niña interna por mucho tiempo, más del que yo quisiera, y los cuales creo que permanecerán en mi memoria junto a la matatena, las muñecas de trapo, las escondidas y las canicas.

La inocencia de los niños de los 70 quizá suene para los de esta generación como ridícula, tal vez porque los juegos que nos tocaron vivir son imposibles de concebir para los infantes de hoy, ya que nosotros no tuvimos cable ni Internet ni computadora, pero en su lugar tuvimos algo de lo que los niños hoy tienen cada vez en menor proporción: libertad de jugar en la calle seguros.

Mamá me permitía jugar en el patio interior de la vecindad el cual se abría ante mí como un mundo de posibilidades infinitas, donde los príncipes y los dragones existían en la pileta de agua junto a los barcos de papel y donde mi caballo era mi Patomóvil, que nunca pude domar bien.

A los 6 años uno no piensa en límites o miedos, uno no ve el peligro simplemente porque a esa edad todo es nuevo, todo es blanco, todo es bueno. Ante la carencia de juguetes, en mi infancia se desarrolló el fantástico mundo de la imaginación, privilegio de los niños y que puede durar toda la vida si así lo deseamos, o terminar de tajo cuando la realidad nos alcance.

Para los de nuestra generación bastaba tener un compañero de juegos, un espacio libre para correr y que el día estuviera soleado, entonces nos convertíamos en princesas, vaqueros o indios furiosos, o bien jugábamos al avioncito con cuidado de no caernos y todo con tierra y gis como materia prima.

Tiempos en que la infancia era libre de crecer y de creer, donde el miedo al "Coco" era lo máximo de temor que experimentabas y el cual desaparecía llegando el amanecer. Juegos que por desgracia se perdieron poco a poco en aras de la modernidad y del avance tecnológico, donde la imaginación dio paso a la violencia y a la promiscuidad. Los niños de hoy crecen precipitadamente a un mundo donde el sexo, el dinero y los falsos valores inundan las redes sociales, un mundo extraño e incongruente donde los niños encuentran algo más tenebroso que el "Coco" y donde los padres dejan de ser los guías para convertirse en espías.

Situación que se ha agravado con la presencia de esta pandemia que estremece a la gente de todas las edades y que rodea nuestro día a día como un halo de muerte que nos deja sin respiro... literalmente. En esta situación, los niños de esta generación vivirán durante esta cuarentena con aún menos libertad física y deberán comprender en un breve lapso el porqué de tal restricción, muchos niños de todo el mundo le llaman "bicho" a este mal y es comprensible, para ellos el "bicho" se esconde afuera esperando devorarlos si ellos salen, esto les hará crecer y robará a la postre parte de su inocencia y sin embargo, si lo vemos desde otra óptica, este tiempo es el ideal para que resurja lo que se halla dormido en su mente: la imaginación.

Hoy que vivimos todos una etapa sin precedente deberíamos, al igual que los niños, volver a nuestra infancia e imaginar que estamos jugando a quedarnos en casa y que quien sale pierde el juego, imaginar que recibiremos un premio si nos quedamos en casa, sé que mis palabras puedan sonar ridículas cuando la falta de alimento y el desempleo asolan nuestra vida junto al "bicho", sin embargo, para los que creemos en Dios, sea cual sea la forma en que lo concibamos, saldremos de ésta, pues si sobrevivimos a la disciplina de la "chancla voladora", a los cinturonazos cuando no nos metíamos a tiempo a casa o cuando no nos comíamos la sopa, y si somos de los que el "deja de llorar, si no, te daré razones para que de verdad llores" nos dio valor para, aun teniendo miedo, correr por toda la casa para no dejarnos inyectar las vacunas o no tomarnos las medicinas llorando antes de que incluso nos tocaran, ¡por favor! ¿quién puede vencer nuestra voluntad? ¿quién es el que se atreverá a romper ese valor que de niños aprendimos con cada tropiezo, raspón y coscorrón de nuestras madres?, heridas de guerra que nos enseñaron que la infancia es imaginación, valor, arrojo y coraje sin conocer el temor, y donde la obediencia, antes como ahora, nos permitirá seguir vivos para contarla después como una más de nuestras aventuras.

¡Feliz Día del Niño!